domingo, 30 de septiembre de 2012

Fragmentos Nº75: El invierno del mundo


Ken Follet
El invierno del mundo

Salió de inmediato de la sala y regresó al despacho de su madre. No se quitó el abrigo ya que hacía frío. Miró alrededor. En el escritorio había un teléfono, una máquina de escribir y pilas de papel y papel carbón.
Junto al teléfono había una fotografía enmarcada de Carla y Erik con su padre. La habían tomado un par de años antes, un día soleado en la playa, junto al lago Wannsee, a veinticinco kilómetros del centro de Berlín. Walter llevaba pantalones cortos. Todos reían. Fue antes de que Erik empezara a dárselas de hombre serio y duro.
En la otra fotografía que había, colgada de la pared, aparecía Maud con Friedrich Ebert, héroe de los socialdemócratas, que había sido el primer presidente de Alemania tras la guerra. La foto se había tomado unos diez años atrás. Carla sonrió al fijarse en el vestido holgado y de cintura baja y el corte de pelo masculino de su madre: ambos debían de estar de moda por entonces.
En la estantería había diversos listines telefónicos, diccionarios en distintos idiomas y atlas, pero nada que leer. En el escritorio había lápices, varios pares de guantes de etiqueta aún envueltos en papel de seda, un paquete de compresas, y una libreta con nombres y números de teléfono.
Carla cambió la fecha del calendario y lo puso al día, lunes 27 de febrero de 1933. Luego colocó una hoja de papel en la máquina de escribir. Tecleó su nombre completo, Heike Carla von Ulrich. Cuando tenía cinco años anunció a todo el mundo que no le gustaba el nombre de Heike y que quería que todos utilizaran su segundo nombre, y para su gran sorpresa, la familia le hizo caso.
Cada tecla de la máquina de escribir hacía que una barra metálica se alzara, golpeara una cinta entintada e imprimiera una letra. Cuando apretó dos teclas sin querer, estas se quedaron atascadas. Intentó separarlas, pero no pudo. Apretó otra tecla pero no sirvió de nada: ahora ya se le habían atascado tres. Lanzó un gruñido: se había metido en un problema.

Fragmentos Nº74: Nostalgia


Mircea Cărtărescu
Nostalgia

Hacíamos lo mismo entre nosotros. Nos perseguíamos todo el día por las laberínticas zanjas del alcantarillado. Bajábamos por ciertos sitios, avanzando entre tubos embreados y grifos gigantes, y luego nos colaba en la nariz y en la sangre aquel miasma de tierra, de lombrices y larvas, de brea y masilla fresca. Aquello parecía volvernos locos.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Novedades, septiembre de 2012: Libros del Asteroide


Mátalos suavemente de George V. Higgins 

Traducido por: Magdalena Palmer

ISBN 9788415625056
Páginas 232
Formato 12,5 x 20
Precio16,95 €

Jackie Cogan, sicario de la mafia de Nueva Inglaterra, es el encargado de «resolver» el atraco a una partida de póquer clandestina. Cogan, un profesional despiadado con la eficacia de un hombre de negocios y un sagaz sentido para percibir las debilidades ajenas, no se detendrá hasta localizar a los culpables y reparar el honor de quienes le han contratado.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Novedades, septiembre de 2012: Anagrama (I)


Poesía de Michel Houellebecq

ISBN 978-84-339-7843-1
PVP con IVA 22.90 €
Nº de páginas 368
Colección  Panorama de narrativas
Traducción Altair Díez y Abel H. Pozuelo

Novelista y polemista, provocador y subyugante, Houellebecq es también un destacado poeta. Este volumen reúne sus cuatro poemarios, que son en algunos casos su germen y en otros prolongación de su narrativa, y conforman un corpus literario imprescindible para construir el mapa completo de uno de los pocos escritores verdaderamente radicales de la literatura contemporánea.

martes, 25 de septiembre de 2012

PriceMinister nos invita a reseñar el libro del año


¿Quieres leer una novedad, reseñarla en tu blog y de paso elegir el mejor libro del año? En la página web de PriceMinister nos invitan a todos los blogueros a elegir entre una selección de doce títulos publicados en este año, preseleccionados por tres blogs literarios que han colaborado para elegirlos.
Los elegidos son los siguientes:

lunes, 24 de septiembre de 2012

Yo confieso de Jaume Cabré


Adriá es un niño criado con una familia burguesa en la Barcelona franquista y dictatorial. Su padre es estricto y su madre sigue sus órdenes tanto como su hijo. Posen una tienda de compraventa de antigüedades de todo tipo entre ellos pergaminos, libros incunables e instrumentos musicales. El violín, a pesar de su protagonista, pasará a formar parte de su vida, tanto que su autor nos lleva a través del tiempo para descubrir su historia, desde su creación hasta las manos por las que ha pasado a lo largo del tiempo, sabremos porque le arañaron, le ensangrentaron e incluso mataron por el instrumento. Junto con su amigo el cual sueña con publicar y ser un gran escritor, recorrerán Barcelona y el mundo aportándoles situaciones a veces difíciles y otras sencillas que ponen a prueba su amistad en cada momento de sus vidas.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Fragmentos Nº73: Sylvia


