El enigma de China de Qiu Xiaolong
NARRATIVA (F). Novela
Febrero 2014
Andanzas CA 827
ISBN: 978-84-8383-819-8
País edición: España
304 pág.
18,27 € (IVA no incluido)
Febrero 2014
Andanzas CA 827
ISBN: 978-84-8383-819-8
País edición: España
304 pág.
18,27 € (IVA no incluido)
El inspector jefe Chen
Cao se encuentra en una situación delicada: dado que es uno de los policías más
respetados de Shanghai, el Partido le encomienda cerrar el caso de la turbia
muerte de Zhou Keng, quien dirigía el Comité para el Desarrollo Urbanístico de
Shanghai cuando varias de sus prácticas corruptas se denunciaron en internet.
Tras ser despojado de su cargo y sometido a una detención extrajudicial, al parecer Zhou se ahorcó mientras se encontraba bajo custodia. Pese a que los dirigentes del Partido aguardan con impaciencia que la muerte de Zhou sea declarada suicidio y que el célebre inspector jefe Chen avale dicha conclusión, algunas piezas no encajan en la secuencia de acontecimientos. Chen tendrá que decidir: o renuncia a que se haga justicia, o investiga la muerte de Zhou como posible asesinato, con lo que se arriesga a incomodar a los poderes fácticos y, por tanto, a poner en peligro su propia carrera profesional y política.
Tras ser despojado de su cargo y sometido a una detención extrajudicial, al parecer Zhou se ahorcó mientras se encontraba bajo custodia. Pese a que los dirigentes del Partido aguardan con impaciencia que la muerte de Zhou sea declarada suicidio y que el célebre inspector jefe Chen avale dicha conclusión, algunas piezas no encajan en la secuencia de acontecimientos. Chen tendrá que decidir: o renuncia a que se haga justicia, o investiga la muerte de Zhou como posible asesinato, con lo que se arriesga a incomodar a los poderes fácticos y, por tanto, a poner en peligro su propia carrera profesional y política.
Casualmente,
Chen sabía algunas cosas acerca de Yao gracias al memorando interno, en el cual
se incluía una lista negra que circulaba por el Departamento de Policía. Pero
no era asunto suyo, se dijo mientras se ajustaba las gafas color ámbar sobre el
puente de la nariz y se bajaba un poco la boina de estilo francés. Esperaba no
tener pinta de poli. No le pareció oportuno que lo reconocieran en la sala de
conferencias, pese a que varios miembros de la asociación lo conocían bastante
bien. Por el momento, Chen no dejaba de darle vueltas a la palabra «enigma»; en
cierto modo, le recordaba vagamente a un cuadro que había visto una vez, aunque
no fuera capaz de recordar los detalles. Entretanto, el profesor Yao iba
desgranando toda una retahíla de ejemplos concretos.
—Así
pues, ¿cuáles son las características propias de la sociedad china? Existe un
sinfín de definiciones e interpretaciones. He aquí algunos ejemplos que hablan
por sí solos. Un profesor de la Universidad de Pekín les dice lo siguiente a
sus alumnos: «No vengáis a verme a menos que ganéis cuatrocientos millones
antes de cumplir los cuarenta». Este profesor, que también es un experto en el
mercado inmobiliario, propugna la inversión en viviendas de lujo a cambio de
las comisiones que recibe de los constructores. En su opinión, y en la de sus
alumnos, el único valor importante en este mundo de polvo rojo es el del dinero
contante y sonante.
»En
un programa de reality show, cuyas participantes debatían la mejor manera de
elegir marido, una chica expuso su máxima: preferiría llorar en un BMW que reír
en una bicicleta. El mensaje resulta inequívoco: lo que quiere esa muchacha es
un marido
rico
que pueda proporcionarle lujos materiales, aunque ello suponga soportar un
matrimonio sin amor. En un juicio reciente contra un conductor al que
detuvieron mientras conducía borracho, el acusado llegó a gritarles a los
policías “¡Mi padre es Zhang Gang!”. Zhang Gang es un alto funcionario del
Partido que está al mando del Departamento de Policía local. Y, como era
previsible, los agentes vacilaron antes de detenerlo, pero un transeúnte grabó
la escena con su móvil y luego colgó el vídeo en internet. Poco después, la
frase “Mi padre es Zhang Gang” se convirtió en una coletilla popular...
