Máscara de Stanisław Lem
Traducción
de Joanna Orzechowska
ISBN: 978-84-15979-00-5
Encuad: Rústica
Formato: 14 x 21 cm
Páginas: 424
PVP: 22,95 €
Máscara reúne trece
relatos del maestro polaco de la ciencia ficción, Stanisław Lem, nunca hasta
ahora publicados en castellano. Escritos a lo largo de toda una vida, y nunca
antes antologados, en ellos encontramos al mejor Lem: un Lem radical,
visionario, burlón y violentamente inteligente, el Lem de Solaris o de Vacío
perfecto.
La diversidad de los relatos recogidos en este volumen es enorme: desde la jocosa y grotesca parodia de las historias de alienígenas que es «La invasión de Aldebarán», pasando por el delirio de «La rata en el laberinto» o la tenebrosa pesadilla de «Moho y oscuridad», hasta culminar en la pieza central del volumen, la compleja y filosófica parábola que da título a la obra, «Máscara», la historia de una inteligencia artificial que quiere escapar de su destino y seguir solo su libre albedrío.
La diversidad de los relatos recogidos en este volumen es enorme: desde la jocosa y grotesca parodia de las historias de alienígenas que es «La invasión de Aldebarán», pasando por el delirio de «La rata en el laberinto» o la tenebrosa pesadilla de «Moho y oscuridad», hasta culminar en la pieza central del volumen, la compleja y filosófica parábola que da título a la obra, «Máscara», la historia de una inteligencia artificial que quiere escapar de su destino y seguir solo su libre albedrío.
Nada
más abandonar el pueblo aquella misma tarde, no bien salimos a la autopista, ya
habíamos atropellado un conejo. Era el único animal salvaje, sin contar las
truchas, que habíamos podido incluir en nuestro botín de cazadores. Lo metimos
en el coche y cuando llegamos a la tienda nos dispusimos a preparar la cena. El
conejo era viejo y duro, por lo que tardamos mucho en asarlo; a medianoche
conseguimos hincarle el diente. La lucha con aquella carne correosa disipo un
poco el ambiente fúnebre que reinaba entre nosotros, y, ayudados por la cerveza
que guardábamos en el maletero para las ocasiones especiales, como aquella,
acabamos relajándonos. De repente, Robert se acordó de los periódicos que habíamos
traído del pueblo y fue a buscarlos al coche. La mortecina hoguera apenas iluminaba
nada, así que encendió uno de los faros.
—!Apaga
eso! —grite.
—Un
momento —dijo, y desplego las enormes páginas de uno de los periódicos.
—No
mereces permanecer en este lugar tan respetable —le dije, encendiendo la pipa—.
Eres demasiado burgués. Punto.
—Sera
mejor que escuches.
Robert
se inclinó sobre el periódico.
—.Te
acuerdas del meteoro sobre el que escribieron la semana pasada? Ha vuelto a
aparecer.
—Mentira.
—En
absoluto, escucha —dijo. Y se dispuso a leer en voz alta:
Hoy
por la mañana [el periódico era del día anterior], el misterioso meteoro se
acercó a la Tierra por tercera vez y, al entrar en las capas superiores de la
atmósfera, se calentó en extremo para, posteriormente, apagarse a medida que se
alejaba. Durante la conferencia de prensa ofrecida en Toronto, el profesor
Merryweather, del observatorio astronómico local, desmintió la versión
difundida por la prensa estadounidense, según la cual se trataba de una nave
espacial que daba vueltas alrededor de nuestro planeta antes de realizar un
hipotético aterrizaje. «Se trata de un simple meteoro», declaró el profesor, «un
meteoro probablemente atraído por la gravedad terrestre, que se ha convertido
en una especie de nueva luna y que gira alrededor de nuestro planeta
describiendo una órbita elíptica.» Contestando a la pregunta de nuestro
corresponsal —sobre si era razonable esperar que el meteoro cayese sobre la
Tierra—, el profesor Merryweather respondió que no se podía descartar tal
extremo, ya que al aproximarse a la Tierra, con cada vuelta que daba, el
meteoro era sometido a una brusca desaceleración a causa de la fricción con la
atmósfera terrestre. El asunto, en el que trabajan numerosos laboratorios, será
aclarado en breve…
»Y
aquí tengo los periódicos de los Estados Unidos de hace tres días. ¡Hay que ver
la que se ha montado!: «Se acerca nave estelar»; «Cerebros electrónicos
traducirán el idioma de los seres desconocidos»; «Huéspedes procedentes del
Cosmos…». Bueno, bueno —añadió con un toque de remordimiento—, y yo, mientras
tanto, perdido en el bosque.
—Pero
si no es más que un cuento —dije—. Apaga las luces y tira eso a la bolsa para
reciclar.
—Pues
sí, se ha acabado eso de fantasear…
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