lunes, 15 de octubre de 2012

El hundimiento del Titán de Morgan Robertson



John Rowland es un marinero que tiene varios secretos, va en el barco por el trabajo hasta que se encuentra con su vieja prometida Selfridge, ambos se encontraran en diferentes situaciones las cuales ocasionaran consecuencias imprevistas incluso para el capitán del barco, un capitán que no duda en mentir o engañar para beneficiarse y cubrirse las espaldas.


Titán es el transatlántico en el que se encuentran, un enorme barco con todo lujo de detalles, desde entretener a los pasajeros hasta para hacer las labores de las entrañas del barco. Todo controlado hasta el último detalle. Hasta que en su camino se cruza un colosal iceberg que provoca el hundimiento del mismo dejando al protagonista sobre el frío hielo, allí tendrá que sobrevivir a las temperaturas congelantes, a osos polares y conseguir que les localicen.

Robertson escribió una historia profética hasta en detalles nimios como en el número de botes o el tamaño de la embarcación hasta los gustos de los pasajeros. Su protagonista también duda de su propia moralidad debido a la difícil situación en la que se encuentra. Una historia dura, realista y escalofriante creada y detallada hasta el último detalle. Una narración también emotiva por los sucesos tan duros que ocurren a una pequeña que, sin quererlo será el centro de atención. Un texto de lucha por la supervivencia, por el amor y por la verdad en situaciones limites que define el estilo de la sociedad burguesa de aquellos años.

Recomendado para aquellos que quieran descubrir las consecuencias del hundimiento de un transatlántico, también para aquellos que les gusten las novelas de supervivencia y por último para los que quieran reflexionar y leer sobre el suceso que cambió la vida de muchas personas.

Extractos:

—¡Rowland! —dijo el robusto contramaestre, mientras los marineros de guardia se reunían en cubierta—, encárguese de vigilar el puente de estribor.
—Ese no es mi sitio, contramaestre —dijo Rowland, sorprendido.
—Órdenes del puente. Suba allá.
Rowland gruñó, como deben hacerlo los marineros cuando son agraviados, y obedeció. El hombre al que relevó dio su nombre y desapareció; el primer oficial se paseó por el puente, le dijo que estuviera atento a la guardia y regresó a su puesto; el silencio y la soledad de una guardia nocturna en el mar, acrecentados por el ruido constante de las máquinas y mitigados tan solo por los lejanos ecos de la música y las risas procedentes del salón, inundaron la proa del barco. El fresco viento del oeste que venía hacia el Titán hacía que la cubierta estuviera prácticamente en calma, y la espesa niebla, aunque iluminada por un cielo brillante y moteado de estrellas, era tan fría que hasta el más locuaz de los pasajeros había huido en busca de luz y vida en el interior.
Cuando sonaron tres campanadas —las nueve y media— y Rowland había respondido con el consiguiente «Sin novedad», el primer oficial dejó su puesto y se acercó a él.
—Rowland —dijo mientras se aproximaba—, he oído que usted ha sido oficial de barco.

—Así es —respondió Rowland con voz débil, reclinándose sobre el cojín, desfallecido por la excitación de los últimos minutos—. Y para bien o para mal de la posición en la que me encuentro, debemos remontarnos más allá del asunto de los vigías. El accidente se produjo por ir a toda máquina entre la niebla. Por más que todos los marineros hubieran hecho guardia no habrían podido ver ese iceberg. Los aseguradores lo sabían y corrieron el riesgo. Que paguen, pues.
—Tiene razón, y estoy con usted en eso. Pero debe salir del país. Desconozco la legislación sobre esta materia, pero es posible que le obliguen a testificar. No podrá subir de nuevo al mástil, eso seguro. Pero en mí tendrá un compañero de litera mientras yo sea patrón de un barco, si usted lo acepta; y puede considerar mi camarote como su casa durante todo el tiempo que quiera, recuérdelo. Pero sé que quiere llevar a la pequeña al otro lado del Atlántico, y si se queda hasta que yo embarque puede tardar meses en llegar a Nueva York, con el riesgo de perderla por alguna sanción de la ley inglesa. Déjelo en mis manos. En este asunto hay grandes intereses en juego.


Editorial: Nórdica Libros
Autor: Morgan Robertson
Páginas:  106
Precio: 12,95 euros

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pinterest

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...