El sentido de un final de Julian
Barnes
ISBN 978-84-339-7852-3
PVP con IVA 16.90 €
Nº de páginas 192
Colección Panorama de narrativas
Traducción Jaime Zulaika
Tony Webster y su
pandilla conocieron a Adrian en el instituto. Hambrientos de sexo y literatura,
atravesaron juntos la adolescencia y se prometieron seguir siendo amigos para
siempre.
Pero cuando la vida de Adrian dio un vuelco trágico, todos, especialmente Tony, miraron hacia otro lado, se alejaron. Ahora Tony vive solo en un pacífico y próspero retiro, tras una vida opaca que poco tiene que ver con la que fantaseaba en su juventud. Y un día recibe una carta de un abogado: Sarah Ford, la madre de Veronica, su primera novia, le ha legado quinientas libras y un sobre con un manuscrito. Le entregan el dinero y una carta de Sarah, pero el manuscrito nunca llega. Y Tony averigua que son los diarios de Adrian, que ahora están en manos de Veronica y no piensa entregárselos. Y estos diarios son el oscuro, enigmático corazón de una novela espléndida, premiada con el prestigioso Man Booker.
Pero cuando la vida de Adrian dio un vuelco trágico, todos, especialmente Tony, miraron hacia otro lado, se alejaron. Ahora Tony vive solo en un pacífico y próspero retiro, tras una vida opaca que poco tiene que ver con la que fantaseaba en su juventud. Y un día recibe una carta de un abogado: Sarah Ford, la madre de Veronica, su primera novia, le ha legado quinientas libras y un sobre con un manuscrito. Le entregan el dinero y una carta de Sarah, pero el manuscrito nunca llega. Y Tony averigua que son los diarios de Adrian, que ahora están en manos de Veronica y no piensa entregárselos. Y estos diarios son el oscuro, enigmático corazón de una novela espléndida, premiada con el prestigioso Man Booker.
«Nos atrapa como una
novela policíaca, una indagación sobre la memoria y la moral que hace estallar
un apocalipsis íntimo» (Boyd Tonkin, The Independent).
«Un libro breve, pero
no ligero. Julian Barnes revela verdades cristalinas que han tardado toda una
vida en endurecerse» (Liesl Schillinger, The New York Times).
«Original, fértil,
memorable» (Justin Jordan, The Guardian).
Una tarde, Old Joe Hunt, como si
recogiera el guante del primer reto de Adrian, nos pidió que debatiéramos sobre
los orígenes de la Primera Guerra Mundial: concretamente, sobre la
responsabilidad del asesino del archiduque Francisco Fernando en el estallido
de la contienda. En aquel tiempo, casi todos éramos absolutistas. Nos gustaban
el sí versus el no, el elogio versus la culpa, la culpabilidad versus la
inocencia o, en el caso de Marshall, el descontento versus el gran descontento.
Nos gustaban los juegos que terminaban en una victoria o una derrota, no en un
empate. Y por eso, para algunos, el pistolero serbio cuyo nombre hace mucho que
se borró de mi memoria tenía una responsabilidad individual del cien por cien:
suprímelo de la ecuación y la guerra nunca se habría producido. Otros preferían
atribuir el cien por cien de la responsabilidad a las fuerzas históricas, que
habían introducido a los países antagónicos en un cauce de colisión inevitable:
«Europa era un barril de pólvora a punto de estallar», y todo eso. Los más
anárquicos, como Colin, argumentaban que todo dependía del azar, que el mundo
existía en un estado de caos perpetuo y que únicamente un instinto narrativo
primitivo, sin duda un efecto residual de la religión, confería un sentido
retrospectivo a lo que podría o no podría haber sucedido.
Hunt asintió brevemente ante la
tentativa de Colin de minimizarlo todo, como si la incredulidad morbosa fuese
un subproducto natural de la adolescencia, algo de lo que había que
desprenderse. Maestros y padres solían recordarnos irritantemente que ellos
también habían sido jóvenes y por tanto podían hablar con autoridad. Es sólo
una fase, insistían. Se os pasará; la vida os enseñará realidad y realismo.
Pero por entonces nos negábamos a reconocer que alguna vez habían sido como
nosotros, y sabíamos que nuestra comprensión de la vida –y de la verdad, la
moralidad y el arte– era mucho más clara que la de nuestros comprometidos
mayores.