Todos
eran ejemplos reales de lo que estaba sucediendo en la China actual, pensó
Chen. Pero ¿adónde quería ir a parar el profesor Yao?
Para
el Gobierno, la «estabilidad» tenía prioridad absoluta. Supuestamente, el
progreso socioeconómico logrado a raíz de las reformas chinas se debía a dicha
estabilidad, pero a los altos cargos del Partido les costaba cada vez más
mantenerla pese a sus esfuerzos por ocultar cualquier factor «inestable».
El
profesor Yao estaba a punto de emitir su conclusión.
—En
una época en la que la legitimidad del Gobierno está desapareciendo y la
ideología del Partido se desintegra, yo, como experto jurista, aún intento
defender la última línea de combate, un auténtico sistema legal independiente,
con la esperanza puesta en el futuro de nuestra sociedad.
Chen
frunció aún más el ceño y se unió al aplauso del público. Como policía, le
resultaba bastante incómodo escuchar una conferencia de este tipo.
Con
todo, prefería estar sentado aquí que en la comisaría, asistiendo a otra
reunión política rutinaria junto al secretario del Partido Li Guohua y otros
funcionarios municipales.
Li,
el jefe del Partido en el Departamento, se acercaba a la edad de la jubilación
y todos daban por sentado que Chen lo sucedería. Sin embargo, por una razón u
otra, recientemente habían prolongado el mandato de Li dos años más. A modo de
compensación, Chen fue nombrado vicesecretario del Partido en el Departamento,
así como miembro del Comité del Partido Comunista en Shanghai.
El caballero de San Petersburgo de Mayra Montero
NARRATIVA (F). Novela
Febrero 2014
Andanzas CA 825
ISBN: 978-84-8383-817-4
País edición: España
256 pág.
17,31 € (IVA no incluido)
Febrero 2014
Andanzas CA 825
ISBN: 978-84-8383-817-4
País edición: España
256 pág.
17,31 € (IVA no incluido)
A finales del siglo
XVIII, la joven criolla Antonia de Salis vive con su prima Teresa en Rusia.
Allí reciben la visita de un fascinante militar hispanoamericano, Francisco de
Miranda, precursor de la independencia que agita a las colinas, que está de
visita en Rusia para tejer una alianza con Potemkin. Antonia cae seducida ante
un personaje tan idealista como ardiente, con fama de donjuán y magnífico
contador de historias ante las damas. Tanto que, tras algunos encuentros furtivos,
decide seguirlo hasta San Petersburgo, donde Francisco de Miranda es
perseguido, sin saberlo, por un diplomático español empeñado en capturarlo.
Treinta años después, en la cárcel de La Carraca en Cádiz (los hechos están
rigurosamente documentados), un general Miranda enfermo y vencido recibe las
visitas y los cuidados de una enigmática mujer que tiene muy presentes las
aventuras de Crimea y de San Petersburgo.
Cherson
no era el poblado verde y risueño que describió su padre, sino una plaza
fronteriza con mil doscientas casas de piedra y argamasa, gran número de
barracones donde vivían las tropas, y una multitud de chozas de barro en las
que se hacinaban los campesinos. El hogar de su prima, en cambio, era otra
cosa: un recio edificio de mazonería en el que destacaban, por fuera, los
suntuosos jambajes de las ventanas y el ornamento del frontispicio, todo
labrado en terracota, cuya pequeña balaustrada en nichos parecía bordada en la
pared. En los salones había tapices crimeanos y alfombras turcas de colores que
se tornasolaban, y las ventanas interiores, a modo de aspilleras, chorreaban
una luz de gelatina, amarillo azufrado por las mañanas y anaranjado pálido al
caer la tarde.
Le
contaron que en invierno las calles se volvían intransitables, y que las
bestias se atascaban, o se desplomaban fatigadas, mientras los transeúntes
caminaban con el barro a media pierna. Pero ella había llegado a principios del
verano, justo cuando en la casa de los Viazemski se hacía una pausa para
disfrutar del campo, vestir trajes ligeros y sumergirse en esa vorágine de
paseos y meriendas con que se desquitaban de los meses de encierro. Teresa
contrató a un profesor de francés para que diera lecciones a su prima, y
Antonia hizo tales progresos que pronto empezó a prescindir del castellano.
