J.
M. Guelbenzu
Muerte
en primera clase
Las
conversaciones sonaban apagadas, a tono con el ambiente. Unos pasos detrás de
ellas, una serie de personas de ambos sexos se agrupaban en torno a una dama de
edad. Mariana los observó discretamente, pero su interés se centraba en la
dama. Esbelta, de una elegancia natural y unos sesenta años muy bien llevados
con es personalidad que otorga una antigua pertenencia a la clase alta; su
rostro afilado, que debió de ser muy bello y ahora era altivamente singular,
manifestaba determinación y carácter; era evidente que tenía a todos los que la
rodeaban a sus órdenes; sin embargo, no daba la impresión de ser una mujer que
ejerciera dominio de manera ostensible, no era la característica energía de las
mujeres con mando familiar lo que predominaba en su aspecto sino, más bien, una
complacencia satisfecha y hasta un punto dependiente de las atenciones de las
que era objeto. Pero era el centro.
El
grupo lo completaban un hombre también de edad, grueso y sonriente, sentado en
una silla de ruedas, que se dejaba llevar por un joven de agradable presencia,
una mujer de unos treinta años, en cuyos rasgos se retrataba la misma belleza
de la dama, pero sin gracia y con un inequívoco aire de no estar a gusto
consigo misma que trataba de disimular con una excesiva gesticulación. Otra
mujer, algo más joven, era el vivo contraste de la anterior: vivaracha y
descarada, que hablaba por los codos y vestía a la última. Un hombre maduro,
alto e impotente, con un inconfundible aspecto de gentleman farmer y una
mundana confianza en sí mismo, acompañado de una mujer bastante más joven con
todo el aspecto de una segunda esposa, demasiado puesta y demasiado arreglada;
finalmente, los últimos miembros del grupo eran un hombre de una mediana edad
recién estrenada y algo relamido que le hizo pensar a Mariana en un ejecutivo o
un abogado de empresa, y una mujer aún joven de pelo corto y un estudiado
descuido, muy atenta a todos los movimientos de la dama; ambos mostraban a las
claras su diferencia con el aire de familia de todos los anteriores. El
conjunto resultaba chocante y Julia, extrañada por el silencio de su amiga,
advirtió de inmediato su interés por ellos.
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