Elisabeth de Paolo Sortino
ISBN 978-84-339-7850-9
PVP con IVA 17.90 €
Nº de páginas 240
Colección Panorama de narrativas
Traducción Juan Manuel Salmerón
Esta turbadora novela
reconstruye uno de los casos de la crónica de sucesos más atroces de estos
últimos años: en agosto de 1984, en una pequeña ciudad austriaca, Josef Fritzl
rapta a Elisabeth, su hija de dieciocho años, y la encierra en un búnker nuclear
proyectado por él y construido en los cimientos de su propia vivienda. La
mantendrá prisionera durante casi veinticuatro años, y de las repetidas
relaciones incestuosas a las que la obligará nacerán siete hijos. Elisabeth es
la protagonista absoluta de una historia que agarra al lector y lo lanza a un
laberinto de amor y locura, de terror y deseo.
«Los méritos literarios
de la novela están todos en la fuerza con que Sortino alcanza un inestable
equilibrio entre el doble tabú incesto-muerte y el lenguaje adoptado para
expresarlo» (Luigi Pingitore).
«La novela de Paolo
Sortino tiene la valentía inconsciente y perfecta de un incendio que devora los
cuerpos y el tiempo» (Giorgio Vasta, Il Manifesto).
«Cada palabra de esta
novela es perspicaz. El dolor se transforma en placer, igual que en un Sade
del alma. Un escritor de raza» (Alcide Pierantozi, Rolling Stone).
EL REGALO DE CUMPLEAÑOS
A primera hora de la tarde trajeron
el material. Josef contrató a albañiles que encontraba trabajando en la calle,
a los que pagaría a diario. Los había escogido con cuidado, a dedo. De buen
grado les habría examinado la boca, mirado los dientes, como se hace con los
caballos que se compran. Había elegido a los más fuertes, no a los más jóvenes,
porque no quería ver por casa a muchachos de la edad de Elisabeth que pudieran
atraer su mirada. De los que tenían algún defecto corporal, o algo feo en la
cara, se hacía más amigo, y les regalaba cartones de tabaco y botellas de
licor, que luego daban pie a peleas que él debía apaciguar. Rosemarie no
comprendía el porqué de aquellas propinas que daba además del sueldo pactado, y
trató de decirle que le parecían un gasto inútil. Enfurecido por aquella
secretaria demasiado diligente que se entrometía, tuvo que sentarle la mano. No
soportaba oírla hablar de dinero, siempre de dinero. A saber lo que diría si
supiera el capital que se había gastado ya en construir la otra parte del
sótano, la secreta, sobre la que, guiñándoles el ojo, había pedido a los
albañiles particular discreción, «porque ya sabéis cómo son las mujeres, se
meten en todo, no entienden nada y se preocupan sin motivo».
Todo marchaba según el plan que había
trazado y pegado en lo alto de la escalera exterior, que comunicaba el rellano
de la entrada principal con el sótano. Subía y bajaba constantemente para
marcar a lápiz las sucesivas fases de las obras. Día tras día se gastaban sacos
de cemento según sus instrucciones. Parecía imposible llevar bajo tierra tanto
material por la sencilla puerta de entrada, que se había convertido en un
agujero negro tras el cual la materia cambiaba de forma.
Hasta que, tal como había empezado,
todo terminó. Barrieron el polvo que los sacos habían dejado en el suelo, el
viento se llevó los restos y todo volvió a la normalidad. El patio quedó de
nuevo despejado y el jardín volvió a respirar, aunque aún quedó apilado en un
rincón parte del material: media tonelada de yeso y cemento rápido, tela
metálica para encofrar, doscientos metros de tubo corrugado y cable eléctrico.
Josef realizó solo los últimos
trabajos: levantó una pared de medio metro de grosor delante de las
habitaciones, y luego otras dos del mismo grosor, y las comunicó por medio de
tres puertas blindadas de no más de metro y veinte de altas, que él mismo
diseñó y cuyos componentes ensambló. En la exterior instaló incluso un sistema
de apertura electrónico, con teclado y códigos digitales. Entre las paredes
quedaron dos espacios que tenían una doble función: aislar acústicamente los
recintos y servir de trastero.
La parte nueva constaba de tres
cuartos sucesivos comunicados por pasillos de apenas cincuenta centímetros de
ancho. El búnker propiamente dicho, que ocupaba una superficie de treinta y
cinco metros cuadrados y no tenía más de un metro setenta de alto, estaba
dividido en dos habitaciones, una a la que se accedía al entrar, y otra al
fondo, en la que estaban las camas. En el espacio que las separaba había una
cocina a un lado y un pequeño baño al otro, ocupando sendos entrantes. Los
habían construido en medio porque por allí bajaban los desagües de los pisos
superiores.
