martes, 27 de noviembre de 2012

Novedades, noviembre de 2012: Anagrama (y II)



El sentido de un final de Julian Barnes

ISBN 978-84-339-7852-3
PVP con IVA 16.90 €
Nº de páginas 192
Colección  Panorama de narrativas
Traducción Jaime Zulaika

Tony Webster y su pandilla conocieron a Adrian en el instituto. Hambrientos de sexo y literatura, atravesaron juntos la adolescencia y se prometieron seguir siendo amigos para siempre.
Pero cuando la vida de Adrian dio un vuelco trágico, todos, especialmente Tony, miraron hacia otro lado, se alejaron. Ahora Tony vive solo en un pacífico y próspero retiro, tras una vida opaca que poco tiene que ver con la que fantaseaba en su juventud. Y un día recibe una carta de un abogado: Sarah Ford, la madre de Veronica, su primera novia, le ha legado quinientas libras y un sobre con un manuscrito. Le entregan el dinero y una carta de Sarah, pero el manuscrito nunca llega. Y Tony averigua que son los diarios de Adrian, que ahora están en manos de Veronica y no piensa entregárselos. Y estos diarios son el oscuro, enigmático corazón de una novela espléndida, premiada con el prestigioso Man Boo­ker.
«Nos atrapa como una novela policíaca, una indagación sobre la memoria y la moral que hace estallar un apocalipsis íntimo» (Boyd Tonkin, The Independent).
«Un libro breve, pero no ligero. Julian Barnes revela verdades cristalinas que han tardado toda una vida en endurecerse» (Liesl Schillinger, The New York Times).
«Original, fértil, memorable» (Justin Jordan, The Guardian).


Una tarde, Old Joe Hunt, como si recogiera el guante del primer reto de Adrian, nos pidió que debatiéramos sobre los orígenes de la Primera Guerra Mundial: concretamente, sobre la responsabilidad del asesino del archiduque Francisco Fernando en el estallido de la contienda. En aquel tiempo, casi todos éramos absolutistas. Nos gustaban el sí versus el no, el elogio versus la culpa, la culpabilidad versus la inocencia o, en el caso de Marshall, el descontento versus el gran descontento. Nos gustaban los juegos que terminaban en una victoria o una derrota, no en un empate. Y por eso, para algunos, el pistolero serbio cuyo nombre hace mucho que se borró de mi memoria tenía una responsabilidad individual del cien por cien: suprímelo de la ecuación y la guerra nunca se habría producido. Otros preferían atribuir el cien por cien de la responsabilidad a las fuerzas históricas, que habían introducido a los países antagónicos en un cauce de colisión inevitable: «Europa era un barril de pólvora a punto de estallar», y todo eso. Los más anárquicos, como Colin, argumentaban que todo dependía del azar, que el mundo existía en un estado de caos perpetuo y que únicamente un instinto narrativo primitivo, sin duda un efecto residual de la religión, confería un sentido retrospectivo a lo que podría o no podría haber sucedido.
Hunt asintió brevemente ante la tentativa de Colin de minimizarlo todo, como si la incredulidad morbosa fuese un subproducto natural de la adolescencia, algo de lo que había que desprenderse. Maestros y padres solían recordarnos irritantemente que ellos también habían sido jóvenes y por tanto podían hablar con autoridad. Es sólo una fase, insistían. Se os pasará; la vida os enseñará realidad y realismo. Pero por entonces nos negábamos a reconocer que alguna vez habían sido como nosotros, y sabíamos que nuestra comprensión de la vida –y de la verdad, la moralidad y el arte– era mucho más clara que la de nuestros comprometidos mayores.

