lunes, 31 de diciembre de 2012

Nochebuena roja y blanca Navidad - Segunda parte: Blanca Navidad (y VIII)



Mike Foster caminaba lentamente por la calle abarrotada de gente. Era diciembre y anochecía. Los adaptadores brillaban en todos los escaparates. De todas las formas y tamaños, para toda clase de refugios. De todos los precios, para todas las economías. La muchedumbre estaba alegre y emocionada, todo sonrisas, cargada de paquetes y abrigos, la típica muchedumbre de todas las Navidades. Copos de nieve pintaban de blanco el aire. Los coches avanzaban con precaución por las calles abarrotadas. Luces, letreros de neón e inmensos escaparates iluminados brillaban por todas partes

Cuentos completos III (Foster, estás muerto)
Philip K. Dick

(y VIII)

En la madrugada del 31 de diciembre, frente al portal se encontraban vigilando la salida del sospechoso, también la del garaje del edificio, estaban ya cansados de estar todo el día, la noche les alcanzó pero pese a ello mantenían la vista fija hasta que un deportivo negro salió a toda velocidad del garaje, pusieron las sirenas en marcha y avisaron a todas la unidades para avisarles, además de indicarles en que dirección se dirigía el sospechoso.

—Sargento Ortiz, aviso a todas las unidades que se encuentren cerca de la Gran Vía, sospechoso en un Chevrolet negro dirección Cibeles.
Dejo el walkie a un lado mientras miraba hacía delante, el deportivo esquivaba a cada una de las personas, se dijo a si mismo que debía mantenerse despierto y alertar a todos a pesar de haber descansado un par de horas y haberse tomado una buena taza de café. Debía estar ahí, y tratar de que su compañero, que conducía lo mejor que podía a pesar de la concentración de vehículos que tenía Madrid a esas horas de la mañana.

Las sirenas acallaban a los pocos viandantes de aquella madrugada, todos se fijaron en el azul y el blanco de la luz que giraba y cambiaba constantemente a su alrededor. Iban cuatro coches de policía tras un Chevrolet de color negro, a toda velocidad. El primero esquivaba a los automóviles que se le cruzaban hasta que un taxi se cruzó con el sospechoso, el sospechoso chocó con el taxi, por ello perdió la parte trasera en mil pedazos, casi destruyen el automóvil entero con los coches de policía que iban tras él.

Su acompañante dio un grito insultando al asesino, parecía que estaba concentrado en la carretera aún más, se había propuesto coger a ese desgraciado a pesar de correr por toda la ciudad. Debía detenerlo ya o habría muchas más muertos, espero que el taxista estuviera bien y no tuviera acompañante.
—A todos los policías el sospechoso va a toda velocidad por la Gran Vía, traten de mantenerlo alejado de los demás conductores, es muy peligroso y puede ir armado.
Tras decir aquello pasaron a toda velocidad cerca de unos automóviles pero esta vez había menos en la carretera, avanzaban rápidamente y se acercaban a un lugar peligroso para todos. Había que frenarle ya.

Tras salir del embotellamiento corrió carretera abajo, a los pocos minutos ya habían atravesado la Gran Vía y se encaminaban a la Calle Álcala abajo, quedaba poco para llegar a la rotonda hasta que, el sospechoso perdió el control y se estrelló en la fuente de la Cibeles que, imperturbable, contemplaba desde lo alto como salían por los aires piedras blancas por todas partes y el agua se derramaba por el vehículo y se perdía en la calzada provocando un pequeño riachuelo.

Cuando llego al deportivo el sospechoso le apuntaba con una pistola, aviso a través del Walkie a mis compañeros para que no se acercarán a ellos, mis compañeros habían paralizado la carreteras circundantes, sabía que iba a ser un día largo.
—Baje el arma, por favor. Si matas a alguien no vas a arreglar nada, todo lo contrario.
—Cállese ya —dijo el asesino mientras la herida que tenía en la frente emanaba sangre por su rostro contraído—. Quiero salir de aquí, necesito un coche.
—Sabes también como yo que eso va a ser imposible. Baja el arma, entrégate y vivirás lo suficiente como para celebrar el fin de año en una celda.
—Yo… no quería llegar a esto, sólo quería que me prestaran un mínimo de atención… ellas se iban y desaparecían… sin ni siquiera una mirada que trasmitiera algo… quiero que me comprendan… yo mate a aquella chica por su manera de tratarme….
—Se acabó, deja el arma en el asiento del copiloto. Te llevaremos al calabozo y allí podrás prestar declaración pero… ¿por qué dices que mataste, en singular? Hay tres muertes a tus espaldas y un intento de asesinato.
—Soy el asesino de una de ellas, Luisa, pero no del resto. Os vi desde la ventana, ayer por la noche… sabía que era el fin cuando me di con uno de vosotros hace unos días —mientras se explicaba iba bajando la pistola—, me entregó, pero no me puede culpar de las muertes de las otras dos chicas, no sería justo, por favor.
El sargento le puso las esposas y le ayudó a subir a la parte trasera del coche de policía.