Pasaba las horas memorizando el vocabulario, conjugando verbos y tratando de
afinar la pronunciación y aprender frases de moda, cazándolas al vuelo en la
conversación de Teresa con las demás esposas de los oficiales, o en los
diálogos del príncipe con los nobles polacos y alemanes que se detenían a visitarlo,
cuando iban camino a Sebastopol.
Aquella
tarde, su prima se refirió a Francisco como al «conde recién llegado de
Turquía», y le contó que lo había conocido el día anterior, cuando el
forastero, que acababa de pasar la contumacia, le fue presentado en una casa de
la ciudad. Se le veía agotado, pero respondió con paciencia a todas las
preguntas que le hacían: ¿Era cierto que en Turquía violaban a las extranjeras
en la calle, a plena luz del día, y que luego, amarradas y contusas, las
conducían hasta el harén? ¿Era verdad que escupían a los cristianos, y a los
que se rebelaban los despellejaban vivos, y luego colgaban sus cabezas a las
puertas de los edificios públicos?
—No
le fue tan mal en Constantinopla después de todo —comentó Teresa—. Jura que
nadie lo escupió.
Una
criada las interrumpió para avisar que había llegado el profesor de Antonia.
Nunca sintió tanta alegría ante el arribo de aquel viejo gotoso, que en todas
las lecciones ponía el ejemplo de Versalles. Tendría que preguntarle cómo se
decía en francés serrallo, y cómo se decía carabela. En una ocasión, la única
en que había viajado por el mar Negro, con motivo de un paseo a la fortaleza de
Kinburn en compañía de sus parientes, tropezaron con una carabela turca.
Teresa, al principio, bromeó con que aquellos desalmados asaltarían la fragata,
matarían a los hombres y secuestrarían a las mujeres. Pero cuando vio acercarse
la embarcación, su artillería desigual asomando erizada por la borda, y las
caras feroces de los marineros gritando frases que no comprendía, perdió la
calma y se abrazó a su prima. Nada pasó y pudieron seguir de largo, pero
Antonia pensó que, si venía al caso, le contaría al coronel Miranda el lance en
el mar Negro y el miedo que habían pasado nada más ver a los turcos soltar esas
horribles risotadas que les llegaban distorsionadas por el viento. Más tarde le
preguntaría por Venezuela. Pero antes de arreglarse para la comida debía
averiguar dónde quedaba aquel lugar. ¿Cerca de Cuba, o más bien en los
alrededores de Jamaica? ¿A un paso de Nueva Granada? ¿Colindando, tal vez, con
Brasil?
El último baile de Charlot de Fabio Stassi
NARRATIVA (F). Novela
Febrero 2014
Andanzas CA 826
ISBN: 978-84-8383-818-1
País edición: España
272 pág.
17,31 € (IVA no incluido)
Febrero 2014
Andanzas CA 826
ISBN: 978-84-8383-818-1
País edición: España
272 pág.
17,31 € (IVA no incluido)
Una Nochebuena, la
Muerte visita a Charles Chaplin en su casa. El gran actor y director es ya
octogenario pero tiene un hijo pequeño y quiere verlo crecer. Chaplin propone
entonces a la Vieja Dama un pacto: si consigue hacerla reír, le concederá otro
año de vida. Empieza así un curioso duelo con la Muerte, renovado año tras año.
En espera del momento fatal, Chaplin escribe una carta larga y apasionada a su
hijo relatándole su verdadera historia, la que nadie ha contado, y de sus
palabras surge la aventura rocambolesca de sus inicios y el retrato de una
época heroica. La infancia humilde en Gran Bretaña, los comienzos en el teatro
y el circo, los primeros éxitos y el viaje a Estados Unidos, donde el joven
Chaplin pasa de un oficio a otro: tipógrafo, boxeador, taxidermista... Hasta
que como brillante director improvisado se encuentra con ese haz de luz que,
proyectado en una pantalla, inflama la imaginación del mundo entero.