Elisabeth de Paolo Sortino

ISBN 978-84-339-7850-9
PVP con IVA 17.90 €
Nº de páginas 240
Colección  Panorama de narrativas
Traducción Juan Manuel Salmerón

Esta turbadora novela reconstruye uno de los casos de la crónica de sucesos más atroces de estos últimos años: en agosto de 1984, en una pequeña ciudad austriaca, Josef Fritzl rapta a Elisabeth, su hija de dieciocho años, y la encierra en un búnker nuclear proyectado por él y construido en los cimientos de su propia vivienda. La mantendrá prisionera durante casi veinticuatro años, y de las repetidas relaciones incestuosas a las que la obligará nacerán siete hijos. Elisabeth es la protagonista absoluta de una historia que agarra al lector y lo lanza a un laberinto de amor y locura, de terror y deseo.
«Los méritos literarios de la novela están todos en la fuerza con que Sortino alcanza un inestable equilibrio entre el doble tabú incesto-muerte y el lenguaje adoptado para expresarlo» (Luigi Pingitore).
«La novela de Paolo Sortino tiene la valentía inconsciente y perfecta de un incendio que devora los cuerpos y el tiempo» (Giorgio Vasta, Il Manifesto).
«Cada palabra de esta novela es per­s­picaz. El dolor se transforma en placer, igual que en un Sade del alma. Un escritor de raza» (Alcide Pierantozi, Rolling Stone).


EL REGALO DE CUMPLEAÑOS
A primera hora de la tarde trajeron el material. Josef contrató a albañiles que encontraba trabajando en la calle, a los que pagaría a diario. Los había escogido con cuidado, a dedo. De buen grado les habría examinado la boca, mirado los dientes, como se hace con los caballos que se compran. Había elegido a los más fuertes, no a los más jóvenes, porque no quería ver por casa a muchachos de la edad de Elisabeth que pudieran atraer su mirada. De los que tenían algún defecto corporal, o algo feo en la cara, se hacía más amigo, y les regalaba cartones de tabaco y botellas de licor, que luego daban pie a peleas que él debía apaciguar. Rosemarie no comprendía el porqué de aquellas propinas que daba además del sueldo pactado, y trató de decirle que le parecían un gasto inútil. Enfurecido por aquella secretaria demasiado diligente que se entrometía, tuvo que sentarle la mano. No soportaba oírla hablar de dinero, siempre de dinero. A saber lo que diría si supiera el capital que se había gastado ya en construir la otra parte del sótano, la secreta, sobre la que, guiñándoles el ojo, había pedido a los albañiles particular discreción, «porque ya sabéis cómo son las mujeres, se meten en todo, no entienden nada y se preocupan sin motivo».
Todo marchaba según el plan que había trazado y pegado en lo alto de la escalera exterior, que comunicaba el rellano de la entrada principal con el sótano. Subía y bajaba constantemente para marcar a lápiz las sucesivas fases de las obras. Día tras día se gastaban sacos de cemento según sus instrucciones. Parecía imposible llevar bajo tierra tanto material por la sencilla puerta de entrada, que se había convertido en un agujero negro tras el cual la materia cambiaba de forma.
Hasta que, tal como había empezado, todo terminó. Barrieron el polvo que los sacos habían dejado en el suelo, el viento se llevó los restos y todo volvió a la normalidad. El patio quedó de nuevo despejado y el jardín volvió a respirar, aunque aún quedó apilado en un rincón parte del material: media tonelada de yeso y cemento rápido, tela metálica para encofrar, doscientos metros de tubo corrugado y cable eléctrico.
Josef realizó solo los últimos trabajos: levantó una pared de medio metro de grosor delante de las habitaciones, y luego otras dos del mismo grosor, y las comunicó por medio de tres puertas blindadas de no más de metro y veinte de altas, que él mismo diseñó y cuyos componentes ensambló. En la exterior instaló incluso un sistema de apertura electrónico, con teclado y códigos digitales. Entre las paredes quedaron dos espacios que tenían una doble función: aislar acústicamente los recintos y servir de trastero.
La parte nueva constaba de tres cuartos sucesivos comunicados por pasillos de apenas cincuenta centímetros de ancho. El búnker propiamente dicho, que ocupaba una superficie de treinta y cinco metros cuadrados y no tenía más de un metro setenta de alto, estaba dividido en dos habitaciones, una a la que se accedía al entrar, y otra al fondo, en la que estaban las camas. En el espacio que las separaba había una cocina a un lado y un pequeño baño al otro, ocupando sendos entrantes. Los habían construido en medio porque por allí bajaban los desagües de los pisos superiores.
La última pared que Josef había añadido después de despedir a los albañiles, para que ni ellos supieran lo escondida que debía quedar la entrada, seguía exactamente el perímetro del antiguo sótano. Parecía el muro de siempre. Josef no dejó más que una pequeña puerta, que tapó con una estantería vieja.

