jueves, 20 de febrero de 2014

Novedades, febrero de 2014: Tusquets Editores



El enigma de China de Qiu Xiaolong

NARRATIVA (F). Novela
Febrero 2014
Andanzas CA 827
ISBN: 978-84-8383-819-8
País edición: España
304 pág.
18,27 € (IVA no incluido)

El inspector jefe Chen Cao se encuentra en una situación delicada: dado que es uno de los policías más respetados de Shanghai, el Partido le encomienda cerrar el caso de la turbia muerte de Zhou Keng, quien dirigía el Comité para el Desarrollo Urbanístico de Shanghai cuando varias de sus prácticas corruptas se denunciaron en internet.
Tras ser despojado de su cargo y sometido a una detención extrajudicial, al parecer Zhou se ahorcó mientras se encontraba bajo custodia. Pese a que los dirigentes del Partido aguardan con impaciencia que la muerte de Zhou sea declarada suicidio y que el célebre inspector jefe Chen avale dicha conclusión, algunas piezas no encajan en la secuencia de acontecimientos. Chen tendrá que decidir: o renuncia a que se haga justicia, o investiga la muerte de Zhou como posible asesinato, con lo que se arriesga a incomodar a los poderes fácticos y, por tanto, a poner en peligro su propia carrera profesional y política.


Casualmente, Chen sabía algunas cosas acerca de Yao gracias al memorando interno, en el cual se incluía una lista negra que circulaba por el Departamento de Policía. Pero no era asunto suyo, se dijo mientras se ajustaba las gafas color ámbar sobre el puente de la nariz y se bajaba un poco la boina de estilo francés. Esperaba no tener pinta de poli. No le pareció oportuno que lo reconocieran en la sala de conferencias, pese a que varios miembros de la asociación lo conocían bastante bien. Por el momento, Chen no dejaba de darle vueltas a la palabra «enigma»; en cierto modo, le recordaba vagamente a un cuadro que había visto una vez, aunque no fuera capaz de recordar los detalles. Entretanto, el profesor Yao iba desgranando toda una retahíla de ejemplos concretos.
—Así pues, ¿cuáles son las características propias de la sociedad china? Existe un sinfín de definiciones e interpretaciones. He aquí algunos ejemplos que hablan por sí solos. Un profesor de la Universidad de Pekín les dice lo siguiente a sus alumnos: «No vengáis a verme a menos que ganéis cuatrocientos millones antes de cumplir los cuarenta». Este profesor, que también es un experto en el mercado inmobiliario, propugna la inversión en viviendas de lujo a cambio de las comisiones que recibe de los constructores. En su opinión, y en la de sus alumnos, el único valor importante en este mundo de polvo rojo es el del dinero contante y sonante.
»En un programa de reality show, cuyas participantes debatían la mejor manera de elegir marido, una chica expuso su máxima: preferiría llorar en un BMW que reír en una bicicleta. El mensaje resulta inequívoco: lo que quiere esa muchacha es un marido
rico que pueda proporcionarle lujos materiales, aunque ello suponga soportar un matrimonio sin amor. En un juicio reciente contra un conductor al que detuvieron mientras conducía borracho, el acusado llegó a gritarles a los policías “¡Mi padre es Zhang Gang!”. Zhang Gang es un alto funcionario del Partido que está al mando del Departamento de Policía local. Y, como era previsible, los agentes vacilaron antes de detenerlo, pero un transeúnte grabó la escena con su móvil y luego colgó el vídeo en internet. Poco después, la frase “Mi padre es Zhang Gang” se convirtió en una coletilla popular...
Todos eran ejemplos reales de lo que estaba sucediendo en la China actual, pensó Chen. Pero ¿adónde quería ir a parar el profesor Yao?
Para el Gobierno, la «estabilidad» tenía prioridad absoluta. Supuestamente, el progreso socioeconómico logrado a raíz de las reformas chinas se debía a dicha estabilidad, pero a los altos cargos del Partido les costaba cada vez más mantenerla pese a sus esfuerzos por ocultar cualquier factor «inestable».
El profesor Yao estaba a punto de emitir su conclusión.
—En una época en la que la legitimidad del Gobierno está desapareciendo y la ideología del Partido se desintegra, yo, como experto jurista, aún intento defender la última línea de combate, un auténtico sistema legal independiente, con la esperanza puesta en el futuro de nuestra sociedad.
Chen frunció aún más el ceño y se unió al aplauso del público. Como policía, le resultaba bastante incómodo escuchar una conferencia de este tipo.
Con todo, prefería estar sentado aquí que en la comisaría, asistiendo a otra reunión política rutinaria junto al secretario del Partido Li Guohua y otros funcionarios municipales.
Li, el jefe del Partido en el Departamento, se acercaba a la edad de la jubilación y todos daban por sentado que Chen lo sucedería. Sin embargo, por una razón u otra, recientemente habían prolongado el mandato de Li dos años más. A modo de compensación, Chen fue nombrado vicesecretario del Partido en el Departamento, así como miembro del Comité del Partido Comunista en Shanghai.