Corsier-sur-Vevey,
24 de diciembre de 1977
Querido
Christopher James:
Esta
noche celebraré en familia mi octogésima octava Navidad, como he celebrado las
últimas, y la historia que me dispongo a contar es el regalo que te hago. He
contraído contigo una deuda que no puedo saldar. Eres mi último hijo, apenas
tienes quince años y te concebí cuando yo tenía más de setenta. Crecerás sin
mí. Por eso tengo que darme prisa, antes de que pase a mejor vida y el mundo
entero empiece a hablar de mí. Según me dijo una adivina de San Francisco en
1910, tendría que haber muerto de bronconeumonía la Navidad de hace seis años, después
de una vida afortunadísima.
Todas
las navidades desde hace seis años viene a verme la Muerte. Se sienta y espera.
Yo me visto de vagabundo e interpreto para ella uno de mis viejos números. Si
se ríe, me concede otro año de vida. Es nuestro pacto. No moriré mientras siga
divirtiéndola. Pero reconozco que últimamente estoy algo oxidado. No le habría
arrancado ni una sonrisa si no fuera porque soy viejo, que es la edad más
cómica de todas.
Estos
seis años han sido una gran bendición. Quería verte crecer sano y robusto, ver
cómo aprendías música. Pero esta noche la Vieja, hundida en mi sillón, asistirá
seria y fría a un gag perfecto. Porque lo perfecto no da risa, Christopher. Es
la última vez que me visto de Charlot. Algo me dice que voy a desaparecer de la
escena. Aunque, en realidad, tampoco me importa que la Vieja me lleve un día
como hoy, en el que se conmemora en todo el mundo el nacimiento de un niño.
Estas
últimas horas las quiero pasar contigo.
¡Tengo
que decirte tantas cosas!
Me
he vestido de punta en blanco, como en los viejos tiempos. Me he puesto sombra
en los ojos y he abierto otra vez la caja de los bigotes postizos: si no me lo
pongo bien, adiós.
Te
escribo sentado a esta pequeña mesa de boj, en un rincón de mi habitación.
Estoy convencido de que en las mesas pequeñas, que no estorban, las ideas
permanecen recogidas y no hay que seguirlas por la pared como salamanquesas, sino
que basta con alargar el brazo y agarrarlas por el rabo.
De
mi vida se sabe todo, o casi todo.
Hace
unos años publiqué una autobiografía que se vendió en todo el mundo y sobre mí
se han escrito miles de páginas. Mi nombre causa admiración allí donde se pronuncia,
en Birmania o en Tierra del Fuego. O quizá sería mejor decir el nombre del
personaje que creé una tarde de lluvia de 1914, mientras rodábamos un
cortometraje, y tomé de un vestuario de hombres unas prendas que me venían
grandes. Así, con esta sencillez misteriosa que nunca deja de sorprenderme,
nació Charlot, o The Tramp, el Vagabundo, como lo llaman los norteamericanos. Pero
esto lo he contado miles de veces.
Lo
que no he confesado a nadie, en cambio, es cómo empezó de verdad mi carrera ni
todo lo que me dispongo a contar ahora, porque nadie, ni siquiera tu madre, mi Oona,
se lo habría creído. No lo he confesado porque quería preservar el secreto más
valioso de mi vida, una especie de promesa infantil que siempre he intentado mantener
y que, de algún modo, me redime de mis errores, de mis contradicciones y del
caos de mis recuerdos. Ahora, sin embargo, soy viejo y la reputación y esas
cosas me preocupan poco. Además, a mi edad es fácil confundirse. ¿De verdad, me
pregunto, les he estrechado la mano a Debussy, a Stravinsky, a Rubinstein, a
Brecht y a Gandhi, y he jugado al tenis, en pantalones cortos, con Eisenstein y
con Buñuel, y me han recibido reyes, príncipes y presidentes, y el mismísimo
Albert Einstein rompió a llorar como un niño viendo mis películas? Mi memoria es
un cajón de sastre y ya no sé muy bien qué he vivido de verdad y qué he soñado.