Karnaval de Juan Francisco Ferré

ISBN 978-84-339-9755-2
PVP con IVA 24.90 €
Nº de páginas 536
Colección  Narrativas hispánicas

El punto de partida de esta novela es un personaje real: uno de los hombres más poderosos del mundo, que saltó a los telediarios, a las páginas de sucesos, los debates y los chismorreos de todo el planeta tras ser detenido cuando tomaba apresuradamente un avión de regreso a su país, acusado de violar a una trabajadora emigrante de raza negra en la habitación de un lujoso hotel de Nueva York.
A partir de este personaje y de este suceso, Juan Francisco Ferré pone en marcha un exuberante mecanismo de fabulación y recursos narrativos no para limitarse a recrear la historia sino para abordarla con la fuerza transformadora de la literatura. En una propuesta arrolladoramente radical en la forma y en el fondo, el personaje real se transforma en DK, el gran dios K, y las páginas del libro nos sumergen en su peripecia y escarnio público a través del espejo deformante del callejón del gato valleinclanesco, de la risa inquietante de lo kafkiano, del delirante festín gargantuesco y de la desmesura sadiana, y así este Karnaval con k nos habla de los excesos, los pecados y los males de la sociedad contemporánea a través de la máscara carnavalesca.
Panfleto político que lanza una mirada despiadada sobre los desmanes del neocapitalismo y los ritos del poder; fábula perversa sobre la sexualidad como desmesura y como ejercicio de dominio y depredación; sagaz y feroz indagación sobre la hipocresía, la manipulación y las dobles morales de las hiperinformadas y por lo tanto desinformadas sociedades actuales, el libro es además y por encima de todo una prodigiosa novela, de una fuerza, vocación experimentadora y ambición absolutamente inusuales. Una novela que se estructura en una sucesión de capítulos polifónicos en los que aparecen figuras reales –políticos, banqueros, intelectuales, líderes de opinión– convertidas en personajes de un cuento nada inocente que narra el imparable descenso a los infiernos de un antihéroe transfigurado en chivo expiatorio por los poderosos, en sátiro bufonesco, en perverso polimorfo digno de humillación y befa, y en cadáver político arrastrado al precipicio por su prepotente ambición y la insaciabilidad de su falo.
Karnaval es la plena confirmación del talento literario, la exigencia y la capacidad de arriesgar de Juan Francisco Ferré; un artefacto narrativo que no dejará indiferente al lector que ose adentrarse en sus páginas, que se deje arrastrar por su desbordante potencia creativa. Así sucedió en Providence, su novela anterior: «Para quienes conciben la lectura como una incursión en lo desconocido condigna a la de la escritura, Providence, la última novela de Juan Francisco Ferré, es un verdadero regalo... Es una novela del siglo XXI destinada a lectoras y lectores capaces de imaginar el acceso al ámbito literario como una aguijadora incursión por parajes fuera de lo común, en los que el artífice de la obra les depara frecuentes motivos de sorpresa y de risa» (Juan Goytisolo).


