Gracias a PriceMinister por cederme un ejemplar
de Baila, baila, baila
El
protagonista de esta novela es un hombre solitario de treinta y cuatro años,
muy trabajador, meticuloso y muy crítico con la sociedad en la que vive, con
las personas que se mueven a su alrededor. Este personaje vuelve pasado el
tiempo al Hotel Delfín, este se ha sido convertido en un enorme edificio con
todo tipo de lujos, desde piscinas hasta pistas de pádel, pasando por gimnasios
y, aunque pase desapercibido, un tono musical constante.
A
su regreso se encontrará con una simpática niña, una azafata con gafas muy
introvertida debido a su puesto de trabajo, un misterioso hombre vestido de
carnero que aparece de forma inesperada e incluso con un despreocupado escritor
el cual tiene un nombre muy similar al del autor de la novela. Todo ellos se
moverán en un mundo cambiante de fantasmas, de misterios y mucha, mucha música
en el Subaru del protagonista, en una habitación...
Murakami
consigue en esta novela una mezcla de todos sus temas, pero además le añade una
crítica al consumismo sin control, a los cambios que produce el capitalismo a
las zonas despobladas haciendo que estas pierdan su aura natural. En su
narración siempre pausada, descubrimos la cotidianidad de un periodista
desdichado, al que, en el mundo en el que se mueve nada le puede sorprender
hasta que un día es sospechoso de un misterioso asesinato en Tokio de una
prostituta de lujo. También en su texto la presión sobre el lector en algunas
partes de la novela hace que estemos en tensión por el devenir del protagonista
en otros mundos mientras que en otras crea situaciones realmente bellas y
lentas en las que todo está conectado. En definitiva un fantástico libro, de
fácil lectura y envuelto en un aura de misterio, con un toque policiaco, a la vez
que melancólico gracias al Hotel Delfín, el cual, se regresa para poder empezar
de nuevo.
Recomendado
para aquellos incondicionales de Murakami, este libro es imprescindible para
volver a aquellos comienzos del autor. También para aquellos que quieran
descubrir un Hawai diferente, en la que olvidarnos de la monotona rutina por
unos momentos como su protagonista. Y por último a los que quieran escuchar un
libro, en esta novela hay toda una lista de canciones que van desde The Beach Boys hasta Bob Dylan pasando por Michael Jackson, que hacen de ella una
gran banda sonora.
Extractos:
Tiempo atrás había leído algunos
libros escritos por el padre de Yuki. Las dos novelas y el libro de relatos que
escribió de joven no estaban mal. Tenía una prosa fresca, puntos de vista
frescos. Luego sus obras se convirtieron en bestsellers y él, en la nueva
estrella del mundo literario. Empezó a salir en televisión y en las revistas,
opinando acerca de temas de actualidad de lo más variopinto. Entonces se casó
con Ame, por entonces una joven fotógrafa. Había llegado a la cima de su
carrera. Después, todo fue mal en peor. Sin ningún motivo en particular, de
pronto se vio incapaz de escribir algo decente. Las dos o tres obras que
publicó a continuación eran infumables. La crítica se cebó en él; sus libros
dejaron de venderse. Y Hiraku Makimura cambió radicalmente de estilo. Pasó de
ser un escritor de cándidas novelas juveniles a convertirse en un autor
experimental y de vanguardia. Pero seguía faltándole sustancia. Para colmo, su
estilo era un refrito intragable de escritores franceses de la nouvelle vague.
Con todo, ciertos críticos sin una pizca de imaginación, a los que les gustaba
lo novedoso, lo aclamaron. Sin embargo, pasados dos años, tal vez porque se
dieron cuenta de que, efectivamente, aquello no valía nada, la crítica calló.
No sé cómo puede ocurrir algo así, pero el caso es que su talento se consumió
con sus tres primeras obras. Aun así, él siguió escribiendo. Acabó rondando los
círculos literarios, como un perro castrado que le husmea el culo a las perras
del vecindario. Por aquel entonces ya se había divorciado de Ame. O para ser
más exactos, Ame lo había dejado. Al menos ésa era la versión oficial.