El caballero de San Petersburgo de Mayra Montero

NARRATIVA (F). Novela
Febrero 2014
Andanzas CA 825
ISBN: 978-84-8383-817-4
País edición: España
256 pág.
17,31 € (IVA no incluido)

A finales del siglo XVIII, la joven criolla Antonia de Salis vive con su prima Teresa en Rusia. Allí reciben la visita de un fascinante militar hispanoamericano, Francisco de Miranda, precursor de la independencia que agita a las colinas, que está de visita en Rusia para tejer una alianza con Potemkin. Antonia cae seducida ante un personaje tan idealista como ardiente, con fama de donjuán y magnífico contador de historias ante las damas. Tanto que, tras algunos encuentros furtivos, decide seguirlo hasta San Petersburgo, donde Francisco de Miranda es perseguido, sin saberlo, por un diplomático español empeñado en capturarlo. Treinta años después, en la cárcel de La Carraca en Cádiz (los hechos están rigurosamente documentados), un general Miranda enfermo y vencido recibe las visitas y los cuidados de una enigmática mujer que tiene muy presentes las aventuras de Crimea y de San Petersburgo.


Cherson no era el poblado verde y risueño que describió su padre, sino una plaza fronteriza con mil doscientas casas de piedra y argamasa, gran número de barracones donde vivían las tropas, y una multitud de chozas de barro en las que se hacinaban los campesinos. El hogar de su prima, en cambio, era otra cosa: un recio edificio de mazonería en el que destacaban, por fuera, los suntuosos jambajes de las ventanas y el ornamento del frontispicio, todo labrado en terracota, cuya pequeña balaustrada en nichos parecía bordada en la pared. En los salones había tapices crimeanos y alfombras turcas de colores que se tornasolaban, y las ventanas interiores, a modo de aspilleras, chorreaban una luz de gelatina, amarillo azufrado por las mañanas y anaranjado pálido al caer la tarde.
Le contaron que en invierno las calles se volvían intransitables, y que las bestias se atascaban, o se desplomaban fatigadas, mientras los transeúntes caminaban con el barro a media pierna. Pero ella había llegado a principios del verano, justo cuando en la casa de los Viazemski se hacía una pausa para disfrutar del campo, vestir trajes ligeros y sumergirse en esa vorágine de paseos y meriendas con que se desquitaban de los meses de encierro. Teresa contrató a un profesor de francés para que diera lecciones a su prima, y Antonia hizo tales progresos que pronto empezó a prescindir del castellano. Pasaba las horas memorizando el vocabulario, conjugando verbos y tratando de afinar la pronunciación y aprender frases de moda, cazándolas al vuelo en la conversación de Teresa con las demás esposas de los oficiales, o en los diálogos del príncipe con los nobles polacos y alemanes que se detenían a visitarlo, cuando iban camino a Sebastopol.
Aquella tarde, su prima se refirió a Francisco como al «conde recién llegado de Turquía», y le contó que lo había conocido el día anterior, cuando el forastero, que acababa de pasar la contumacia, le fue presentado en una casa de la ciudad. Se le veía agotado, pero respondió con paciencia a todas las preguntas que le hacían: ¿Era cierto que en Turquía violaban a las extranjeras en la calle, a plena luz del día, y que luego, amarradas y contusas, las conducían hasta el harén? ¿Era verdad que escupían a los cristianos, y a los que se rebelaban los despellejaban vivos, y luego colgaban sus cabezas a las puertas de los edificios públicos?
—No le fue tan mal en Constantinopla después de todo —comentó Teresa—. Jura que nadie lo escupió.
Una criada las interrumpió para avisar que había llegado el profesor de Antonia. Nunca sintió tanta alegría ante el arribo de aquel viejo gotoso, que en todas las lecciones ponía el ejemplo de Versalles. Tendría que preguntarle cómo se decía en francés serrallo, y cómo se decía carabela. En una ocasión, la única en que había viajado por el mar Negro, con motivo de un paseo a la fortaleza de Kinburn en compañía de sus parientes, tropezaron con una carabela turca. Teresa, al principio, bromeó con que aquellos desalmados asaltarían la fragata, matarían a los hombres y secuestrarían a las mujeres. Pero cuando vio acercarse la embarcación, su artillería desigual asomando erizada por la borda, y las caras feroces de los marineros gritando frases que no comprendía, perdió la calma y se abrazó a su prima. Nada pasó y pudieron seguir de largo, pero Antonia pensó que, si venía al caso, le contaría al coronel Miranda el lance en el mar Negro y el miedo que habían pasado nada más ver a los turcos soltar esas horribles risotadas que les llegaban distorsionadas por el viento. Más tarde le preguntaría por Venezuela. Pero antes de arreglarse para la comida debía averiguar dónde quedaba aquel lugar. ¿Cerca de Cuba, o más bien en los alrededores de Jamaica? ¿A un paso de Nueva Granada? ¿Colindando, tal vez, con Brasil?