La última pared que Josef había
añadido después de despedir a los albañiles, para que ni ellos supieran lo
escondida que debía quedar la entrada, seguía exactamente el perímetro del
antiguo sótano. Parecía el muro de siempre. Josef no dejó más que una pequeña
puerta, que tapó con una estantería vieja.
Karnaval de Juan Francisco Ferré
ISBN 978-84-339-9755-2
PVP con IVA 24.90 €
Nº de páginas 536
Colección Narrativas hispánicas
El punto de partida de
esta novela es un personaje real: uno de los hombres más poderosos del mundo,
que saltó a los telediarios, a las páginas de sucesos, los debates y los
chismorreos de todo el planeta tras ser detenido cuando tomaba apresuradamente
un avión de regreso a su país, acusado de violar a una trabajadora emigrante de
raza negra en la habitación de un lujoso hotel de Nueva York.
A partir de este
personaje y de este suceso, Juan Francisco Ferré pone en marcha un exuberante
mecanismo de fabulación y recursos narrativos no para limitarse a recrear la
historia sino para abordarla con la fuerza transformadora de la literatura. En
una propuesta arrolladoramente radical en la forma y en el fondo, el personaje
real se transforma en DK, el gran dios K, y las páginas del libro nos sumergen
en su peripecia y escarnio público a través del espejo deformante del callejón
del gato valleinclanesco, de la risa inquietante de lo kafkiano, del delirante
festín gargantuesco y de la desmesura sadiana, y así este Karnaval con k nos
habla de los excesos, los pecados y los males de la sociedad contemporánea a
través de la máscara carnavalesca.
Panfleto político que
lanza una mirada despiadada sobre los desmanes del neocapitalismo y los ritos
del poder; fábula perversa sobre la sexualidad como desmesura y como ejercicio
de dominio y depredación; sagaz y feroz indagación sobre la hipocresía, la
manipulación y las dobles morales de las hiperinformadas y por lo tanto
desinformadas sociedades actuales, el libro es además y por encima de todo una prodigiosa
novela, de una fuerza, vocación experimentadora y ambición absolutamente
inusuales. Una novela que se estructura en una sucesión de capítulos
polifónicos en los que aparecen figuras reales –políticos, banqueros,
intelectuales, líderes de opinión– convertidas en personajes de un cuento nada
inocente que narra el imparable descenso a los infiernos de un antihéroe
transfigurado en chivo expiatorio por los poderosos, en sátiro bufonesco, en
perverso polimorfo digno de humillación y befa, y en cadáver político
arrastrado al precipicio por su prepotente ambición y la insaciabilidad de su
falo.
Karnaval es la plena
confirmación del talento literario, la exigencia y la capacidad de arriesgar de
Juan Francisco Ferré; un artefacto narrativo que no dejará indiferente al
lector que ose adentrarse en sus páginas, que se deje arrastrar por su
desbordante potencia creativa. Así sucedió en Providence, su novela anterior:
«Para quienes conciben la lectura como una incursión en lo desconocido condigna
a la de la escritura, Providence, la última novela de Juan Francisco Ferré, es
un verdadero regalo... Es una novela del siglo XXI destinada a lectoras y
lectores capaces de imaginar el acceso al ámbito literario como una aguijadora
incursión por parajes fuera de lo común, en los que el artífice de la obra les
depara frecuentes motivos de sorpresa y de risa» (Juan Goytisolo).
