Un
hermoso lugar para morir
Emmanuel
agarró la alfombra de piel de vaca por el borde y tiró de ella hacia sí.
El
agujero, de forma cuadrada y con una tapa de madera, estaba bien camuflado. Un
pequeño trozo de cuerda, del tamaño de un dedo, era el único indicio de que el
suelo de tierra compactada había sido alterado. Emmanuel se arrastró por el
suelo de rodillas y tiró de la cuerda. La trampilla se abrió fácilmente; las
bisagras habían sido engrasadas, previendo que se iba a utilizar a menudo.
Metió la mano esperando encontrar la pila habitual de revistas pornográficas
gastadas. La dura campaña del Partido Nacional contra las publicaciones
inmorales había ralentizado la industria pero no había acabado con ella. Tocó
algo de piel suave, una especie de correa. Tiró de ella y notó el peso en el
extremo.
—Dios
mio…
Era
la cámara de Donny Rooke, con su nombre orgullosamente grabado con letras
doradas en el cuero de la funda rígida; hasta había incluido la J, la inicial
de su segundo nombre. Emmanuel abrió los cierres y examinó el precioso
instrumento. ¿Qué había dicho Donny? La cámara había costado mucho dinero y el
comisario se la había robado… con las fotografías de las chicas de Du Toit.
—Hasta
un reloj roto marca bien la hora dos veces al día— murmuró Emmanuel mientras
cerraba la funda. Metió la mano en el agujero y sacó un sobre de papel de
estraza. Si la historia de Donny era cierta, dentro estarían las fotografías
«artísticas» de sus dos mujeres. ¿Le
gustaban al comisario los cuerpos de las menores de edad? Dio la vuelta al
sobre y algo proyectó una sombra desde la entrada.
Emmanuel
se giró a tiempo para ve la silueta bien definida de un knobkierie que se movía
hacía él. El garrote zulú produjo una corriente de aire al descender
describiendo un arco y le alcanzó en un lado de la cabeza.
¡Zas!
El
ruido le estalló en los tímpanos como el disparo de un mortero. Se desplomó
hacia delante y notó el sabor a tierra y sangre en la boca. Sintió un intenso
chispazo blanco de puro dolor detrás de los párpados y el garrote le alcanzó
una segunda vez. Se oyó a sí mismo respirar con dificultad y le llegó un olor a
amoníaco. Una sombra azul se alejó danzando, seguida del sonido de un traqueteo
mecánico a lo lejos.
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