El último baile de Charlot de Fabio Stassi

NARRATIVA (F). Novela
Febrero 2014
Andanzas CA 826
ISBN: 978-84-8383-818-1
País edición: España
272 pág.
17,31 € (IVA no incluido)

Una Nochebuena, la Muerte visita a Charles Chaplin en su casa. El gran actor y director es ya octogenario pero tiene un hijo pequeño y quiere verlo crecer. Chaplin propone entonces a la Vieja Dama un pacto: si consigue hacerla reír, le concederá otro año de vida. Empieza así un curioso duelo con la Muerte, renovado año tras año. En espera del momento fatal, Chaplin escribe una carta larga y apasionada a su hijo relatándole su verdadera historia, la que nadie ha contado, y de sus palabras surge la aventura rocambolesca de sus inicios y el retrato de una época heroica. La infancia humilde en Gran Bretaña, los comienzos en el teatro y el circo, los primeros éxitos y el viaje a Estados Unidos, donde el joven Chaplin pasa de un oficio a otro: tipógrafo, boxeador, taxidermista... Hasta que como brillante director improvisado se encuentra con ese haz de luz que, proyectado en una pantalla, inflama la imaginación del mundo entero.


Corsier-sur-Vevey, 24 de diciembre de 1977
Querido Christopher James:
Esta noche celebraré en familia mi octogésima octava Navidad, como he celebrado las últimas, y la historia que me dispongo a contar es el regalo que te hago. He contraído contigo una deuda que no puedo saldar. Eres mi último hijo, apenas tienes quince años y te concebí cuando yo tenía más de setenta. Crecerás sin mí. Por eso tengo que darme prisa, antes de que pase a mejor vida y el mundo entero empiece a hablar de mí. Según me dijo una adivina de San Francisco en 1910, tendría que haber muerto de bronconeumonía la Navidad de hace seis años, después de una vida afortunadísima.
Todas las navidades desde hace seis años viene a verme la Muerte. Se sienta y espera. Yo me visto de vagabundo e interpreto para ella uno de mis viejos números. Si se ríe, me concede otro año de vida. Es nuestro pacto. No moriré mientras siga divirtiéndola. Pero reconozco que últimamente estoy algo oxidado. No le habría arrancado ni una sonrisa si no fuera porque soy viejo, que es la edad más cómica de todas.
Estos seis años han sido una gran bendición. Quería verte crecer sano y robusto, ver cómo aprendías música. Pero esta noche la Vieja, hundida en mi sillón, asistirá seria y fría a un gag perfecto. Porque lo perfecto no da risa, Christopher. Es la última vez que me visto de Charlot. Algo me dice que voy a desaparecer de la escena. Aunque, en realidad, tampoco me importa que la Vieja me lleve un día como hoy, en el que se conmemora en todo el mundo el nacimiento de un niño.
Estas últimas horas las quiero pasar contigo.
¡Tengo que decirte tantas cosas!
Me he vestido de punta en blanco, como en los viejos tiempos. Me he puesto sombra en los ojos y he abierto otra vez la caja de los bigotes postizos: si no me lo pongo bien, adiós.
Te escribo sentado a esta pequeña mesa de boj, en un rincón de mi habitación. Estoy convencido de que en las mesas pequeñas, que no estorban, las ideas permanecen recogidas y no hay que seguirlas por la pared como salamanquesas, sino que basta con alargar el brazo y agarrarlas por el rabo.
De mi vida se sabe todo, o casi todo.
Hace unos años publiqué una autobiografía que se vendió en todo el mundo y sobre mí se han escrito miles de páginas. Mi nombre causa admiración allí donde se pronuncia, en Birmania o en Tierra del Fuego. O quizá sería mejor decir el nombre del personaje que creé una tarde de lluvia de 1914, mientras rodábamos un cortometraje, y tomé de un vestuario de hombres unas prendas que me venían grandes. Así, con esta sencillez misteriosa que nunca deja de sorprenderme, nació Charlot, o The Tramp, el Vagabundo, como lo llaman los norteamericanos. Pero esto lo he contado miles de veces.