En esta habitación de hotel que no podría
pagar ni sumando cuatro años de salario. Esta cama donde ha sucedido todo, o
una parte de todo. Donde nadie sabe todavía con exactitud qué ha podido
suceder. Indicios, sólo indicios. Eso busco. Huellas. Me pagan para eso, se lo
digo cada mañana a mi mujer. Se lo cuento cada noche a mis dos hijas, como
prueba de la importancia objetiva de papá. La pequeña mitología del padre que
vuelve a casa después de haber cumplido con su deber profesional, su relevante
papel en el mundo. Una casa a salvo de toda la mierda que recojo y examino
durante el día. Una casa lejana, comprada hace años en un suburbio decente a
las afueras de la ciudad, donde la mierda que cosecho en mi trabajo nunca
podría llegar ni con la ayuda de los malhechores que cometen los crímenes que
me permiten pagar la hipoteca con su estupidez innata. Este de hoy es un pez
gordo, no un mafioso de poca monta, ni un delincuente de barrio. Un tipo que se
trataba con las más altas instancias. Me río. Es imposible no volverse un
cínico rastreando las huellas inscritas en esta cama y sus alrededores sin
pensar en quién las dejó. Aquí somos todos iguales. Algunos peor que otros,
desde luego. Este pájaro acusado de violación y maltrato es un caso más de lo
de siempre. Ninguno de los indicios declara otra cosa. Ni siquiera bajo la
lente del microscopio, horas después, refugiado en el laboratorio haciendo
horas extra. Presiones del fiscal. Tiene prisa por justificar ante la opinión
pública su decisión de encarcelar al presunto violador. Es lógico. En esa cama
que conozco como si hubiera pasado en ella toda mi vida veo muchas más cosas de
las que vería el fiscal con su miopía disimulada. Muchas más que los propios
actores de la escena, demasiado absorbidos por las obligaciones de sus papeles
respectivos en esta comedia. Una cama es una cama. Es un problema de
perspectiva, como casi todo. El papel del fiscal es acusar. Mi papel es fundar
tal acusación con pruebas. Está todo bien planificado. Pero sólo yo he
interrogado a la cama. Sólo yo conozco la información que la cama me ha
proporcionado sin presionarla en exceso. El fiscal no tiene ni idea. El juez
tampoco. El acusado aún menos. La víctima quizá sea la única, porque se dedica
a hacer camas a diario, es su triste oficio, y quizá a deshacerlas para ganarse
un sobresueldo, que sepa algo parecido a lo que ahora creo saber. En casa, ya
en pijama, parado frente a la gran cama de matrimonio que mi mujer y yo
compramos nueva para nuestra nueva casa, me pregunto muchas cosas. Sigo
preguntándome muchas de las cosas que mi cabeza no podía dejar de plantearse
mientras examinaba la cama de la habitación que también conozco como si hubiera
vivido en ella toda la vida. Casi tanto como este dormitorio donde dejé
embarazada a mi mujer dos veces sin buscarlo en especial. En esta cama que miro
ahora como si fuera la misma me pregunto cómo puede haber formas de vida tan
distintas. Estilos de vida, como el mío y el de mi mujer y también el de mis
vecinos, todos iguales, sí, que parecen preservados de otros estilos de vida,
como el del acusado. Los vemos en televisión, en los noticiarios o en algunas
teleseries, pero pensamos que no nos conciernen. No van con nosotros. Qué
sabrán ellos. Estoy a punto de acostarme en esta cama, mientras mi mujer se
entretiene más de la cuenta en el cuarto de baño contiguo, y miro las sábanas
bien ajustadas y la colcha replegada y las almohadas bien colocadas y siento un
estremecimiento al pensar que mi mujer ha hecho la cama con el mismo amor,
pensando en mí y en ella, en la pareja perfecta que constituimos, con que la
víctima hace a diario las camas del lujoso hotel. Una cama es una cama. Todas
las camas se parecen, pero en unas ocurren cosas que me obligan a intervenir,
como hoy, y en otras no ocurre gran cosa, nada que merezca la pena investigar a
conciencia.
Eres el mejor, Cienfuegos de Kiko
Amat
ISBN 978-84-339-2401-8
PVP con IVA 17.90 €
Nº de páginas 288
Colección Contraseñas
Cienfuegos estaba
llamado a la grandeza, pero la grandeza pasó de largo. Es noviembre de 2011 en
Barcelona, y mientras el país se hunde en una crisis sin precedentes,
Cienfuegos tiene otra crisis de la que ocuparse: la suya. Su mujer, Eloísa,
acaba de echarle de casa, y ahora sale con un nuevo novio. Su hijo de tres
años, Curtis, permanece bajo la custodia materna, y Cienfuegos merodea bajo el
ex balcón familiar cada noche a las tres, mientras los ERE se multiplican en
las oficinas del periódico para el cual trabaja. Todo parece mejorar cuando se
topa con Defensa Interior, un dúo de música industrial. Pero no va a resultar
tan fácil, y Cienfuegos pronto verá que el camino hacia la redención es cuesta
arriba. Tan divertida y descacharrante como conmovedora e imprevisible, es una
tragicomedia sobre la crisis de los cuarenta, la pena, la culpa, la paternidad
y la posibilidad de indulto construida con humor triste y ritmo imparable,
además de una emotiva fábula moral dibujada en el paisaje del 15M.