Pero ahí no terminó todo para
Hiraku Makimura. Bajo la etiqueta de escritor aventurero, abrió sus horizontes
profesionales a un nuevo ámbito. Era a principios de los años sesenta. La
vanguardia dio paso a la acción y la aventura. Se paseó por los lugares más
recónditos y vírgenes del planeta y escribió sobre ello. Comió foca con los
esquimales, vivió con indígenas africanos e investigó sobre el terreno las
guerrillas sudamericanas. También dedicó duras palabras a los escritores que se
encierran en su estudio. Al principio no estuvo mal, pero después de pasarse
diez años haciendo lo mismo, acabó, naturalmente, cansando a todos. Además, en el mundo no
existían tantas fuentes de inspiración para sus libros. No era la época de
Livingstone y Amundsen. Las historias eran cada vez más pobres, y los textos,
ampulosos. Aquello ya no eran aventuras, porque a todas partes lo acompañaban
coordinadores, editores, fotógrafos… Cuando participaba la televisión, tenía
que lidiar con docenas de personas, entre gente del equipo y promotores. A
veces él lo dirigía todo. Con el tiempo, ese papel de director aumentó. Todo el
mundo lo sabía.
Quizá no fuera mala persona. Pero,
como había dicho su hija, no tenía talento.
Tal como había intuido, era una
sala muy amplia. Estaba vacía y en ella se respiraba un aire estancado. Llegué
al centro y, al mirar a mi alrededor, entreví viejos muebles en los rincones.
Bultos grises que parecían un sofá, sillas, una mesa, una cómoda. Eran
peculiares. No semejaban muebles en absoluto. Como si les faltara realismo. En
contraste con la amplitud de la sala, el número de muebles era ridículamente
escaso. El espacio se expandía, fantasmagórico, en sentido centrífugo.
Agucé la vista, en busca del bolso
blanco de Kiki en alguna parte. Me dije que el vestido azul no se vería en
aquella oscuridad, pero sí quizá el bolso. Quizá ella estuviese sentada en el
sofá o en alguna de las sillas.
Pero no vi ningún bolso. Sobre el
sofá y las sillas sólo distinguí algo que se me antojó unas telas blancas y
arrugadas. Imaginé que serían fundas de lino. Pero al acercarme resultó que no
eran telas. Era huesos. En el sofá había dos esqueletos sentados el uno al lado
del otro. Dos esqueletos humanos enteros. Uno grande y otro pequeño. Estaban
sentados como si estuvieran vivos. El grande apoyaba un brazo sobre el
respaldo. El pequeño tenía las dos manos colocadas sobre las rodillas. Parecía
que habían muerto de manera fulminante, la carne había desaparecido y sólo
quedaban los huesos. Daba la sensación de que sonreían. Y eran de un blanco
asombroso.
No sentí miedo. No sé por qué, pero
estaba tranquilo.
Están ahí quietos, pensé. No van a
moverse. Como dijo el policía, los esqueletos no desprenden ningún olor, están
impolutos, silenciosos. Están irrevocablemente muertos. No tengo nada que
temer.
Recorrí la sala. Había seis
esqueletos. Excepto uno, todos estaban completos. Esos cinco estaban sentados,
como si la muerte los hubiera sorprendido en esa postura. Uno de ellos —por el
tamaño supuse que sería un hombre— parecía ver la tele. Aunque el televisor
estaba apagado, la línea de visión del esqueleto moría en la pantalla. Una
mirada vacía clavada en imágenes vacías. Otro había muerto sentado a la mesa,
ante unos platos cuyo contenido se había convertido en polvo blanco. El sexto,
el único esqueleto incompleto, estaba echado en una cama. Le faltaba el brazo
izquierdo desde el hombro.
Cerré los ojos.
Editorial: Tusquets Editores
Autor: Haruki MurakamiPáginas: 464
Precio: 22 euros
Book trailer:
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