Lo que no he confesado a nadie, en cambio, es cómo empezó de verdad mi carrera ni todo lo que me dispongo a contar ahora, porque nadie, ni siquiera tu madre, mi Oona, se lo habría creído. No lo he confesado porque quería preservar el secreto más valioso de mi vida, una especie de promesa infantil que siempre he intentado mantener y que, de algún modo, me redime de mis errores, de mis contradicciones y del caos de mis recuerdos. Ahora, sin embargo, soy viejo y la reputación y esas cosas me preocupan poco. Además, a mi edad es fácil confundirse. ¿De verdad, me pregunto, les he estrechado la mano a Debussy, a Stravinsky, a Rubinstein, a Brecht y a Gandhi, y he jugado al tenis, en pantalones cortos, con Eisenstein y con Buñuel, y me han recibido reyes, príncipes y presidentes, y el mismísimo Albert Einstein rompió a llorar como un niño viendo mis películas? Mi memoria es un cajón de sastre y ya no sé muy bien qué he vivido de verdad y qué he soñado. No hay una frontera clara entre las cosas que me han ocurrido y las cosas que me he inventado. Tampoco me importa parecer un viejo ridículo, incluso me vendrá bien, porque, al contrario de lo que se piensa, siempre he sido una persona muy seria, obsesionada con la perfección. Los maccartistas que sobrevivieron a la vergüenza de Vietnam o algunos colegas envidiosos podrán decir por fin que mis palabras sobre una sociedad más justa, libre y humana no son sino delirios de mi mente enferma. También los nazis me odiaron, pese a que no tuve la suerte de ser judío: prohibieron La quimera del oro, me retrataron con nariz aguileña y me tacharon de acróbata judío repugnante y aburrido. No era la primera vez que me perseguían ni fue la última. En Pennsylvania o en Carolina del Sur, el Ku Klux Klan y las asociaciones de pastores evangélicos —buenos cristianos de Estados Unidos que no sólo rociaban de petróleo rollos de celuloide— censuraron y prohibieron mis películas desde el principio. Pero ni siquiera los de la esvástica pudieron impedir que mi vagabundo, que hasta ese momento sólo había cantado con su voz áspera una canción sin sentido, subiera a la tribuna más importante de Europa hecho un barbero; era el primero que le robaba el micrófono a Hitler... Luego bajó de esa tribuna y le perdí el rastro. Se alejó como una nube de polvo en los campos de Auschwitz o de Buchenwald: todo lo que tenía que decir lo había dicho en aquella ocasión, de una vez para siempre.

Nocturno casi de Lorenzo Oliván

POESÍA (NF). Poemarios
Febrero 2014
Marginales M 285
ISBN: 978-84-8383-822-8
País edición: España
128 pág.
12,50 € (IVA no incluido)

«Magnética, la noche nos acerca a cuanto oculta, enseña sus indicios», dicen unos versos de este libro. Esos indicios son los mimbres con los que se tejen los poemas de Nocturno casi. La mirada indagadora de Lorenzo Oliván, el «ojo que piensa» al que el propio poeta se ha referido a menudo y que tanto define y singulariza su voz, propone una aventura de conocimiento hecha de iluminaciones en la sombra, renueva imágenes y símbolos, se adentra en las perplejidades de lo real y nos abre la trastienda, el reverso de algunas experiencias que sólo la poesía intenta nombrar.
Dividido en tres partes, «Ardua trama», «Tocar extremos» y «Visión nocturna», el libro explora esos enigmas con una pulsión metafísica que nace de sutilizar la percepción, los sentidos, y lo hace con una clara apuesta vitalista que oscila entre lo celebrativo y la tensión existencial. Así, en la serie que con gran coherencia han establecido Puntos de fuga y El libro de los elementos, sus libros anteriores, este Nocturno casi culmina la trayectoria del autor y se nos presenta como su obra más madura y personal, más abierta y variada de registros, más misteriosa y honda.