En esta habitación de hotel que no podría pagar ni sumando cuatro años de salario. Esta cama donde ha sucedido todo, o una parte de todo. Donde nadie sabe todavía con exactitud qué ha podido suceder. Indicios, sólo indicios. Eso busco. Huellas. Me pagan para eso, se lo digo cada mañana a mi mujer. Se lo cuento cada noche a mis dos hijas, como prueba de la importancia objetiva de papá. La pequeña mitología del padre que vuelve a casa después de haber cumplido con su deber profesional, su relevante papel en el mundo. Una casa a salvo de toda la mierda que recojo y examino durante el día. Una casa lejana, comprada hace años en un suburbio decente a las afueras de la ciudad, donde la mierda que cosecho en mi trabajo nunca podría llegar ni con la ayuda de los malhechores que cometen los crímenes que me permiten pagar la hipoteca con su estupidez innata. Este de hoy es un pez gordo, no un mafioso de poca monta, ni un delincuente de barrio. Un tipo que se trataba con las más altas instancias. Me río. Es imposible no volverse un cínico rastreando las huellas inscritas en esta cama y sus alrededores sin pensar en quién las dejó. Aquí somos todos iguales. Algunos peor que otros, desde luego. Este pájaro acusado de violación y maltrato es un caso más de lo de siempre. Ninguno de los indicios declara otra cosa. Ni siquiera bajo la lente del microscopio, horas después, refugiado en el laboratorio haciendo horas extra. Presiones del fiscal. Tiene prisa por justificar ante la opinión pública su decisión de encarcelar al presunto violador. Es lógico. En esa cama que conozco como si hubiera pasado en ella toda mi vida veo muchas más cosas de las que vería el fiscal con su miopía disimulada. Muchas más que los propios actores de la escena, demasiado absorbidos por las obligaciones de sus papeles respectivos en esta comedia. Una cama es una cama. Es un problema de perspectiva, como casi todo. El papel del fiscal es acusar. Mi papel es fundar tal acusación con pruebas. Está todo bien planificado. Pero sólo yo he interrogado a la cama. Sólo yo conozco la información que la cama me ha proporcionado sin presionarla en exceso. El fiscal no tiene ni idea. El juez tampoco. El acusado aún menos. La víctima quizá sea la única, porque se dedica a hacer camas a diario, es su triste oficio, y quizá a deshacerlas para ganarse un sobresueldo, que sepa algo parecido a lo que ahora creo saber. En casa, ya en pijama, parado frente a la gran cama de matrimonio que mi mujer y yo compramos nueva para nuestra nueva casa, me pregunto muchas cosas. Sigo preguntándome muchas de las cosas que mi cabeza no podía dejar de plantearse mientras examinaba la cama de la habitación que también conozco como si hubiera vivido en ella toda la vida. Casi tanto como este dormitorio donde dejé embarazada a mi mujer dos veces sin buscarlo en especial. En esta cama que miro ahora como si fuera la misma me pregunto cómo puede haber formas de vida tan distintas. Estilos de vida, como el mío y el de mi mujer y también el de mis vecinos, todos iguales, sí, que parecen preservados de otros estilos de vida, como el del acusado. Los vemos en televisión, en los noticiarios o en algunas teleseries, pero pensamos que no nos conciernen. No van con nosotros. Qué sabrán ellos. Estoy a punto de acostarme en esta cama, mientras mi mujer se entretiene más de la cuenta en el cuarto de baño contiguo, y miro las sábanas bien ajustadas y la colcha replegada y las almohadas bien colocadas y siento un estremecimiento al pensar que mi mujer ha hecho la cama con el mismo amor, pensando en mí y en ella, en la pareja perfecta que constituimos, con que la víctima hace a diario las camas del lujoso hotel. Una cama es una cama. Todas las camas se parecen, pero en unas ocurren cosas que me obligan a intervenir, como hoy, y en otras no ocurre gran cosa, nada que merezca la pena investigar a conciencia.

Eres el mejor, Cienfuegos de Kiko Amat

ISBN 978-84-339-2401-8
PVP con IVA 17.90 €
Nº de páginas 288
Colección  Contraseñas

Cienfuegos estaba llamado a la grandeza, pero la grandeza pasó de largo. Es noviembre de 2011 en Barcelona, y mientras el país se hunde en una crisis sin precedentes, Cienfuegos tiene otra crisis de la que ocuparse: la suya. Su mujer, Eloísa, acaba de echarle de casa, y ahora sale con un nuevo novio. Su hijo de tres años, Curtis, permanece bajo la custodia materna, y Cienfuegos merodea bajo el ex balcón familiar cada noche a las tres, mientras los ERE se multiplican en las oficinas del periódico para el cual trabaja. Todo parece mejorar cuando se topa con Defensa Interior, un dúo de música industrial. Pero no va a resultar tan fácil, y Cienfuegos pronto verá que el camino hacia la redención es cuesta arriba. Tan divertida y descacharrante como conmovedora e imprevisible, es una tragicomedia sobre la crisis de los cuarenta, la pena, la culpa, la paternidad y la posibilidad de indulto construida con humor triste y ritmo imparable, además de una emotiva fábula moral dibujada en el paisaje del 15M.