Howard Fast
Sylvia

Se encogió de hombros y rió. Las tortillas estaban ya listas. La mujer las envolvió en un pedazo de papel y el cura le pagó. Volvimos a la misión, que no era sino un recinto cuadrado casi sin adornos: la iglesia católica más sencilla que nunca había visto: un altar, un crucifijo, un confesionario y algún otro elemento ritual, bancos de tosca madera sobre un suelo de ladrillo que habían pulimentado los pies de generaciones de peones. En la parte de atrás de la iglesia estaba la habitación del cura: un catre, dos sillas, una mesa y un hogar de arcilla, sobre el que las judías se calentaban sobre unos rescoldos. Me senté en una de las sillas mientras el anciano ponía las tortillas en un plato de arcilla cerca de las judías. Tomó entonces dos cebollas de una caja en un rincón, las peló y dividió en pedazos en un plato. Esperaba que yo no tuviese nada que objetar a esas cebollas crudas, que eran muy buenas acompañando las judías. Le dije que me gustaban las cebollas y ello le complació mucho. Tenía una infantil reacción de placer ante las cosas simples y sin importancia. Puso sobre la mesa los platos de arcilla marrón y los jarros, salió por la puerta trasera de la misión y regresó momentos más tarde con dos botellas de cerveza, explicando que las mantenía frescas en el pozo, para disfrute de sus ocasionales huéspedes.
—Tortillas, judías, cebollas y cerveza: esta es la comida de mi gente, aunque la cerveza se reserva para los días santos. Es comida sencilla pero también muy buena. ¿No lo cree así, señor Macklin?
No había puesto cubiertos en la mesa, así que seguí su ejemplo y tomé las judías usando el pan caliente como cuchara a la vez que una rodaja de cebolla y, para que todo ello bajara, un trago de cerveza. Había comido judías y tortillas en Los Ángeles, pero no como éstas, y la cerveza era fría y de color claro. Se me abrió el apetito y comí ávidamente hasta que las tortillas desaparecieron y mi estómago se sintió saciado y a gusto, y yo mismo revestido, por fin, de un poco de paz. Mientras comimos intercambiamos pocas palabras, pero cuando la cerveza y la comida se acabaron, el anciano me dijo, sonriendo, para que no viera aspereza en sus palabras.

Fragmentos Nº72: La bailarina


Ōgai Mori
La bailarina 

Las posteriores parecían escritas en un estado de gran angustia y cada una de ellas empezaba de la misma forma: «¡Ay! Solo ahora me doy cuenta de lo profundo de mi amor por ti. Me dijiste que no tienes parientes cercanos en tu país y que te quedarías aquí si encontrabas los medios de vida adecuados para salir adelante, ¿no es cierto? Mi amor te mantendrá aquí unido a mí. Incluso si eso resultara imposible y te vieras obligado a regresar a tu país, podría acudir con mi madre para reunirme contigo sin demasiadas dificultades. ¿Pero de dónde sacaría yo el dinero para el pasaje? Mi intención ha sido siempre quedarme aquí hasta el día en que te hagas famoso. Haré lo que tenga que hacer. Pero el dolor por nuestra separación se hace cada día más profundo aunque tu ausencia se deba solo a un corto viaje y no hayas estado lejos de mí ni siquiera veinte días. Fue un error pensar que tu partida sería solo un dolor momentáneo. Finalmente, mi embarazo empieza a resultar obvio. No puedes abandonarme ahora, pase lo que pase. Me peleo a menudo con mi madre. Pero se ha rendido. Ahora ve que estoy mucho más decidida de lo que he estado nunca. Ella habla de quedarse con unos parientes lejanos que viven en una granja cerca de Stettin cuando me marche contigo. En tu última carta me decías que estás desempeñando un trabajo importante para el ministro. Si es así, encontraremos la forma de pagar el billete. ¡Cuánto anhelo el día de tu regreso a Berlín!».

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