EN EL PRINCIPIO
En el principio tú fuiste una rueda. Quizá porque el principio necesita a su vez de la circularidad para empezar sin fin desde el principio. Te llevabas los pies a la cabeza, como haciendo camino poco a poco en tu avance hacia ti. ¿Es tu cerebro huella de las rutas trazadas al discurrir sobre él? ¿Pisaste en él el vino de tu ebriedad futura? ¿Las danzas que danzaste, con fondo de orquestales ritmos gravitatorios, se quedaron inscritas en las líneas torcidas de tu mente, como en un pentagrama vuelto papel mojado?
En el principio tú fuiste una rueda. Y no quisiste estar en una plataforma que afianzase tu seguridad, sino en la inclinación de una pendiente, que te echase a rodar buscando un fondo. ¿Tu mirada de cíclope, el ojo aquel igual que un corazón, fue mirada de asombro ante ese vértigo? ¿O fue sólo una forma de apuntalar la circularidad para empezar sin fin desde un principio?
Tú modelaste a ciegas, como el más inconsciente escultor de sí mismo, sobre tu piel, tus huesos y tu carne la imagen de esa rueda, para saber girar, llegado el caso, hacerle un quiebro a tu existencia en círculo, y empujarte a nacer, de pronto erguido, en pie, dejando atrás tu redondez, llorando.

La aventura comunista de Jorge Semprún. Exilio, clandestinidad y ruptura de Felipe Nieto

HISTORIA (NF). Biografías, autobiografías y memorias
Febrero 2014
Tiempo de Memoria TM 100
ISBN: 978-84-8383-821-1
País edición: España
632 pág.
23,08 € (IVA no incluido)

Es casi imposible resumir las muchas vidas del escritor e intelectual Jorge Semprún (Madrid, 1923-París, 2011), pero hay dos rasgos en los que él mismo siempre vio definida su existencia: ex deportado de Buchenwald y rojo español. En esta obra, merecedora del XXVI Premio Comillas, Felipe Nieto, tras narrar la etapa inicial de exilio, el paso por la Resistencia francesa y la deportación a Buchenwald, se centra en uno de los momentos más fascinantes de la aventura vital de Jorge Semprún: los años de peligrosa actividad clandestina en la España de Franco, vividos bajo diferentes alias, entre ellos el de Federico Sánchez.
Para desarrollar la política del Partido Comunista de España, a partir de 1953 Semprún entra clandestinamente en numerosas ocasiones en España a fin de involucrar a los sectores intelectuales y universitarios en la lucha contra la dictadura. Son años de tensión no sólo en la represiva España de Franco, sino entre las filas comunistas, que empiezan a descubrir los crímenes del estalinismo mientras, en el comité central español, Santiago Carrillo se afianza como líder firme e indiscutible del partido. Al final de este periodo, Semprún empieza a mostrar sus dudas acerca de la política y los métodos que el PCE emplea en España. Y en sus últimos años de clandestinidad, con El largo viaje (1963), inicia una de las andaduras literarias más fascinantes del siglo XX.