Al llegar por la tarde a su casa se dio una ducha, ayudó a su mujer a preparar la cena y el postre. Esa noche todos sus hijos volvieron a cenar con ellos. Al llegar las doce las uvas y todo los demás ayudaron a que se olvidara del horrible día. Su familia estaba junto a él, apoyándole, animándole pues sabía que lo estaba pasando mal, después de todo lo ocurrido. Sus hijos se fueron a una fiesta nocturna en el centro de Madrid, estaban unidos frente a toda la oscuridad que se encontraba sobre ellos debido a la situación actual; la crisis, el paro, las deudas, las hipotecas… Cosas de las que es difícil de olvidar y de mencionar a lo largo de la noche pero ahora se encontraba tranquilo sabiendo que habían conseguido mantenerse en pie frente a todo ello.
Al llegar la una y media decidieron irse a dormir, mañana madrugaría para comprar la primera tirada del diario para saber que había pasado con el sospechoso detenido. Sabía que iba a ser llevado frete a la justicia pero no pasaría de estar unos cinco años en la cárcel, así se encuentra nuestra justicia, mirando hacia otro lado.

Lo mejor de 2012



Relatos imprescindibles que calan en aquellos que lo leen, una mirada a la infancia, a la locura y a los sueños
Cărtărescu consigue en sus relatos resaltar la crudeza y la violencia del ser humano en sus actos, siempre cargados de miles de definiciones, de creaciones artificiales imitadoras de la naturaleza, una naturaleza casi muerta (o casi viva) pero nunca en su totalidad, como el museo que describe en Los gemelos.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Nochebuena roja y blanca Navidad - Segunda parte: Blanca Navidad (VII)



El invierno soltó sus garras a principios de marzo. Llegó un viento templado, casi cálido, del sudeste y la nieve, que reposaba en una capa muy gruesa desde antes de Navidad, se desplomó y derritió.

Cuentos reunidos (Allí está el perro enterrado)
Kjell Askildsen


(VII)

