El
nombre del viento
Patrick
Rothfuss
Si
hubiera comido algo podría decir que era pasada la hora de comer. Estaba
mendigando en la Rambla del Comercio; hasta ese momento había conseguido dos
patadas (de un guardia y de un mercenario), tres empujones (de dos carromateros
y de un marinero), una original maldición relativa a una inverosímil
configuración anatómica (también del marinero) y una rociada de babas de un
repugnante anciano de ocupación indeterminada. Y un ardite de hierro. Aunque
eso lo atribuí más a las leyes de la probabilidad que a la bondad humana. Hasta
un cerdo ciego encuentra una bellota de vez en cuando.