viernes, 28 de septiembre de 2012

Novedades, septiembre de 2012: Libros del Asteroide


Mátalos suavemente de George V. Higgins 

Traducido por: Magdalena Palmer

ISBN 9788415625056
Páginas 232
Formato 12,5 x 20
Precio16,95 €

Jackie Cogan, sicario de la mafia de Nueva Inglaterra, es el encargado de «resolver» el atraco a una partida de póquer clandestina. Cogan, un profesional despiadado con la eficacia de un hombre de negocios y un sagaz sentido para percibir las debilidades ajenas, no se detendrá hasta localizar a los culpables y reparar el honor de quienes le han contratado.
Diálogos vivísimos, un humor mordaz y una tensión constante sostienen el suspense de una trama que se desarrolla en los ambientes criminales del Boston de los setenta, en los que se cruzan atracadores de poca monta, asesinos a sueldo, mafiosos y abogados corruptos.
Mátalos suavemente, la tercera novela de George V. Higgins, autor de Los amigos de Eddie Coyle, se publicó en 1974 y su éxito inmediato le consolidó como renovador del género negro. Su singular capacidad para plasmar con realismo la vida criminal llevaría a la crítica a calificarlo como «el Balzac de los bajos fondos de Boston». Un relato crudo y magistral de la mafia y de los hombres que aseguran su poder.


—John, necesito pasta. He pasado mucho tiempo encerrado y aún no me ha salido nada. No me vaciles.
—Ay, amigo mío. ¿Conoces a Connie, mi mujer? Prepara un asado de cerdo buenísimo. Relleno, ¿sabes? Está buenísimo, en serio. La otra noche guisó cerdo asado. Por primera vez desde que he vuelto a casa. No me lo pude comer. Le dije: «Connie, no me des cerdo nunca más». Pero antes me encantaba, le decía siempre que era su mejor plato, ella es una gran cocinera. Cocina muy bien, la verdad. Por eso está siempre tan gorda, joder: le gusta comer y le gusta cocinar y cocina de muerte y se lo come. Le dije: «Beicon, jamón, no me importa si sale de un cerdo. Pero no quiero cerdo asado. Me haces unas alubias, ¿vale? No me las pongas con cerdo. Las alubias me las comeré. El cerdo, no». Y me fui al puesto de almejas del puerto y cené en el puto coche y eso que solo hacía un mes que volvía a comer con la familia, después de casi siete años en el trullo. Cené en el puesto del puerto. Una vez se jodieron las cosas, ¿te acuerdas, Frankie? Elegí al tipo equivocado, todos teníamos prisa, había que moverse, necesitábamos la pasta, lo de siempre, el tío lo hará bien y yo estaba peor que todos vosotros. Así que acepté y lo sabía, sabía que el tío no me convencía. No puedo explicar por qué, pero lo sabía, aquel era el tipo equivocado. Pero lo acepté igualmente. Y vaya si era el tipo equivocado, joder: me pasé casi siete años comiendo cerdo grasiento de mierda, casi todos los días, y mientras mis hijos crecían y mi negocio iba tirando, yo estaba en el talego. Y ahora no puedo volver atrás, ¿sabes? Ahora ya no puedo comer mi plato favorito por todo lo que me remueve. Conque de ahora en adelante me lo tomaré con calma, eso es lo que hay. Me la traen floja tú y tus problemas. Si podemos hacer algo grande, lo haremos. Si lo podemos hacer con garantías, sin cagarla, sin volver a pringar. Yo ya he comido el último cerdo asado de mi vida. Ya la he jodido por última vez. Llámame el jueves. El jueves lo sabré. Te lo diré.

1948 de Yoram Kaniuk 

Traducido por: Raquel García Lozano
Prólogo de: Raquel García Lozano 

ISBN 9788415625087
Páginas 248
Formato 12,5 x 20
Precio18,95 €

En 1948, cuando tenía solo diecisiete años, el jovencísimo Yoram Kaniuk luchó en la guerra de Independencia israelí. Más de sesenta años después, Kaniuk vuelve sobre sus recuerdos para retratar a toda una generación de jóvenes burgueses que se vio de pronto inmersa en una guerra cuya lógica estaba lejos de comprender.
Evitando justificarse, buscando la autocrítica, el viejo Kaniuk nos habla del sinsentido de la guerra y de cómo él y sus amigos, niños de mamá convertidos en atípicos camaradas de armas, fueron tan inconscientes como para pensar que la perspectiva de morir jóvenes podía tener algo de glorioso.
Considerado por la crítica como uno de los mejores libros de Yoram Kaniuk y galardonado con el Premio Sapir 2010, 1948 ofrece una particularísima visión sobre un momento crucial de la historia reciente que cuestiona muchos de los tópicos que se suelen citar, y que nos ayuda a entender mejor la complicada situación que se vive en Oriente Próximo. Un libro valioso, trágico y sorprendente que da fe de lo importante que es poder reconocer las locuras del pasado.