—Todo acaba alguna vez —esas palabras tan escuetas fueron dichas por el joven ladrón.
No era la primera vez que pisaba las baldosas de la comisaria, estaban acostumbrados a sus visitas semanales siempre por hurtos menores, un bolso, un móvil, una tableta y cosas por el estilo. Vivía en la calle por ello su explicación más utilizada era que robaba para vivir y comer, pero casi todo el mundo sabía que no era cierto pues vivía en una casa de acogida. Le llamaban El Juguetes por la facilidad que tenía de engañar y llevarse lo ajeno y como siempre eran caros aparatos electrónicos le pusieron ese apodo.
Ya había llegado el día 30, y encima era lunes. Quedaba una mísera jornada para terminar el año y no encontraban el fin al caso. Todo seguía igual y las pistas de las que contaban de poco le servían para encajar cada parte de la historia.
—Uno de los objetos robados es un móvil, creo que es del asesino de mujeres al que buscan pero no puedo estar seguro —su mirada analizaba la superficie del helado suelo como escrutando y buscando alguna mota de polvo—, aún creo que le pueden atrapar, le vi hará una hora y subió hasta su casa. Por lo que pude ver parecía que iba a preparar otra fiesta, quizás la de año nuevo. Llevaba varias bolsas de plástico bien llenas.
—¿Por qué tenemos que creerte?
—El chico es de altura media, pelo moreno y ojos azulados, vive en el segundo de un piso en la Gran Vía, les vi rondar por allí el otro día. Si no me equivoco y por lo que he podido averiguar le buscan por las mujeres asesinadas en lo alrededores. Busquen en mi nuevo móvil que he robado antes de que se dé cuenta y consiga bloquearlo. ¿Qué pierde usted si descubre que los números de teléfonos coinciden con el nombre de las victimas?
Desde el pasillo el Sargento escuchó sus palabras y atrajeron su atención. Se dirigió hasta la silla en la que se sentaba y le llevó, cogido del cuello de la camiseta hasta su despacho. Dio un portazo que casi hace que caigan sus marcos de fotos colgados de la pared. El sargento pensaba desde hace mucho tiempo que era un delincuente de poca monta, que ni siquiera haría un bien a alguien aunque le dieran todo el dinero del mundo. Es por ello por lo que dudaba de su credibilidad. Le quitó el móvil de sus manos y lo entregó a los del de departamento de informática para que trataran de extraer la información del mismo. No era lo más sensato y estaba arriesgando demasiado su puesto de trabajo pero no tenía otra opción.
—¿Ha dicho que este móvil es del sospechoso por asesinar mujeres? —el ladrón no tenía ni idea de que poseían los móviles de todas las victimas además de sus números de teléfono—.
—Si, además de ello tiene fotos. Por lo que he podido ver era un fiestero de día si y día también.
El sargento abrió la puerta y mandó a unos policías que vigilaran la puerta del portal rápidamente.
—Acabó de enviar un grupo de policías al lugar, ¿Ya sabe lo que le espera si miente, verdad?
—Sé de sobra cuanto tiempo me pueden retener en comisaría, he pasado por aquí más veces de las que puedo contar, ¿tú que crees? —y le miró a los ojos.
Poco después el Juguetes terminó en la acera de la comisaría, no tenían un por qué para retenerle en comisaría aunque ya acumulara una cantidad indecente de denuncias y amonestaciones. Seguramente, de aquí a no mucho tiempo terminará entre los fríos barrotes de una prisión.

Esa noche cenó, ignoró las criticas mordaces de su suegra que tenía ganas de guerra y se acostó, sabía que iba a ser una noche larga, dejó su móvil en la mesilla, era bastante probable que el llamaran para darle alguna noticia sobre el asesino. Así, permaneció atento trató de dormir como pudo.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Nochebuena roja y blanca Navidad - Segunda parte: Blanca Navidad (VI)



Los pueblos son lo mejor para pasar la Navidad; enseguida se crea el ambiente y su influjo los hace revivir. Para la primera semana de diciembre, las puertas de las casas estaban decoradas con coronas y los escaparates relumbraban con campanas de papel rojo y copos de nieve de gelatina centelleante; los chicos iban de excursión al bosque y regresaban arrastrando fragantes árboles de hoja perenne; las mujeres se encargaban de hornear pasteles de fruta, destapar frascos de compota de manzana y pasas, abrir botellas de licor de uva y de zarzamora; en la plaza habían adornado un enorme árbol con celofanes plateados y focos de colores que se encendían de noche; ya entrada la tarde se podía oír el coro de la iglesia presbiteriana ensayando los villancicos para la función anual; en todo el pueblo florecían las camelias japonesas.

Cuentos completos (La botella de plata)
Truman Capote

(VI)

Se levantó de la ardiente almohada, fue a la cocina y se tomó un café bien cargado. Su nieto se había levantado pronto, eran las ocho y media de la mañana. Se encontraban en la cocina desayunando, mientras él estaba estudiando para la universidad, había decidido escoger la carrera de periodismo, siempre le decía que no tenía mucho futuro a lo que su nieto respondía que la verdad nunca la ha tenido.
Cogió el mando y puso la cuatro que en ese momento estaba emitiendo las noticias anunciaban a un nuevo chef reconocido como un nuevo genio gastronómico, le dijo que subiera el volumen para escuchar mejor la información que narraba la periodista: «Ayer se celebró la fiesta anual de genios gastronómicos llamada Alta Cocina Monuer, el cual entrega un premio al que cree el mejor plato con chocolate, ya sea dulce o salado. Se han presentado todo tipo de platos, desde pequeñas nubes hasta burbujas explosivas, una especie de caviar dulce, el cual ha sido este año el ganador del premio, su creador ha ganado un premio de 16.000 euros y la posibilidad de trabajar con los grandes chefs españoles e incluso internacionales, su ganador afirma sentirse muy satisfecho con el logro.»
Al final se mostraba una imagen con el ganador del premio con el pequeño trofeo en sus manos, una mano con un gorro de cocinero bañado en plata. Se parecía mucho al sospechoso, aunque tampoco estaba seguro todavía no se había despertado del todo.