No hay una frontera clara entre las cosas que me han ocurrido y las cosas que
me he inventado. Tampoco me importa parecer un viejo ridículo, incluso me vendrá
bien, porque, al contrario de lo que se piensa, siempre he sido una persona muy
seria, obsesionada con la perfección. Los maccartistas que sobrevivieron a la
vergüenza de Vietnam o algunos colegas envidiosos podrán decir por fin que mis
palabras sobre una sociedad más justa, libre y humana no son sino delirios de
mi mente enferma. También los nazis me odiaron, pese a que no tuve la suerte de
ser judío: prohibieron La quimera del oro, me retrataron con nariz aguileña y
me tacharon de acróbata judío repugnante y aburrido. No era la primera vez que
me perseguían ni fue la última. En Pennsylvania o en Carolina del Sur, el Ku
Klux Klan y las asociaciones de pastores evangélicos —buenos cristianos de
Estados Unidos que no sólo rociaban de petróleo rollos de celuloide— censuraron
y prohibieron mis películas desde el principio. Pero ni siquiera los de la
esvástica pudieron impedir que mi vagabundo, que hasta ese momento sólo había
cantado con su voz áspera una canción sin sentido, subiera a la tribuna más
importante de Europa hecho un barbero; era el primero que le robaba el micrófono
a Hitler... Luego bajó de esa tribuna y le perdí el rastro. Se alejó como una
nube de polvo en los campos de Auschwitz o de Buchenwald: todo lo que tenía que
decir lo había dicho en aquella ocasión, de una vez para siempre.
Nocturno casi de Lorenzo Oliván
POESÍA (NF). Poemarios
Febrero 2014
Marginales M 285
ISBN: 978-84-8383-822-8
País edición: España
128 pág.
12,50 € (IVA no incluido)
Febrero 2014
Marginales M 285
ISBN: 978-84-8383-822-8
País edición: España
128 pág.
12,50 € (IVA no incluido)
«Magnética, la noche
nos acerca a cuanto oculta, enseña sus indicios», dicen unos versos de este
libro. Esos indicios son los mimbres con los que se tejen los poemas de
Nocturno casi. La mirada indagadora de Lorenzo Oliván, el «ojo que piensa» al
que el propio poeta se ha referido a menudo y que tanto define y singulariza su
voz, propone una aventura de conocimiento hecha de iluminaciones en la sombra,
renueva imágenes y símbolos, se adentra en las perplejidades de lo real y nos
abre la trastienda, el reverso de algunas experiencias que sólo la poesía
intenta nombrar.
Dividido en tres
partes, «Ardua trama», «Tocar extremos» y «Visión nocturna», el libro explora
esos enigmas con una pulsión metafísica que nace de sutilizar la percepción,
los sentidos, y lo hace con una clara apuesta vitalista que oscila entre lo
celebrativo y la tensión existencial. Así, en la serie que con gran coherencia
han establecido Puntos de fuga y El libro de los elementos, sus libros
anteriores, este Nocturno casi culmina la trayectoria del autor y se nos
presenta como su obra más madura y personal, más abierta y variada de
registros, más misteriosa y honda.
EN
EL PRINCIPIO
En
el principio tú fuiste una rueda. Quizá porque el principio necesita a su vez de
la circularidad para empezar sin fin desde el principio. Te llevabas los pies a
la cabeza, como haciendo camino poco a poco en tu avance hacia ti. ¿Es tu
cerebro huella de las rutas trazadas al discurrir sobre él? ¿Pisaste en él el
vino de tu ebriedad futura? ¿Las danzas que danzaste, con fondo de orquestales
ritmos gravitatorios, se quedaron inscritas en las líneas torcidas de tu mente,
como en un pentagrama vuelto papel mojado?
En
el principio tú fuiste una rueda. Y no quisiste estar en una plataforma que
afianzase tu seguridad, sino en la inclinación de una pendiente, que te echase
a rodar buscando un fondo. ¿Tu mirada de cíclope, el ojo aquel igual que un
corazón, fue mirada de asombro ante ese vértigo? ¿O fue sólo una forma de
apuntalar la circularidad para empezar sin fin desde un principio?
Tú
modelaste a ciegas, como el más inconsciente escultor de sí mismo, sobre tu
piel, tus huesos y tu carne la imagen de esa rueda, para saber girar, llegado
el caso, hacerle un quiebro a tu existencia en círculo, y empujarte a nacer, de
pronto erguido, en pie, dejando atrás tu redondez, llorando.
