miércoles, 12 de junio de 2013

Novedades, junio de 2013: Impedimenta (II)



Andanzas del impresor Zollinger de Pablo d'Ors 

ISBN: 978-84-15578-68-0
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 144
PVP: 17,95 €

Para salvar su propia vida, el joven August Zollinger abandona su pueblo natal y permanece lejos durante siete años, emprendiendo en solitario un camino de aventuras y descubrimientos que le llevará a ejercer todo tipo de oficios. Lo que se impone como un amargo exilio terminará por convertirse en una ruta de iluminación: conocerá el amor verdadero en la minúscula garita de una estación de ferrocarril, donde recibe todos los días la llamada oficial de una misteriosa telefonista; paladeará la camaradería y la amistad más fiel en las filas del ejército; descubrirá el misterio de la naturaleza en la evanescente grandeza de los bosques… Y, sobre todo, aprenderá a valorar la dignidad de los oficios pequeños y humildes. Los pertrechos que irá ganando a lo largo de este recorrido harán de él un hombre íntegro que puede por fin regresar a casa y convertirse en un buen impresor, el oficio con el que ha soñado desde la infancia.


Ya fuera por los altísimos techos de la imprenta de los Staufer o por la misteriosa y mortecina luz de sus talleres, o quizá por el fuerte olor a tinta que desprendía el local, el caso es que, desde niño, August se sintió irremisiblemente atraído por el oficio de impresor. Ya con seis años eran muchas las tardes que pasaba sentado sobre un taburete en un rincón de la imprenta, viendo como el viejo Staufer prensaba el papel y extraía grandes pliegos de unos rollos inmensos que tenía clavados en la pared y que poblaron a menudo los sueños de su infancia. Fascinado por el proceso de producción del libro, el pequeño observaba como el viejo preparaba amorosamente el papel, colocándolo en la prensa, para eliminar así el aire que pudiera quedar entre las hojas. Con ojos grandes como platos seguía el movimiento de las manos expertas del impresor, introduciendo los cordeles en la textura y ajustando la distancia entre unos y otros, no sin antes haber impregnado el cordel en cera, para vencer de este modo las naturales resistencias del papel. De todas aquellas lecciones mudas, August aprendió, por ejemplo, que la costura podía hacerse de un extremo al otro del libro (a la española), alterna cada dos pliegos (a la francesa), o incluso con cintas (para libros de especial grosor). Rompiendo su habitual hermetismo, Staufer padre le explico en cierta ocasión como los acabados podían ser en rustica, en tela o incluso en piel —si es que el cliente era adinerado—, permitiendo que le ayudara a pegar el primer pliego a la primera hoja, para asegurar la consistencia del tomo. Pero lo que más le gustaba al niño Zollinger era, sin duda, el momento en que el viejo impresor golpeaba el lomo con un martillo diminuto, para así dar al volumen la justa flexibilidad.
Por otro lado, el ruido de la maquinaria tipográfica, así como la fragancia de la tinta fresca extendida en los rodillos, quedarían indeleblemente grabados en la memoria del hijo de los Zollinger. Así las cosas, mientras Rudolf Staufer, con quien compartía el pupitre de la escuela, se iba a los bosques a jugar con el resto de los muchachos, el pequeño August contemplaba al padre de Rudolf en el desarrollo de su oficio, admirando la maestría con que encolaba los cartones con una brocha o con que cosía los cordones a las páginas, por ejemplo, o su habilidad para que un fardo de papeles quedara perfectamente ordenado en una pila; o, y esto era lo que prefería, embriagándose con aquel olor a tinta que impregnaba la atmosfera.

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