Yo era un mentecato que se convirtió en un valiente y golpeó al enemigo. Eso es lo que era. ¿Acaso me alisté tan pronto, a los diecisiete años y medio, por ser un héroe o quizá porque tenía miedo y huía de algo? Y en tal caso, ¿de qué? Al parecer, era un miedica. Las personas con imaginación tienen miedo. Las personas con imaginación creativa tienen también esa imbecilidad de quienes se ofrecen voluntarios para las causas perdidas. De mi miedo salí siendo un héroe que había vencido sus miedos. Y antes yo solo era un manojo de miedos. A la oscuridad. A la muerte. A las personas. A las aglomeraciones. A las moscas transmisoras de enfermedades, a esos mosquitos Anopheles que transmiten la malaria, de los que hablaba mi madre Sara como si los hubiese conocido personalmente de joven en Eretz Israel. Yo no era un valiente como lo son la mayoría de los soldados. Yo era uno de esos tipos que no se rinden. Alguien que, a pesar del miedo, veía la muerte y no agachaba la cabeza. Sabía que en los pequeños barcos que estaban en el mar deambulaban miles de supervivientes del Holocausto sin hogar a quienes ningún país quería y leí que hacía tres años Herr Goebbels se había preguntado por qué siendo los judíos tan inteligentes y tan instruidos y tocando tan bien, ningún país los quería, y recuerdo que eso se me quedó grabado y quise ayudar a traer a aquellos judíos.

El rapto de Britney Spears de Jean Rolin 

Traducido por: Luisa Feliu

ISBN 9788415625070
Páginas 231
Formato 12,5 x 20
Precio17,95 €

Cuando Britney Spears recibe amenazas de un supuesto grupúsculo islamista, los servicios secretos franceses (cómo no) envían a Los Ángeles a uno de sus hombres para investigar el asunto. El agente en cuestión no parece el más adecuado: no conduce, fuma, lo ignora todo de la farándula, tiene cierta tendencia a la neurastenia y hasta se parece un poco al escritor Jean Rolin. Sin embargo, hará todo lo posible para ponerse al día rápidamente: se introducirá en el mundo de los paparazzi, frecuentará Sunset Boulevard y Rodeo Drive y se convertirá en un especialista en Britney Spears y en la red de transporte público de la ciudad.
A partir de la figura de la popular cantante y de un cómico detective, Jean Rolin ofrece su particular visión de unos famosos que son más conocidos por sus excesos o su vida privada que por su trabajo, y del lugar en el que viven: la conurbación de Los Ángeles, una de las áreas metropolitanas más extensas del mundo.
El rapto de Britney Spears, la primera novela de Jean Rolin en quince años, fue finalista del Premio de la Academia Francesa 2011.


Anochece, el silencio y la oscuridad se apoderan del despacho de Shotemur. Algunos reflejos permanecen aquí y allá, en el revestimiento plastificado del mapa del Alto Badajshán; la luz azulada que emana de la pantalla de mi ordenador vacila y se apaga. Si no dispusiéramos del teléfono, ahora mismo estaríamos aislados del mundo y, personalmente, no tendría nada que objetar. Afuera, como suponemos, a pesar de no verlo, los últimos rayos de sol, mucho después de que este se haya retirado de Murghab, deben de iluminar las cimas gemelas y nevadas del Muztag Ata, el monte que domina la frontera por la parte china. Desde la altura y a la distancia que las observamos, cuando tenemos ocasión, esas cimas gemelas, una de las cuales culmina a 7.546 metros, son poco espectaculares, o menos de lo previsto: tienen un algo herciniano, si se entiende a qué me refiero. Para satisfacer la curiosidad de Shotemur, más exacerbada a medida que progresan las tinieblas, debo proceder una vez más a relatarle las circunstancias de mi primer encuentro con Britney Spears (ruego a quienes ya hayan oído el relato que tengan a bien disculparme). Fue en Los Ángeles, el 10 de mayo de 2010, en Robertson Avenue, cerca de la intersección de dicha arteria con Santa Monica Boulevard. Fuck, al que se podría presentar como el jefe supremo de todos los paparazzi de Los Ángeles, o como el más poderoso de todos ellos, me llamó a última hora de la mañana, con su voz arrastrada y velada, casi inaudible, que evoca la de Robert de Niro en un episodio de El Padrino, para indicarme que Britney estaba de compras por Robertson. Quizá en Lisa Kline, donde, tres años atrás, según la revista In Touch del 5 de noviembre de 2007, parece que en un santiamén se gastó unos 23.000 dólares en trapos. O en A|X Armani, que en sus respuestas a un cuestionario reciente nombra, junto con Bébé, Rampage, Fred Segal o Abercrombie & Fitch, como una de sus marcas preferidas. O quizá en Ralph Lauren, Dolce & Gabbana o Chanel, cuyos rótulos se suceden a lo largo de Robertson Avenue, con especial abundancia en la parte alta. Por mi parte, en el momento en que Fuck me llama, me encuentro en el Holloway Motel, habitación 223, terminando la lectura del Los Angeles Times, a la que procedo minuciosamente, cada mañana, tras separar el núcleo del periódico de sus distintos suplementos. Esa operación acostumbra a sobrevenir inmediatamente después del cepillado de dientes, consecutivo a su vez a la absorción del desayuno en el ihop. Me gustaría hablarles del ihop, de la camarera mexicana con quien más trato, y de quien no es posible sospechar, por cuanto la concierne, que no ejerza ese oficio más que entre dos sesiones de casting. Pero otra vez será. Al teléfono, Fuck insiste en que Britney va a tardar un buen rato en hacer sus compras. «Lo que le da tiempo —prosigue— para llegar hasta ahí en autobús, o incluso a pie, ya que no se desplaza usted de otro modo.» Es absolutamente cierto, en efecto, que no sé conducir: incluso es una de las circunstancias, entre otras muchas, que me han llevado a dudar de las verdaderas intenciones de los servicios, que para llevar a cabo semejante misión, ya de por sí bastante oscura en cuanto a sus objetivos, y nebulosa en cuanto a los medios para alcanzarlos, hayan decidido enviar a Los Ángeles a un agente a todas luces ignorante en materia de conducción.

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