La aventura comunista de Jorge Semprún. Exilio,
clandestinidad y ruptura de Felipe Nieto
HISTORIA (NF). Biografías, autobiografías y memorias
Febrero 2014
Tiempo de Memoria TM 100
ISBN: 978-84-8383-821-1
País edición: España
632 pág.
23,08 € (IVA no incluido)
Febrero 2014
Tiempo de Memoria TM 100
ISBN: 978-84-8383-821-1
País edición: España
632 pág.
23,08 € (IVA no incluido)
Es casi imposible
resumir las muchas vidas del escritor e intelectual Jorge Semprún (Madrid,
1923-París, 2011), pero hay dos rasgos en los que él mismo siempre vio definida
su existencia: ex deportado de Buchenwald y rojo español. En esta obra,
merecedora del XXVI Premio Comillas, Felipe Nieto, tras narrar la etapa
inicial de exilio, el paso por la Resistencia francesa y la deportación a
Buchenwald, se centra en uno de los momentos más fascinantes de la aventura
vital de Jorge Semprún: los años de peligrosa actividad clandestina en la
España de Franco, vividos bajo diferentes alias, entre ellos el de Federico
Sánchez.
Para desarrollar la política del Partido Comunista de España, a partir de 1953 Semprún entra clandestinamente en numerosas ocasiones en España a fin de involucrar a los sectores intelectuales y universitarios en la lucha contra la dictadura. Son años de tensión no sólo en la represiva España de Franco, sino entre las filas comunistas, que empiezan a descubrir los crímenes del estalinismo mientras, en el comité central español, Santiago Carrillo se afianza como líder firme e indiscutible del partido. Al final de este periodo, Semprún empieza a mostrar sus dudas acerca de la política y los métodos que el PCE emplea en España. Y en sus últimos años de clandestinidad, con El largo viaje (1963), inicia una de las andaduras literarias más fascinantes del siglo XX.
Para desarrollar la política del Partido Comunista de España, a partir de 1953 Semprún entra clandestinamente en numerosas ocasiones en España a fin de involucrar a los sectores intelectuales y universitarios en la lucha contra la dictadura. Son años de tensión no sólo en la represiva España de Franco, sino entre las filas comunistas, que empiezan a descubrir los crímenes del estalinismo mientras, en el comité central español, Santiago Carrillo se afianza como líder firme e indiscutible del partido. Al final de este periodo, Semprún empieza a mostrar sus dudas acerca de la política y los métodos que el PCE emplea en España. Y en sus últimos años de clandestinidad, con El largo viaje (1963), inicia una de las andaduras literarias más fascinantes del siglo XX.
La
guerra civil. Al servicio de la República en Europa
La
verdadera aventura política de Jorge Semprún empieza en el mes de julio de
1936. Fue un verano especial para los españoles el de aquel año. La frágil
situación política de la Segunda República salta por los aires con detonaciones
que parten del norte de África y estallan en los diferentes acuartelamientos de
la mayoría de las provincias españolas. Una sacudida temida, no por eso menos
grave en sus consecuencias, que obligó a reaccionar apresuradamente y tomar
decisiones vitales a todos, desde el Gobierno hasta el último de los españoles.
La
familia Semprún-Maura sale de vacaciones rumbo al norte de España el 17 de julio,
en viaje más apresurado de lo habitual, porque los rumores de la conspiración
se dejan sentir con visos de credibilidad por doquier. Integran el grupo el
cabeza de familia, sus siete hijos, de los que Jorge es el cuarto, y su segunda
esposa, Annette Litschi, hasta poco tiempo antes institutriz en lengua alemana
de los hijos.
