Karen
nieto, amante de los atunes y compañera de trabajo de alguien que no habla su
mismo idioma. Ella es diferente a todos los mamíferos habladores prefiere no
relacionarse con nadie, es por ello que se ha convertido en una bióloga de fama
mundial.
Al
mirar sus correos, cosa que no hace muy a menudo, encuentra un mensaje de la
Interpol en busca de ayuda. Un compañero de la universidad ha desaparecido y
ella fue la última en recibir la llamada de socorro. Sin mucho esfuerzo
consigue descifrar el mensaje y sus pistas la llevan hasta la abadía de
Westminster, donde descubre que, un texto póstumo de Darwin ha desencadenado
una intriga que revela asombrosos hallazgos sobre la ciencia y la religión.
Berman
nos adentra en una gran intriga tras los pasos de Charles Darwin, y sus últimos
textos ocultos en el Archivo Darwin, con una protagonista especial, risueña y
valiente que, con su aparente inocencia se introducirá en una trama con un
fondo cruel y violento oculto en unas montañas de un árido desierto. A lo largo
de la novela, la cual narra tres historias; la del pasado protagonizada por
Darwin y sus escritos, la segunda que tiene como protagonizada por Tonio y
Franco y por último, la tercera en la que vamos tras los pasos de Karen Nieto y
sus descubrimientos sobre el escrito de Darwin. Su narración nos describe la
lucha del escritor por situar a la ciencia y a la religión de forma conjunta,
también a lo largo de la novela su autora nos hará dudar a través de la ficción
si es auténtico y real aquello que se cruza en el camino de su protagonista. En
definitiva un libro adictivo, de capítulos cortos y fáciles de leer, con una
protagonista que, debido a su autismo, tiene reflexiones originales y
fascinantes a la vez que profundos y directos.
Recomendado
para aquellos que les guste las novelas que centra su atención en un personaje
muy especial, también para aquellos que les gusten las novelas de intrigas y
conspiraciones que, en este caso, se narra de una forma adictiva y simple, sin
saturar en sus párrafos. Y por último para aquellos que quieran saber sobre la
figura de Darwin y su trascendencia a lo largo del tiempo.
Extractos:
Miss Hope era una mujer delgada que
se presentó a la cita vestida de negro, «como suelen vestirse las predicadoras
del movimiento de la Temperanza —acotaba el texto—, y con una cofia negra que
le guardaba el rostro en la sombra».
Fue recibida en el palacio de
Buckingham por el secretario particular de la Reina, que la hizo entrar por el
flanco de las caballerizas, y no por la entrada principal, para evitar
murmuraciones, tras lo que la condujo por un enjambre de pasillos hasta el
jardín.
Eran las 8 de la mañana del 20 de
abril de 1882.
La Reina la esperaba de pie, en un
vestido amplio y sencillo, negro y con encajes blancos en los puños y el
cuello. El cabello recogido en un chongo cubierto por una redecilla.
Miss Hope inclinó el torso en una
tiesa reverencia y besó la mano que la Reina le tendía.
La Reina le advirtió que quería un
relato detallado.
—Lo urgente se aborda despacio —dijo.
Hablaron mientras caminaban a pasos
lentos por una vereda de arena en el jardín. El secretario, un paso atrás,
apuntando en su libreta.
Un par disímbolo: la Reina en su
vestido negro de falda amplia, miss Hope en su vestido negro sin holanes ni
crinolina, esmirriado a su cuerpo flaco, y con la cofia negra que le ocultaba
el rostro.
En la 3.ª hoja, antes del recuento
de la conversación entre las 2 mujeres, aparecía otro sello.
Y con letra manuscrita:
Para ser archivado en el Archivo de
la reina Victoria durante 150 años.
—Ah, sí, sí, sí -repitió, como un
eco de sí mismo.
Pero cuando le hablé de Gould,
descruzó las piernas, y enderezó su torso en la silla.
—Puedo mostrarle los dibujos —le
dije.
Abrí mi cuaderno de tapas duras y
se lo adelanté abierto en la hoja donde había copiado el mapa con flechas entre
las islas Galápagos. Él mismo dio vuelta a la página para ver el árbol de la
vida, el O1.
Lyell hizo entonces la cosa más
extraña. Fue a pararse junto a un librero, dobló hacia el lado el cuello y
colocó su cabeza sobre un anaquel.
—Estoy pensando —explicó.
Y al cabo de un rato dijo, la
cabeza todavía en el anaquel:
—«Darwinizar» es un verbo que acuñó
el poeta Coleridge, para referirse al abuelo de usted, Erasmus Darwin.
Mi abuelo había sido médico y autor
de varios libros. Lyell siguió:
—Darwinizar refiere a la capacidad
de su abuelo de teorizar sin sustento pero con gran entusiasmo. Una capacidad
lindante con la poesía. De hecho sus poemas eróticos sobre las plantas a mí me
siguen gustando, aunque Coleridge los declaró un pecado estético digno de un
erotomaniaco incurable. En cuanto a la maceta, la maceta que John Gould le
pidió que no fuera usted, una maceta que da alegremente hipótesis como si
fueran flores, hablemos de ella.
El rostro me ardía de vergüenza,
pero Lyell continuó:
—La maceta es una referencia a
Goethe. Goethe habló de ideas que se siembran en ciertas mentes demasiado
pequeñas para ellas, ideas que al germinar en esos cráneos pequeños los
revientan. Por eso Coleridge decía del abuelo de usted, Erasmus, que caminaba
con un cráneo reventado, por cuyas grietas asomaban grandes girasoles, que se
mecían con cada paso de él. Magnífica imagen, ¿no le parece?
Odié la imagen pero guardé
silencio, y la cabeza elocuente de Lyell siguió pensando en voz alta desde el
anaquel del librero:
—En cuanto al panteísmo de Erasmus,
el abuelo de usted, hay algo que añadir. Él sostenía la teoría de la
transmutación de las especies, y a eso se refiere la mención de lo genético.
Supongo que habrá leído usted la Zoonomía que escribió su abuelo, ahí es donde
anota su teoría.
Tenía la boca seca y no respondí.
Tal vez la había leído de niño, era probable porque mi abuelo había sido mi
ídolo, y mi deseo de ser científico derivaba de mi admiración por él.
Editorial: Destino
Autor: Sabina BermanPáginas: 480
Precio: 19,90 euros
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