Vistas distópicas del interior de «La Nación»
–Campeones –dice Juana Bayo, y se ríe, sus napias todavía acariciando la madera de la puerta.
Trato de imitarla y sonreír, con resultados francamente decepcionantes. Aúpo los hombros, suspiro y los dos echamos a andar hacia la calle, cruzando la redacción. La mitad de las mesas están vacías desde que tuvo lugar la última regulación de empleo, hace una semana. El efecto es apocalíptico, como si hubiera caído una de esas bombas que exterminan a la población pero dejan el paisaje inmaculado.
–Si no fuera por esto, anda que no le habrían dado ya morcilla a Ese Imbécil –dice Juana Bayo, señalando a la mesa vacía de uno de los despedidos. Aún no la han limpiado, y está sembrada de Post-its, bolígrafos Pilot, hojas promocionales y un muñeco violeta peludo de largos brazos, pegado a la parte superior de la pantalla, cuya pancarta anuncia: Al Mejor Papi. Trato de recordar quién la ocupaba, pero me es imposible; su ex dueño ha sido extirpado de la historia y el espacio que ocupaba ha sido cauterizado, todo ese oxígeno antropomórfico se ha cerrado sobre su antigua presencia como una costra a medio curar.
–Alégrate de que no te tocó a ti –contesto, pasando el dedo sobre el polvo de una de las mesas. En la madera polvorienta queda dibujada una curva peligrosa en forma de C.
–¿Has  encontrado  piso  ya?  –me  pregunta,  y  frota  uno  de mis omoplatos, como si fuese un ala de golondrina herida. Todos en la redacción saben que acabo de separarme. Todos lo saben porque a la mañana siguiente de que me dejara Eloísa me puse a llorar a gritos en el lavabo para hombres, y tuvieron que venir a consolarme las tres telefonistas de la cuarta y una señora de la limpieza. 
Desde allí, la voz no hizo más que correr y correr.
–Aún no. No puedo pagar lo que me piden, y eso que Eloísa no me está apretando las tuercas con la manutención. Estoy en el sofá de Eugenio Cuchillo, por el momento.
–Ah –aparece el característico semblante de duda, cejas aupadas y fruncidas a la vez, que siempre acompaña a la mención de Eugenio Cuchillo–. ¿Y cómo lo llevas?
–Bueno –contesto, inclinando la cabeza a un lado–. Voy tirando.

El bucle prodigioso (Veinte años después de "Elogio y refutación del ingenio") de José Antonio Marina y María Teresa Rodríguez de Castro

ISBN 978-84-339-6349-9
PVP con IVA 16.90 €
Nº de páginas 192
Colección  Argumentos

Hace veinte años, José Antonio Marina publicó su primer libro, Elogio y refutación del ingenio. Fue el comienzo de una copiosa producción filosófica, dispersa en temas y estilos. Sin embargo, Marina siempre ha afirmado la necesidad de elaborar un sistema filosófico, si no quiere uno perderse en una colección de fragmentos ingeniosos. Todo filósofo debe decir cómo sabe lo que dice que sabe, si quiere sobrepasar el nivel de la autobiografía. Marina ha presumido siempre de trabajar en un sistema de filosofía que partiría de la neurología y acabaría en la ética. María Teresa Rodríguez de Castro intenta en este libro hacer su cartografía para saber si esa pretensión es verdadera o es un mero espejismo, mientras que José Antonio Marina se ha encargado de hacer la biografía de esas ideas. El resultado es una teoría de la inteligencia que se crea a sí misma, que inventa sin parar, y que convierte la ficción en la esencia del ser humano. En eso consiste el bucle prodigioso. De él deriva nuestra grandeza y también nuestra precariedad.