José
María Semprún Gurrea había nacido en Madrid en 1893. Abogado y escritor, se
había incorporado a las filas del republicanismo desde el tiempo de la
dictadura de Primo de Rivera, como miembro de la Agrupación al Servicio de la
República. Próximo a su cuñado Miguel Maura, ministro de Gobernación en el
primer Gobierno provisional republicano, Semprún Gurrea ejerció como gobernador
civil, primero en Toledo y a continuación en Santander. Por esos años forma
parte de conocidas tertulias literarias o políticas —es frecuente la presencia
en ellas de Lorca o Alberti—, colabora en Revista de Occidente y funda con
Bergamín, Artigas, García Gómez, Oliver y otros la revista Cruz y Raya en 1933,
vehículo de expresión de los católicos republicanos. Estaba asimismo
estrechamente vinculado a los católicos franceses, seguidores del movimiento
francés del «personalismo» creado por Emmanuel Mounier, cuyo ideario abierto
difundían en la revista Esprit. Semprún Gurrea era el representante de este grupo
en España y corresponsal de la revista.3
La
familia Semprún se dirige a Lequeitio, Vizcaya, la villa marinera donde
veraneaba desde 1933. Había abandonado la costumbre de los veranos en el
Sardinero, en Santander, después de la muerte de Susana Maura Gamazo, madre de
los hermanos Semprún, el año anterior, a los 38 de edad, víctima de una
septicemia.4 Como en veranos anteriores, habían cerrado la casa madrileña,
cuarto piso del número 12 de la calle de Alfonso XI, los muebles cubiertos con fundas
blancas y las ventanas entornadas, y se dirigían al Cantábrico para disfrutar de
un largo veraneo de tres meses, verano de las familias numerosas de posición
económica holgada. Pero la guerra que comenzó a los pocos días del golpe de los
militares insurrectos truncó los planes veraniegos de los Semprún, como cambió
los de la mayoría de los españoles. La familia Semprún quedó arrancada
definitivamente de su punto de anclaje madrileño, perdidos para siempre el
hogar, la ciudad y la vida disfrutados hasta ese momento. No habría retorno de
las vacaciones del 36 para ninguno de sus miembros. Jamás.
Jorge,
que no había cumplido aún los catorce años, recuerda cómo la noticia de la
guerra sorprendió a todos los habitantes de Lequeitio, lugareños y veraneantes.
Los hombres se apresuraron a tomar las armas y salieron hacia los frentes,
hacia San Sebastián y la frontera francesa. Las casas se transformaban en
hospitales. La calma veraniega de otros años no era posible, la vida del pueblo
se vio alterada radicalmente. José María Semprún, estableció contacto con el
comité local del Frente Popular y puso a su disposición su propio automóvil.
Viajó a Santander «para pronunciar por radio una alocución titulada “El Norte contra
el faccioso”, que luego reprodujo la prensa diaria».5 Los amigos «personalistas»
franceses, por medio de Jean-Marie Soutou, desplazado a Lequeitio en agosto, se
dispusieron a atender a la familia Semprún ante cualquier eventualidad.
La Venus de las pieles de Leopold von
Sacher-Masoch
NARRATIVA ERÓTICA (F). Novela
Febrero 2014
La Sonrisa Vertical SV 86
ISBN: 978-84-8383-859-4
País edición: España
208 pág.
11,54 € (IVA no incluido)
Febrero 2014
La Sonrisa Vertical SV 86
ISBN: 978-84-8383-859-4
País edición: España
208 pág.
11,54 € (IVA no incluido)
Hoy es sabido que la
peculiar relación amorosa de Sacher-Masoch con Fanny von Pistor fue la que le
inspiró La Venus de las pieles. En uno de los Apéndices a esta edición íntegra,
en la siempre inspirada traducción de Andrés Sánchez Pascual, destinada a ser
ya tan clásica como la propia novela, el lector podrá encontrar, como
testimonio de ello, el contrato por el cual «el señor Leopold von Sacher-Masoch
se compromete a ser el esclavo de la señorita Von Pistor y de satisfacerla en
todos sus deseos por un período de seis meses» y que entró en vigor en
diciembre de 1869… Más tarde, firmó también otro acuerdo semejante con Aurora
Rümelin, quien en 1873 se convirtió en su mujer y, con el seudónimo de Wanda,
escribió años después unas memorias que dan cuenta de la extraña relación que
la unió a su marido hasta su separación en 1886 y de las que, en los Apéndices,
reproducimos el fragmento que los relaciona a los dos con Ludwig II de Baviera.
El lector podrá
encontrar en La Venus de las pieles, convertida hoy en obra de referencia
obligada para quien quiera ahondar en los abismos de la sensualidad humana,
toda la constelación de símbolos que han pasado a definir el llamado «síndrome»
masoquista: fetiches, látigos, disfraces, tejidos y texturas especiales,
humillaciones, castigos y, por supuesto, la inmutable presencia de una terrible
e implacable frialdad.