La guerra civil. Al servicio de la República en Europa
La verdadera aventura política de Jorge Semprún empieza en el mes de julio de 1936. Fue un verano especial para los españoles el de aquel año. La frágil situación política de la Segunda República salta por los aires con detonaciones que parten del norte de África y estallan en los diferentes acuartelamientos de la mayoría de las provincias españolas. Una sacudida temida, no por eso menos grave en sus consecuencias, que obligó a reaccionar apresuradamente y tomar decisiones vitales a todos, desde el Gobierno hasta el último de los españoles.
La familia Semprún-Maura sale de vacaciones rumbo al norte de España el 17 de julio, en viaje más apresurado de lo habitual, porque los rumores de la conspiración se dejan sentir con visos de credibilidad por doquier. Integran el grupo el cabeza de familia, sus siete hijos, de los que Jorge es el cuarto, y su segunda esposa, Annette Litschi, hasta poco tiempo antes institutriz en lengua alemana de los hijos.
José María Semprún Gurrea había nacido en Madrid en 1893. Abogado y escritor, se había incorporado a las filas del republicanismo desde el tiempo de la dictadura de Primo de Rivera, como miembro de la Agrupación al Servicio de la República. Próximo a su cuñado Miguel Maura, ministro de Gobernación en el primer Gobierno provisional republicano, Semprún Gurrea ejerció como gobernador civil, primero en Toledo y a continuación en Santander. Por esos años forma parte de conocidas tertulias literarias o políticas —es frecuente la presencia en ellas de Lorca o Alberti—, colabora en Revista de Occidente y funda con Bergamín, Artigas, García Gómez, Oliver y otros la revista Cruz y Raya en 1933, vehículo de expresión de los católicos republicanos. Estaba asimismo estrechamente vinculado a los católicos franceses, seguidores del movimiento francés del «personalismo» creado por Emmanuel Mounier, cuyo ideario abierto difundían en la revista Esprit. Semprún Gurrea era el representante de este grupo en España y corresponsal de la revista.3
La familia Semprún se dirige a Lequeitio, Vizcaya, la villa marinera donde veraneaba desde 1933. Había abandonado la costumbre de los veranos en el Sardinero, en Santander, después de la muerte de Susana Maura Gamazo, madre de los hermanos Semprún, el año anterior, a los 38 de edad, víctima de una septicemia.4 Como en veranos anteriores, habían cerrado la casa madrileña, cuarto piso del número 12 de la calle de Alfonso XI, los muebles cubiertos con fundas blancas y las ventanas entornadas, y se dirigían al Cantábrico para disfrutar de un largo veraneo de tres meses, verano de las familias numerosas de posición económica holgada. Pero la guerra que comenzó a los pocos días del golpe de los militares insurrectos truncó los planes veraniegos de los Semprún, como cambió los de la mayoría de los españoles. La familia Semprún quedó arrancada definitivamente de su punto de anclaje madrileño, perdidos para siempre el hogar, la ciudad y la vida disfrutados hasta ese momento. No habría retorno de las vacaciones del 36 para ninguno de sus miembros. Jamás.
Jorge, que no había cumplido aún los catorce años, recuerda cómo la noticia de la guerra sorprendió a todos los habitantes de Lequeitio, lugareños y veraneantes. Los hombres se apresuraron a tomar las armas y salieron hacia los frentes, hacia San Sebastián y la frontera francesa. Las casas se transformaban en hospitales. La calma veraniega de otros años no era posible, la vida del pueblo se vio alterada radicalmente. José María Semprún, estableció contacto con el comité local del Frente Popular y puso a su disposición su propio automóvil. Viajó a Santander «para pronunciar por radio una alocución titulada “El Norte contra el faccioso”, que luego reprodujo la prensa diaria».5 Los amigos «personalistas» franceses, por medio de Jean-Marie Soutou, desplazado a Lequeitio en agosto, se dispusieron a atender a la familia Semprún ante cualquier eventualidad.

La Venus de las pieles de Leopold von Sacher-Masoch

NARRATIVA ERÓTICA (F). Novela
Febrero 2014
La Sonrisa Vertical SV 86
ISBN: 978-84-8383-859-4
País edición: España
208 pág.
11,54 € (IVA no incluido)

Hoy es sabido que la peculiar relación amorosa de Sacher-Masoch con Fanny von Pistor fue la que le inspiró La Venus de las pieles. En uno de los Apéndices a esta edición íntegra, en la siempre inspirada traducción de Andrés Sánchez Pascual, destinada a ser ya tan clásica como la propia novela, el lector podrá encontrar, como testimonio de ello, el contrato por el cual «el señor Leopold von Sacher-Masoch se compromete a ser el esclavo de la señorita Von Pistor y de satisfacerla en todos sus deseos por un período de seis meses» y que entró en vigor en diciembre de 1869… Más tarde, firmó también otro acuerdo semejante con Aurora Rümelin, quien en 1873 se convirtió en su mujer y, con el seudónimo de Wanda, escribió años después unas memorias que dan cuenta de la extraña relación que la unió a su marido hasta su separación en 1886 y de las que, en los Apéndices, reproducimos el fragmento que los relaciona a los dos con Ludwig II de Baviera.
El lector podrá encontrar en La Venus de las pieles, convertida hoy en obra de referencia obligada para quien quiera ahondar en los abismos de la sensualidad humana, toda la constelación de símbolos que han pasado a definir el llamado «síndrome» masoquista: fetiches, látigos, disfraces, tejidos y texturas especiales, humillaciones, castigos y, por supuesto, la inmutable presencia de una terrible e implacable frialdad.
Según el filósofo francés Gilles Deleuze, que dedicó un largo estudio a Sacher-Masoch, y concretamente a La Venus de las pieles, «la obra de Masoch concentra todas las fuerzas del Romanticismo alemán. En mi opinión, ningún otro escritor empleó con tanto talento los recursos de la fantasía y del suspense. Tiene una manera muy particular de “desexualizar” el amor pero, a la vez, de sexualizar por entero toda la historia de la humanidad».


