domingo, 27 de julio de 2014

Fragmentos Nº173: El lago



El lago
Banana Yoshimoto

Mientras reflexionaba, me acordé de lo que le había sucedido a un escultor al que yo respetaba mucho.
A este escultor le pidieron que levantara una estatua en la plaza de un barrio que, antiguamente, había sido un bosque habitado por gitanos. Muchos de ellos habían muerto durante la guerra, por lo cual, el escultor propuso hacer una estatua sobre los gitanos. Para dejar constancia de la horrible discriminación a la que habían estado sometidos. Creía que aquél era el lugar idóneo para honrar la memoria de un pueblo que había sido víctima de las sombras del ser humano y cuya realidad solía permanecer oculta, enterrada en las tinieblas. Sin embargo, tanto el alcalde como los ciudadanos dijeron que aún había gitanos en el lugar que asustaban a los turistas robándoles las carteras o arrancándoles los bolsos por el sistema del tirón y que no les parecía bien homenajear a gente como aquélla con una estatua: las conversaciones quedaron así interrumpidas.

sábado, 26 de julio de 2014

Fragmentos Nº172: El unicornio



El unicornio
Iris Murdoch

Faltaba más de una hora para el té, y la casa estaba silenciosa y dormida. Marian bajó las escaleras de puntillas, un poco culpable, llevando sus útiles de baño en una bolsa cerrada por si alguien ponía objeciones a su plan. Todavía no había bajado al mar y ese era el primer día que se sentía lo bastante confiada para salir sola de casa, salvo por los breves paseos por los terrenos inmediatos. Creía conocer el mejor camino para bajar a la bahía, después de estudiar cuidadosamente el terreno con los prismáticos. En el muro que rodeaba el jardín había dos puertas en el lado más próximo al mar. Una, al sur, daba a un sendero que llevaba a la cumbre del acantilado; pero la puerta norte permitía el acceso a una senda empinada y rocosa que descendía la colina entre matas de fucsia maltratadas por el viento, rocas cubiertas de líquenes y parches de hierba aterciopelados y  mordisqueados. Cuando Marian cruzó la puerta, el sol brillaba cálidamente, y el mar, que se desplegó ante ella a medida que bajaba la senda, rápido y brincado como una cabra, era de un vago azul celeste. Se encontró antes de lo esperado al final de la ladera y llegó al arroyo marrón oscuro con su ancho lecho de grises cantos rodados. El pueblo era visible detrás de ella, y tanto Gaze como Riders quedaban ocultas por los pliegues de la colina.  Hizo un alto y escuchó al leve y cercano susurro de la corriente y el más alejado batir del mar.

miércoles, 9 de julio de 2014

John Banville (Benjamin Black), Premio Principe de Asturias de las Letras 2014



«La prosa de John Banville se abre a deslumbrantes espacios líricos a través de referencias culturales donde se revitalizan los mitos clásicos y la belleza va de la mano de la ironía. Al mismo tiempo, muestra un análisis intenso de complejos seres humanos que nos atrapan en su descenso a la oscuridad de la vileza o en su fraternidad existencial. Cada creación suya atrae y deleita por la maestría en el desarrollo de la trama y en el dominio de los registros y matices expresivos, y por su reflexión sobre los secretos del corazón humano». En palabras del jurado.

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