Esto me ha recordado el caso de Gertrude Stein, que en su Autobiografía de Alice B. Toklas, su amante, se niega a aceptar que las personas reales deban ser tratadas de manera real. Incluida ella misma. Gertrude Stein convirtió a todas las personas a su alrededor en caracteres de su propia ficción. ¿Y si en vez de que el arte aspirara a parecerse a la vida fuese la vida la que aspirase a parecerse al arte, tendiendo hacia un foco controlado de libertad, lejos de la tiranía de  la materia? ¿Y si el chiste de la vida imitando al arte fuese un chiste mejor del que imaginamos?, escribe Jeanette Winterson en su recopilación de ensayos Art Objects (First Vintage International, Nueva York, 1995, pp. 45-60). JAM decide a veces, como Gertrude Stein, ficcionalizarse a sí mismo, jugando dentro de un género que no suele permitir ese tipo de juegos. A su juicio, el rigor científico, la presentación de evidencias, no está reñido con las licencias literarias, que siempre son un guiño al lector. Como la invención de ese detective cultural con su mismo nombre,  fundador  de  una  peculiar  agencia  de  detectives,  con un componente infantil, al que «le encantaría fundar una empresa que unificara el National Geographic, Walt Disney Productions y Amnistía Internacional. Todo a la vez: ciencia, imaginación, adecentamiento del mundo y empresas rentables. Es, pues, un megalómano estructural e irrecuperable» (Memorias de un investigador privado detective a sueldo de su agencia para averiguar lo que pretendía un grupo de mujeres, que, entre conferencias y tazas de té, se reunían para «conspirar» en un peculiar club en el Madrid de los años anteriores a la guerra civil española (La conspiración de las lectoras).
Marina ha escogido diferentes formatos, libros, artículos de periódico, guiones de televisión, o crítica literaria. «Quería comprobar si era posible hacer filosofía sistemática en un periódico, a trozos, en contacto con los problemas diarios, en comunicación con los lectores, interactuando con la realidad. Incluso llegué a hacer durante tres años crítica semanal de libros, un quehacer laborioso y poco lucido. Mi intención principal era ponerme a salvo de mis aficiones y creencias. El gran peligro de todos, y en especial de los intelectuales, es acabar refugiándonos en nuestras propias ideas, incapaces ya de comprender razonamientos ajenos, de aceptar ideas nuevas, de estar dispuestos a explorar otros caminos. A la pereza del pensamiento la llamamos con demasiada frecuencia “firmes convicciones”. Filosofando al hilo de la actualidad, leyendo libros que tal vez no tenía ganas de leer, quise obligarme a meditar sobre temas propuestos por otros, muchas veces incómodos por la dificultad o porque me apartaban de los asuntos sobre los que estaba trabajando. Con este método, tal vez ingenuo, pretendí acercarme a la complejidad de lo real sin haberla previamente simplificado con el filtro de mis prejuicios e intereses» (Crónicas de la ultramodernidad, p. 9).

City de Alessandro Baricco

ISBN 978-84-339-7701-4
PVP con IVA 9.90 €
Nº de páginas 336
Colección  Compactos
Traducción Xavier González Rovira

Este prodigioso libro está construido como una ciudad, como la idea de una ciudad. Las historias son barrios, los personajes son calles. Lo demás es tiempo que pasa, ganas de vagabundear y necesidad de mirar. Está ambientado en nuestros días. Hay automóviles, teléfonos, autobuses, un televisor, aunque no ordenadores, y hasta hay un par de barrios, en City, que se deslizan hacia atrás en el tiempo. En uno hay una historia de boxeo, en la época de la radio. En el otro hay un western. En cuanto a los perso­najes –a las calles–, hay un poco de todo. Hay uno que es un gigante, uno que está mudo, un barbero que los jueves corta el pelo gratis, un general del ejército, muchos profesores, gente que juega con balones, un niño negro que tira a la canasta y siempre la mete... 


La pista de hielo de Roberto Bolaño

ISBN 978-84-339-7703-8
PVP con IVA 7.90 €
Nº de páginas 208
Colección  Compactos
 
Tres versiones de un crimen: la de un chileno con pretensiones de escritor; la de un mexicano, también poeta, que sobrevive como vigilante nocturno en un camping, y la de un emprendedor catalán metido a político, capaz de todo por llamar la atención de una bella y caprichosa patinadora. Esta novela contiene las claves del universo literario de Bolaño: las voces entrelazadas que anuncian polifonías posteriores, la clave policíaca, los amores rotos, las ilusiones perdidas, y también su capacidad de observar la realidad e interpretarla de forma singular, su pulso narrativo o su humor feroz para atrapar al lector desde la primera página.
«En esta novela Bolaño... concentra su mundo particular, su poética descarnada y hermosa» (J. M. Pozuelo Yvancos, Revista de Libros).
«Bolaño es Bolaño... en todo momento. Y no decepciona jamás» (Ramón Loureiro, La Voz de Galicia).

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