Gonzalo
Garrido
Las
flores de Baudelaire
Azaña
era una persona poco agraciada físicamente. Su oronda cabeza, las gruesas pecas
de su cara, el escaso pelo y sus gafas de miope no favorecían la apostura, pero
poseía una belleza espiritual de fácil admiración. Esto se notaba en cuanto
abría la boca, pues su precisión y sus brillantes razonamientos atrapaban el
corazón del auditorio:
—En
España, desde los tiempos del emperador Carlos V, nos hemos dejado llevar por
una tendencia natural a apoyar el sistema germánico y a despreciar el
anglosajón. Esta debilidad, hasta cierto punto lógica y basada en nuestra
historia más reciente, no tiene en cuenta otros elementos de vital importancia
para la salud de las naciones: el espíritu democrático. Inglaterra ha basado su
desarrollo en una monarquía parlamentaria, en una constitución y en unos
partidos. Alemania ha cimentado su poder en la disciplina y en el orden, en la
lealtad al káiser, en la grandeza de la raza —afirmaba con la fuerza de sus
pulmones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario