domingo, 7 de octubre de 2012

Fragmentos Nº76: El hundimiento del Titán



Morgan Robertson
El hundimiento del Titán

Ocho remolcadoras arrastraron la gran mole hasta la corriente, con su morro apuntando hacia el río. El piloto dijo unas palabras en el puente; el primer oficial dio un breve toque de silbato y giró una palanca; las remolcadoras se pusieron en fila y se retiraron; en las entrañas del barco se encendieron tres motores pequeños y se aumentó la potencia de tres grandes; tres hélices empezaron a girar, y el mastodonte, vibrando con un temblor que recorrió su gigantesco armazón, comenzó a moverse lentamente hacia el mar.
Al este de Sandy Hook el piloto se dejó ir y comenzó el verdadero viaje. Quince metros por debajo de cubierta, en un infierno de ruido, calor, luz y sombra, los paleros cargaban el combustible desde las carboneras al horno, donde fogoneros medio desnudos, con rostros que parecían los de demonios atormentados, lo arrojaban a las ochenta bocas ardientes de las calderas. En la sala de máquinas los engrasadores entraban y salían del maremágnum de acero que caía vertiginosamente, brillando y retorciéndose, cargados de latas de aceite y desechos, y supervisados por el atento personal de servicio, que escuchaba con gesto tenso en busca de alguna nota discordante en el confuso revoltijo de sonidos (un chasquido de acero fuera de tono, por ejemplo, señal de una llave o tuerca demasiado floja). En cubierta, los marineros izaban las velas triangulares de los dos mástiles para aumentar más aún la propulsión del veloz gigante, y los pasajeros se dispersaron a gusto de cada cual. Unos se sentaron, bien abrigados —porque, aunque era abril, el aire marino era frío—; otros recorrían la cubierta para estirar las piernas; otros escuchaban tocar a la orquesta en el salón de música, o leían o escribían en la biblioteca, y unos pocos se fueron a sus camarotes, mareados por el leve balanceo del barco.
Las cubiertas estaban despejadas y los relojes sincronizados a mediodía, y entonces comenzó la inacabable labor de limpieza a la que los marineros de un barco de vapor dedican gran parte de su tiempo. Encabezada por un contramaestre, una cuadrilla acudió a popa de estribor y, pertrechada de cubos y brochas, se distribuyó a lo largo de la barandilla.

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