Sapphira
es una mujer dura y fría que aún mantiene a esclavos negros en sus tierras, su
marido no ve con buenos ojos esta decisión, enclaustrada a una silla de ruedas
consigue que todos acepten sus órdenes debido a su implacable mano de hierro.
Con la ayuda de fiel criada Till, y la bella y joven Nancy, ambas negras
obligadas a acceder a los deseos de esta.
Henry,
marido de Sapphira, trabaja en el molino y además hace vida allí, la harina que
se filtra a través del suelo de madera es su único compañero pues su matrimonio
es una mera apariencia frente a sus vecinos y familia. Sólo Nancy quiere que
lave sus prendas de vestir y limpie sus prendas de vestir, es por ello que su
esposa con su monótono día a día y con tiempo para pensar sospecha que esta
hace algo más que ordenar la estancia, ahí comenzará la ira y los
resentimientos con la joven esclava.
Cather
narra en esta novela una dura historia de trabajo y superación de los esclavos
en Black Creek, situado en el estado de Virgina, en el año 1856. Fue su último
libro publicado antes de morir, es por ello que la novela desprende nostalgia
en las descripciones del viejo sur y la progresiva abolición de la esclavitud
en la villa. A lo largo del libro conocemos diferentes historias sobre las
formas de encontrarse esclavizados y los sucesos que allí les depara por la
falta de respeto de sus habitantes o el maltrato continuo. El libro se compone
de pequeños capítulos que describen a un personaje diferente, gracias a ello
comprenderemos mejor la cruda vida de los esclavos negros en los cultivos o los
quehaceres diarios, aunque la narración se centre en Sapphira y Nancy. En
definitiva una novela que capta la dura y cruel vida de los esclavos de aquel
sur que se acercaban cada vez a su libertad, también del día a día de los
habitantes del pequeño pueblo que habitaba en su niñez la escritora y que, a
través del libro, conoceremos mejor, además sus descripciones están cargadas de
belleza, como los paisajes que rodean a su protagonistas.
Recomendado
para aquellos que quieran saber más sobre la esclavitud de los negros y su
abolición a lo largo del tiempo en el que trascurre la historia, también para
aquellos que les guste conocer a nuevas escritoras que, nos descubren las
vilezas de una sociedad violenta con los que no son como ellos. Y por último
para aquellos que quieran leer una emotiva historia de lucha y supervivencia.
Extractos:
Antaño, cuando Nancy y la señora
Blake vivían, y durante sesenta años más, aquellas colinas hoy desnudas poseían
una rica vegetación. El serpenteante barranco era profundo y verde, el arroyo
del fondo fluía resplandeciente y sosegaba con su arrullo. Siempre que llegaban
aquí el vendedor ambulante procedente de la ciudad o el granjero pobre que
descendía a pie la montaña desde su pedregosa parcela de tierra para vender una
piel de mapache hacían un alto para descansar o relajaban el paso. Cuando los
hombres del campo mencionaban el lugar en su parlamento, aunque solo fuera para
decir: «Solo he llegado hasta la doble ese», sus voces adquirían un eco lento y
soñador, como evocando el lugar mismo: la sombra, la inmaculada belleza, la
agradable sensación que le invadía a uno cuando estaba allí.
La señora Blake y Nancy alcanzaron
la curva de la primera «Ese» y se sentaron en un tronco a descansa,
contemplando los árboles del bosque del otro lado del arroyo que, al elevarse
unos sobre otros en la empinada ladera, parecía aún verse unos sobre otros en
la empinada ladera, parecían aún más altos de lo que eran en realidad. Por allí
no había mucha maleza que se dijera. Solo estaba presente la que tanto aprecia
en los jardines de los reyes: el laurel mismo. Incluso en aquellos días en los
que viajar era un asunto lento e incómodo, la gente cruzaba el Atlántico para
ver la Kalmia en flor: el caprichoso laurel silvestre que en junio cubría las
boscosas laderas de nuestras montañas con mareas de color rosa y melocotón y
carne. Y en invierno, cuando los altos árboles de por encima aparecían grises y
sin hojas, los matorrales de laurel a sus pies se esparcían verdes y brillantes
a través de los bosques helados.
—Bueno, Nancy —dijo la señora Blake
cuando ya llevaban sentadas en silencio un buen rato—, esto es imposible de empeorar.
Aquí el arroyo se estrecha y podemos cruzar fácilmente por las piedras.
No llevaban mucho tiempo entre los
arbustos en flor cuando la señora Blake oyó el seco chacolotear de unas
herraduras en las curvas más altas de la «Doble Ese». Levantó un dedo en gesto
de advertencia. El ruido de cascos se acercó, y finalmente cesó. Entonces se
oyó un raspar de arena y de piedrecillas que resbalaban. El jinete había
encontrado un surco donde poder atar al caballo.
Incapaz de permanecer tumbada más
tiempo, abandonó la cama con cautela y echó mano de su bastón de su silla. Empujando
la silla a su lado, puedo llegar hasta la ventana y de nuevo apartó la cortina.
El rectángulo rojizo de luz seguía ardiendo en el oscuro molino. Se sentó en la
silla y reflexionó. Unas horas antes había oído a Nancy extender su jergón de
paja en el pasillo, junto a su puerta. Pero ¿estaba allí ahora? Quizá no siempre
durmiera allí. ¿Una sustituía? Había cuatro muchachas de color, sin contar a
Bluebell, que podrían ocupar fácilmente el lugar de Nancy en ese jergón. Seguramente
sí que ocupaban su lugar, y todo el mundo lo sabía. ¿Podía acaso confiar en
Till siquiera? De todas formas, Till se retiraba pronto a su cabaña, y ella
sería la última en enterarse.
El Ama permaneció sentada muy
quieta, casi sin respirar, sobrecogida de terror. La idea de que pudiesen
tomarla por estúpida, de que pudiesen burlarla de un modo u otro, le resultaba insoportable.
Había velas sobre el tocador pero no tenía con qué prenderlas. Tenía la
garganta seca y parecía atenazada. Tenía miedo de alzar la voz, miedo de respirar
hondo. Una sensación de desmayo empezó a apoderarse de ella. Extendió la mano e
hizo sonar con resolución su campanilla.
La puerta de la alcoba se abrió y
alguien entró dando tumbos.
—¡Si, señora! ¡Si, señora! ¿Qué le
pasa, señorita?
Era la voz somnolienta y alarmada
de Nancy. La señora Colbert se derrumbó sobre el respaldo de la silla y aspiró
una larga y lenta bocanada de aire. Todo había acabado. Su arruinada y pérfida
casa se alzaba a salvo en torno a ella de nuevo. Estaba en su propia alcoba,
recién arrancada de un sueño de destrucción. Pero debía terminar lo que había
empezado.
—Nancy, me encuentro mal. Corre a
la cocina y aviva las brasas y pon agua a calentar. Luego ve a buscar a tu
madre. Necesito meter los pies en agua caliente.
Editorial: Impedimenta
Autor: Willa CatherPáginas: 272
Precio: 22,70 euros
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