Era domingo, por ello decidió no ir a trabajar, llamo a la oficina y se lo comunico al policía de guardia.
Buscó las llaves del coche y fue hasta Madrid para dar una vuelta, le gustaba hacerlo a menudo a pesar del gasto en gasolina y el tiempo que tardaba en llegar.
Paseando por Madrid se sentía relajado, tranquilo, se olvidaba de todo lo relacionado con los casos.
Se sentó en un banco de una calle cercana a Callao el cual se encontraba mirando hacía la carretera. Miró pasar un montón de automóviles, motos, pasar a la gente al otro lado de la calle para ver una tienda o comprar algún regalo o cruzándose delante suya para correr a la parada que se encontraba a su lado. Hasta que frente a él pasó un autobús que le llamo la atención por un cartel en el que un enorme tiburón abría sus fauces al abrirse las puertas y dejaba a la gente escapar, como si les perdonara la vida. Al mirar a la ventana le pareció reconocer al sospechoso, otra vez, acompañado de una chica rubia, se acaban de sentar y cuando el autobús cerró sus puertas se cruzaron sus miradas pero ninguno se reconoció en ese instante.
«No puede ser», se dijo. Sería una visión por el efecto del frío que le helaba la cabeza y hasta las neuronas. Ojos grandes y azules, pelo moreno, una altura normal. La imagen se le quedó en la mente como una foto. Sacó un papel de su bolsillo y apuntó el número de la ruta, seis-cinco-ocho, una ruta larga y circular que contaba con quince paradas. Cogió el móvil y llamó a la comisaría para que vigilaran las paradas de autobús cercanas a la calle del sospechoso. «¿Es qué ni en mi tiempo libre puedo dejar de trabajar?» pensó al ver cruzar a una señora mayor por su lado.
No podía dejar de trabajar y relajarse ni un domingo, pensar que podía haber detenido al asesino le hace tener retortijones, por ello decidió ir a comprarse media docena de churros que calentaron su interior para mermar su sentimiento de culpabilidad, aunque después se arrepentiría por el colesterol que no debía comer, pero perder un manjar así cuando estaba tan cerca de él, era un delito.

Al llegar encontró a su suegra, esta semana era su turno, ya mayor viendo la tele. Ella veía las noticias de una curiosa forma. Cada vez que una noticia la molestaba o el periodista decía algo que no la gustaba respondía a la televisión como si esta la escuchará.
—Hola señora Carmencita, que tal está hoy.
—Te he dicho mil veces que me llamo Carmen, y no me llames señora que por muy mayor que sea se hacer más cosas que tú. Te recuerdo que te ayude a resolver el caso del 97, ese de la niña desaparecida.
—Perdona —respondió él con voz cansada—, era una broma Carmen…
—Déjate de bromas, que no esta el horno para bollos.
—Hasta mañana, me voy a leer a la habitación.
—Buen viaje lleves—. Concluyó y se fue a descansar con un pequeño dolor de cabeza.
Como siempre tan simpática. Se tumbó en la cama y apoyó la almohada en el cabecero para empezar a leer el libro que casi había terminado.
—¿Ya te acuestas? Pues pronto. Eso que es fin de semana y no has trabajado.
—Gracias por la parte que me toca, por favor, cierra la puerta cuando salgas —estaba frustrado por la visión del autobús y el asesino.
—Vale, cuando quieras algo…
Y cerró la puerta de un portazo que hizo retumbar los cuadros de la habitación.
Pensar que si se hubiera fijado unos segundos antes el asesino podría encontrarse en la celda esa misma noche le turbaba y no le permitía concentrarse en la lectura por ello, no recordaba los párrafos que dejaba tras de sí, tenía que volver a leer las páginas una segunda vez. Decidió dejarlo en la mesilla para continuar mañana.
Intentó dormir pero esa noche sabía que lo iba a tener complicado. Poco después escuchó llegar a su mujer, la sintió tumbarse junto a él, sentir su calor en su piel le hacía sentirse mejor pero no pasaba de allí, se hacía el dormido.
Esa noche no soñó con nada.

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