Vistas distópicas del interior de
«La Nación»
–Campeones –dice Juana Bayo, y se
ríe, sus napias todavía acariciando la madera de la puerta.
Trato de imitarla y sonreír, con
resultados francamente decepcionantes. Aúpo los hombros, suspiro y los dos
echamos a andar hacia la calle, cruzando la redacción. La mitad de las mesas
están vacías desde que tuvo lugar la última regulación de empleo, hace una
semana. El efecto es apocalíptico, como si hubiera caído una de esas bombas que
exterminan a la población pero dejan el paisaje inmaculado.
–Si no fuera por esto, anda que no
le habrían dado ya morcilla a Ese Imbécil –dice Juana Bayo, señalando a la mesa
vacía de uno de los despedidos. Aún no la han limpiado, y está sembrada de
Post-its, bolígrafos Pilot, hojas promocionales y un muñeco violeta peludo de
largos brazos, pegado a la parte superior de la pantalla, cuya pancarta
anuncia: Al Mejor Papi. Trato de recordar quién la ocupaba, pero me es
imposible; su ex dueño ha sido extirpado de la historia y el espacio que
ocupaba ha sido cauterizado, todo ese oxígeno antropomórfico se ha cerrado
sobre su antigua presencia como una costra a medio curar.
–Alégrate de que no te tocó a ti
–contesto, pasando el dedo sobre el polvo de una de las mesas. En la madera
polvorienta queda dibujada una curva peligrosa en forma de C.
–¿Has encontrado
piso ya? –me
pregunta, y frota
uno de mis omoplatos, como si fuese
un ala de golondrina herida. Todos en la redacción saben que acabo de
separarme. Todos lo saben porque a la mañana siguiente de que me dejara Eloísa
me puse a llorar a gritos en el lavabo para hombres, y tuvieron que venir a
consolarme las tres telefonistas de la cuarta y una señora de la limpieza.
Desde allí, la voz no hizo más que
correr y correr.
–Aún no. No puedo pagar lo que me
piden, y eso que Eloísa no me está apretando las tuercas con la manutención.
Estoy en el sofá de Eugenio Cuchillo, por el momento.
–Ah –aparece el característico
semblante de duda, cejas aupadas y fruncidas a la vez, que siempre acompaña a
la mención de Eugenio Cuchillo–. ¿Y cómo lo llevas?
–Bueno –contesto, inclinando la
cabeza a un lado–. Voy tirando.
El bucle prodigioso (Veinte años
después de "Elogio y refutación del ingenio") de José Antonio Marina
y María Teresa Rodríguez de Castro
PVP con IVA 16.90 €
Nº de páginas 192
Colección Argumentos
Hace veinte años, José
Antonio Marina publicó su primer libro, Elogio y refutación del ingenio.
Fue el comienzo de una copiosa producción filosófica, dispersa en temas y
estilos. Sin embargo, Marina siempre ha afirmado la necesidad de elaborar un
sistema filosófico, si no quiere uno perderse en una colección de fragmentos
ingeniosos. Todo filósofo debe decir cómo sabe lo que dice que sabe, si quiere
sobrepasar el nivel de la autobiografía. Marina ha presumido siempre de
trabajar en un sistema de filosofía que partiría de la neurología y acabaría en
la ética. María Teresa Rodríguez de Castro intenta en este libro hacer su
cartografía para saber si esa pretensión es verdadera o es un mero espejismo,
mientras que José Antonio Marina se ha encargado de hacer la biografía de esas
ideas. El resultado es una teoría de la inteligencia que se crea a sí misma,
que inventa sin parar, y que convierte la ficción en la esencia del ser humano.
En eso consiste el bucle prodigioso. De él deriva nuestra grandeza y también
nuestra precariedad.