Según el filósofo
francés Gilles Deleuze, que dedicó un largo estudio a Sacher-Masoch, y concretamente
a La Venus de las pieles, «la obra de Masoch concentra todas las fuerzas del
Romanticismo alemán. En mi opinión, ningún otro escritor empleó con tanto
talento los recursos de la fantasía y del suspense. Tiene una manera muy
particular de “desexualizar” el amor pero, a la vez, de sexualizar por entero
toda la historia de la humanidad».
Muerte de una heroína roja (MAXI) de
POLICIACOS (F). Otros
Febrero 2014
MAXI MAXI
ISBN: 978-84-8383-834-1
País edición: España
440 pág.
9,57 € (IVA no incluido)
Febrero 2014
MAXI MAXI
ISBN: 978-84-8383-834-1
País edición: España
440 pág.
9,57 € (IVA no incluido)
Un viernes de mayo de
1990, Gao Ziling, capitán de la patrullera Vanguardia, sale a pescar con un
amigo al que no veía desde la época del instituto. De regreso, en el canal
Baili, a unos treinta kilómetros al oeste de Shanghai, algo impide el avance de
la patrullera. Cuando Gao se lanza al agua para ver qué le ocurre a la hélice,
descubre una gran bolsa de plástico negra y, en su interior, el cadáver de una
joven desnuda. El capitán Gao avisa de inmediato a la policía y, casualmente,
atiende su llamada el subinspector Yu, quien trabaja a las órdenes del
inspector jefe Chen. Éste, recién ascendido y tras estrenar piso, no tardará en
descubrir que la joven, empleada de los grandes almacenes Número Uno de
Shanghai, era una trabajadora modélica cuya entrega a la causa del Partido la
convirtió en una celebridad. Ahora debe investigar qué se oculta detrás de la
muerte de esa «heroína roja».
Gao
apagó el motor y saltó a la orilla. Desde allí tampoco consiguió descubrir qué
ocurría, por lo que empezó a sondear el agua turbia con un largo palo de bambú
que acababa de comprarle a su mujer para colgar la ropa en el balcón. Al cabo
de unos minutos, dio con algo cerca de la quilla. Parecía un objeto blando, más
bien grande y pesado.
Gao
se quitó el pantalón y la camisa, y se metió en el agua. No le costó dar con el
bulto, pero tardó unos minutos en arrastrarlo por el agua e izarlo en la
orilla. Era una bolsa grande de plástico negro, atada con una cuerda. Gao
desató el nudo con cierta cautela y se inclinó para mirar en el interior.
—¡Diantres!
—maldijo.
—¿Qué
pasa?
—Mira
esto. ¡Pelo!
Liu
se inclinó y se quedó de piedra. Era el cabello de una mujer muerta y desnuda.
Con ayuda de Liu, Gao sacó el cuerpo de la bolsa y lo pusieron boca arriba
sobre la tierra.
La
mujer no debía de llevar demasiado tiempo en el agua. Su rostro, aunque
ligeramente hinchado, era joven y agraciado. Unas briznas verdes de junco se
habían enredado en abundante melena oscura. El cuerpo era blanco como la cera,
con los pechos flácidos y las piernas fornidas. El vello púbico, negro, estaba
empapado. Gao volvió rápidamente al barco, sacó una manta vieja y la arrojó sobre
el cadáver. Fue lo único que atinó a hacer en ese momento. Luego partió en dos
el palo de bambú. Era una lástima, pero ahora traería mala suerte. No soportaba
la idea de que su mujer lo usara todos los días para tender la ropa.
—¿Qué
hacemos ahora? —preguntó Liu.
—No
podemos hacer nada. No toques nada. Hay que dejar el cuerpo así hasta que venga
la policía.
Gao
sacó su teléfono móvil. Titubeó antes de marcar el número de la policía de
Shanghai. Tendría que redactar un informe y contar cómo había encontrado el cuerpo,
pero, sobre todo, tendría que explicar qué hacía él allí a esa hora del día y
con Liu a bordo. Se suponía que estaba de guardia, cuando, en realidad, había
salido a divertirse, a pescar y beber con un amigo. Con todo, decidió que
contaría la verdad. No le quedaba otra alternativa. Marcó el número.
No hay comentarios:
Publicar un comentario