domingo, 30 de septiembre de 2012

Fragmentos Nº74: Nostalgia


Mircea Cărtărescu
Nostalgia

Hacíamos lo mismo entre nosotros. Nos perseguíamos todo el día por las laberínticas zanjas del alcantarillado. Bajábamos por ciertos sitios, avanzando entre tubos embreados y grifos gigantes, y luego nos colaba en la nariz y en la sangre aquel miasma de tierra, de lombrices y larvas, de brea y masilla fresca. Aquello parecía volvernos locos.
Armados de pistolas de agua, enmascarados con cartones del depósito de muebles que pintarrajeábamos en casa para que resultaran de lo más terrorífico —enseñando los colmillos, con los ojos desorbitados y las narices hinchadas— nos perseguíamos por los canales tortuosos mientras arriba veíamos tan solo una franja de cielo que se oscurecía a medida que el tiempo pasaba. Cuando, al girar en un recodo, nos dábamos de bruces con un enemigo, aullábamos y nos abalanzábamos el uno sobre el otro, arañándonos y rompiéndonos las camisetas estampadas. No sé quién inventó aquel juego que llamábamos Brujitoca, y que jugamos años y años sin llegar a aburrirnos, es más, creo que en octavo todavía jugábamos a aquello. Era una combinación de juego menos agresivos: policías y ladrones, el escondite… Al principio había una sola Brujitoca elegida al azar. Era la única que llevaba careta y además blandía un palo en la mano. Contaba de cara a la pared y luego se lanzaba a la zanja en busca de víctimas. Podías salir de la trinchera pero no podías refugiarte en los portales ni saltar la valla del molino. La Brujitoca nos perseguía por aquellos agujeros apestosos y,  cuando conseguía pegar a alguno con su palo, lanzaba un aullido terrible. La víctima tenía que quedarse paralizada. La Brujitoca lo arrastraba del brazo hasta su guarida; allí le daba en la cabeza  un número determinado de coscorrones y, bautizado de esta manera, la presa se transformaba a su vez en Brujitoca. Se ponía una careta y se reanudaba la persecución. Al anochecer, cuando sobre las torres gigantescas del molino, en un cielo todavía azul, brillaban las primeras estrellas, quedaba normalmente un solo superviviente acosado por una horda de Brujitocas que proferían unos alaridos siniestros. Los vecinos esperaban horrorizados este momento y nos arrojaban, desde los balcones, patatas o zanahorias; las señoras de la limpieza salían amenazadoras escoba en ristre, pero todo era en vano. Las Brujitocas no se calmaban hasta que no capturaban a la última víctima, a algún crío que, al ver el cariz de la broma, se asustaba de verdad. Si por la noche era terrorífico darte de bruces con una Brujitoca enmascarada, qué decir de toda una banda. La última presa era conducida hasta el portal más cercano y todos los demás hacían muecas amenazadoras y fingían querer devorarlo, hasta que venían nuestras madres indignadas y nos llevaban a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pinterest

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...