Esto me ha recordado el caso de
Gertrude Stein, que en su Autobiografía de Alice B. Toklas, su amante, se niega
a aceptar que las personas reales deban ser tratadas de manera real. Incluida
ella misma. Gertrude Stein convirtió a todas las personas a su alrededor en
caracteres de su propia ficción. ¿Y si en vez de que el arte aspirara a
parecerse a la vida fuese la vida la que aspirase a parecerse al arte,
tendiendo hacia un foco controlado de libertad, lejos de la tiranía de la materia? ¿Y si el chiste de la vida
imitando al arte fuese un chiste mejor del que imaginamos?, escribe Jeanette
Winterson en su recopilación de ensayos Art Objects (First Vintage
International, Nueva York, 1995, pp. 45-60). JAM decide a veces, como Gertrude
Stein, ficcionalizarse a sí mismo, jugando dentro de un género que no suele
permitir ese tipo de juegos. A su juicio, el rigor científico, la presentación
de evidencias, no está reñido con las licencias literarias, que siempre son un
guiño al lector. Como la invención de ese detective cultural con su mismo
nombre, fundador de
una peculiar agencia
de detectives, con un componente infantil, al que «le
encantaría fundar una empresa que unificara el National Geographic, Walt Disney
Productions y Amnistía Internacional. Todo a la vez: ciencia, imaginación,
adecentamiento del mundo y empresas rentables. Es, pues, un megalómano
estructural e irrecuperable» (Memorias de un investigador privado detective a
sueldo de su agencia para averiguar lo que pretendía un grupo de mujeres, que,
entre conferencias y tazas de té, se reunían para «conspirar» en un peculiar
club en el Madrid de los años anteriores a la guerra civil española (La
conspiración de las lectoras).
Marina ha escogido diferentes
formatos, libros, artículos de periódico, guiones de televisión, o crítica
literaria. «Quería comprobar si era posible hacer filosofía sistemática en un
periódico, a trozos, en contacto con los problemas diarios, en comunicación con
los lectores, interactuando con la realidad. Incluso llegué a hacer durante
tres años crítica semanal de libros, un quehacer laborioso y poco lucido. Mi
intención principal era ponerme a salvo de mis aficiones y creencias. El gran
peligro de todos, y en especial de los intelectuales, es acabar refugiándonos
en nuestras propias ideas, incapaces ya de comprender razonamientos ajenos, de
aceptar ideas nuevas, de estar dispuestos a explorar otros caminos. A la pereza
del pensamiento la llamamos con demasiada frecuencia “firmes convicciones”.
Filosofando al hilo de la actualidad, leyendo libros que tal vez no tenía ganas
de leer, quise obligarme a meditar sobre temas propuestos por otros, muchas
veces incómodos por la dificultad o porque me apartaban de los asuntos sobre
los que estaba trabajando. Con este método, tal vez ingenuo, pretendí acercarme
a la complejidad de lo real sin haberla previamente simplificado con el filtro
de mis prejuicios e intereses» (Crónicas de la ultramodernidad, p. 9).
City de Alessandro Baricco
ISBN 978-84-339-7701-4
PVP con IVA 9.90 €
Nº de páginas 336
Colección Compactos
Traducción Xavier González
Rovira
Este prodigioso libro
está construido como una ciudad, como la idea de una ciudad. Las historias son
barrios, los personajes son calles. Lo demás es tiempo que pasa, ganas de
vagabundear y necesidad de mirar. Está ambientado en nuestros días. Hay
automóviles, teléfonos, autobuses, un televisor, aunque no ordenadores, y hasta
hay un par de barrios, en City, que se deslizan hacia atrás en el tiempo. En
uno hay una historia de boxeo, en la época de la radio. En el otro hay un
western. En cuanto a los personajes –a las calles–, hay un poco de todo. Hay
uno que es un gigante, uno que está mudo, un barbero que los jueves corta el pelo
gratis, un general del ejército, muchos profesores, gente que juega con
balones, un niño negro que tira a la canasta y siempre la mete...
La pista de hielo de Roberto Bolaño
ISBN 978-84-339-7703-8
PVP con IVA 7.90 €
Nº de páginas 208
Colección Compactos
Tres versiones de un
crimen: la de un chileno con pretensiones de escritor; la de un mexicano,
también poeta, que sobrevive como vigilante nocturno en un camping, y la de un
emprendedor catalán metido a político, capaz de todo por llamar la atención de
una bella y caprichosa patinadora. Esta novela contiene las claves del universo
literario de Bolaño: las voces entrelazadas que anuncian polifonías
posteriores, la clave policíaca, los amores rotos, las ilusiones perdidas, y
también su capacidad de observar la realidad e interpretarla de forma singular,
su pulso narrativo o su humor feroz para atrapar al lector desde la primera
página.
«En esta novela
Bolaño... concentra su mundo particular, su poética descarnada y hermosa» (J.
M. Pozuelo Yvancos, Revista de Libros).
«Bolaño es Bolaño... en
todo momento. Y no decepciona jamás» (Ramón Loureiro, La Voz de Galicia).
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