Muerte de una heroína roja (MAXI) de
Qiu Xiaolong

POLICIACOS (F). Otros
Febrero 2014
MAXI MAXI
ISBN: 978-84-8383-834-1
País edición: España
440 pág.
9,57 € (IVA no incluido)

Un viernes de mayo de 1990, Gao Ziling, capitán de la patrullera Vanguardia, sale a pescar con un amigo al que no veía desde la época del instituto. De regreso, en el canal Baili, a unos treinta kilómetros al oeste de Shanghai, algo impide el avance de la patrullera. Cuando Gao se lanza al agua para ver qué le ocurre a la hélice, descubre una gran bolsa de plástico negra y, en su interior, el cadáver de una joven desnuda. El capitán Gao avisa de inmediato a la policía y, casualmente, atiende su llamada el subinspector Yu, quien trabaja a las órdenes del inspector jefe Chen. Éste, recién ascendido y tras estrenar piso, no tardará en descubrir que la joven, empleada de los grandes almacenes Número Uno de Shanghai, era una trabajadora modélica cuya entrega a la causa del Partido la convirtió en una celebridad. Ahora debe investigar qué se oculta detrás de la muerte de esa «heroína roja».


Gao apagó el motor y saltó a la orilla. Desde allí tampoco consiguió descubrir qué ocurría, por lo que empezó a sondear el agua turbia con un largo palo de bambú que acababa de comprarle a su mujer para colgar la ropa en el balcón. Al cabo de unos minutos, dio con algo cerca de la quilla. Parecía un objeto blando, más bien grande y pesado.
Gao se quitó el pantalón y la camisa, y se metió en el agua. No le costó dar con el bulto, pero tardó unos minutos en arrastrarlo por el agua e izarlo en la orilla. Era una bolsa grande de plástico negro, atada con una cuerda. Gao desató el nudo con cierta cautela y se inclinó para mirar en el interior.
—¡Diantres! —maldijo.
—¿Qué pasa?
—Mira esto. ¡Pelo!
Liu se inclinó y se quedó de piedra. Era el cabello de una mujer muerta y desnuda. Con ayuda de Liu, Gao sacó el cuerpo de la bolsa y lo pusieron boca arriba sobre la tierra.
La mujer no debía de llevar demasiado tiempo en el agua. Su rostro, aunque ligeramente hinchado, era joven y agraciado. Unas briznas verdes de junco se habían enredado en abundante melena oscura. El cuerpo era blanco como la cera, con los pechos flácidos y las piernas fornidas. El vello púbico, negro, estaba empapado. Gao volvió rápidamente al barco, sacó una manta vieja y la arrojó sobre el cadáver. Fue lo único que atinó a hacer en ese momento. Luego partió en dos el palo de bambú. Era una lástima, pero ahora traería mala suerte. No soportaba la idea de que su mujer lo usara todos los días para tender la ropa.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Liu.
—No podemos hacer nada. No toques nada. Hay que dejar el cuerpo así hasta que venga la policía.
Gao sacó su teléfono móvil. Titubeó antes de marcar el número de la policía de Shanghai. Tendría que redactar un informe y contar cómo había encontrado el cuerpo, pero, sobre todo, tendría que explicar qué hacía él allí a esa hora del día y con Liu a bordo. Se suponía que estaba de guardia, cuando, en realidad, había salido a divertirse, a pescar y beber con un amigo. Con todo, decidió que contaría la verdad. No le quedaba otra alternativa. Marcó el número.

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