La
juguetería errante
¿Alguna
vez, indiferente lector, ha intentado usted mantenerse en pie en un tiovivo que
se mueve a velocidad de vértigo? Si sus pies están firmemente asentados, puede
inclinarse hacia adelante en un ángulo de sesenta grados y, aun así, no perderá
el equilibrio. Solo en ese momento, de hecho, es cuando se encontrará en
perfecto equilibrio. Colóquese derecho y precisará de todas sus fuerzas para
evitar que la inercia lo expulse hacia afuera, como una chincheta en un
tocadiscos. Desde luego, un carrusel no es en ningún caso el lugar más adecuado
para enfrentarse a un hombre desesperado, aunque es cierto que las desventajas
afectan en igual medida a ambos contendientes.
Y
hay aún otra cosa, y es que al cabo del tiempo los sentidos comienzan a verse
afectados. Tras un rato dando vueltas, solo el feroz empuje hacia fuera que
sufre el cuerpo nos indica que estamos dando vueltas. Todo lo demás, visión
incluida, proporciona la ilusión de que uno está subiendo… subiendo una cuesta
oscura y empinada, que parece más inclinada a medida que la velocidad aumenta.
Al final uno cree que no existe ninguna fuerza centrífuga gravitacional y se
descubre luchando contra ella. Es una curiosa sensación, esta precipitación
hacia un túnel negro de viento con los rostros de los espectadores convertidos
en un contorno borroso, permanentemente inclinados… Es muy divertido al
principio, luego resulta agotador, y al final, cuando uno ya tiene los nervios
destrozados, es absolutamente insoportable, una pesadilla de lucha y
sufrimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario