CeroCeroCero (Cómo la cocaína gobierna el mundo) de
Roberto Saviano
ISBN 978-84-339-7883-7
PVP con IVA 22,90 €
Nº de páginas 496
Colección Panorama de
narrativas
Traducción Mario Costa García
Mira la cocaína: verás
polvo. Mira a través de la cocaína: verás el mundo. «Escribir sobre la cocaína
–en palabras del autor– es como consumirla. Cada vez quieres más noticias, más
información, y las que encuentras son suculentas, ya no puedes prescindir de
ellas...
Cuanto más desciendo en los círculos blanqueados de la coca, más me percato de que la gente no sabe. Hay un río que corre bajo las grandes ciudades, un río que nace en Sudamérica, pasa por África y se ramifica hacia todas partes. Hombres y mujeres pasean por la Via del Corso y por los bulevares parisinos, se reúnen en Times Square y caminan con la cabeza gacha por las avenidas londinenses. ¿No oyen nada? ¿Cómo lo hacen para soportar todo ese ruido?»
Cuanto más desciendo en los círculos blanqueados de la coca, más me percato de que la gente no sabe. Hay un río que corre bajo las grandes ciudades, un río que nace en Sudamérica, pasa por África y se ramifica hacia todas partes. Hombres y mujeres pasean por la Via del Corso y por los bulevares parisinos, se reúnen en Times Square y caminan con la cabeza gacha por las avenidas londinenses. ¿No oyen nada? ¿Cómo lo hacen para soportar todo ese ruido?»
«Debemos agradecer a
Roberto Saviano que haya devuelto a la literatura la capacidad de abrir los ojos
y la conciencia» (Mario Vargas Llosa). «Un libro extraordinario. Una prueba más
de la brillantez de Roberto Saviano como escritor, investigador y divulgador»
(Antonio Maria Costa, ex director ejecutivo de la Oficina de las Naciones
Unidas contra las Drogas y el Delito).
Barba Azul de Amélie Nothomb
ISBN 978-84-339-7884-4
PVP con IVA 14,90 €
Nº de páginas 144
Colección Panorama de
narrativas
Traducción Sergi Pàmies
Como en la fábula de
Charles Perrault, en el Barba Azul de Nothomb hay un ogro seductor y
misterioso, un castillo y una habitación secreta. Saturnine es una hermosa
joven que acude impaciente a una cita para alquilar una habitación en París. El
propietario de la mansión es un aristócrata español amante de la buena cocina y
ávido lector de las actas de la Inquisición, pero también de los textos del
místico Ramon Llull. Antes de la bella Saturnine, otras ocho mujeres le
alquilaron una habitación y desaparecieron en misteriosas circunstancias. Como
en los mejores cuentos de hadas, en esta fantasía siniestra la autora dosifica
humor y horror, pervirtiendo y subvirtiendo la fábula en la que se inspira.
«Este Charles Perrault,
aderezado con la salsa Nothomb, tiene un aroma exquisito de azufre, de
erudición y de humor» (Valérie Lejeune, Le Figaro Magazine).
«Un texto depurado.
Unos diálogos brillantes. Un relato original, construido como esos cuentos
filosóficos que la autora imagina tan bien. Un crescendo de escalofríos, y un
final inesperado. Sin duda, un “Nothomb” de una cosecha excelente»
(L’Ést-Éclair).
Dos
horas más tarde, un secretario la condujo hasta un gigantesco despacho,
ornamentado con unas admirables flores muertas.
Del
hombre que le estrechó la mano, la joven sólo se fijó en un detalle: parecía un
depresivo profundo, de mirada apagada y voz agotada.
–Buenos
días, señorita. Soy don Elemirio Nibal y Mílcar, tengo cuarenta y cuatro años.
–Me
llamo Saturnine Puissant, tengo veinticinco años. Estoy haciendo una
sustitución en la Escuela del Louvre.
Lo
dijo con orgullo. Para una belga de su edad, un trabajo así resultaba
sorprendente, aunque sólo fuera temporal.
–La
habitación es suya –afirmó el hombre.
Desconcertada,
Saturnine preguntó:
–¿Ha
rechazado a las demás candidatas y a mí me acepta así, sin más? ¿Ha sido la
Escuela del Louvre lo que le ha convencido?
–Si
así lo cree usted... –dijo él con indiferencia–. Le enseñaré su apartamento.
Ella
lo siguió a través de un considerable número de saloncitos hasta llegar a una
habitación que le pareció inmensa. El estilo era tan lujoso como indefinible:
el cuarto de baño contiguo acababa de ser reformado. Saturnine nunca se habría
atrevido a soñar con un apartamento tan fastuoso.
A
continuación, don Elemirio la condujo hasta la cocina, titánica y moderna. La
informó de que podía disponer de una nevera entera sólo para ella.
–No
me gusta saber qué comen los demás –dijo.
–¿Cocina
usted? –se sorprendió la joven.
–Por
supuesto. La cocina es un arte y un poder: está fuera de lugar que me someta al
arte y al poder de otros. Si desea compartir alguna de mis comidas, será un
placer. No así al revés.
Finalmente,
la acompañó hasta una puerta pintada de negro.
–Ésta
es la entrada al cuarto oscuro, en el que revelo mis fotografías. No está
cerrado con llave, cuestión de confianza. Doy por sentado que entrar aquí está
prohibido. Si usted decide entrar, lo sabré, y lo pagará caro.
Saturnine
no dijo nada.
–Por
lo demás, puede ir a donde se le antoje. ¿Alguna pregunta?
–¿Tengo
que firmar un contrato?
–Despachará
este asunto con mi secretario, el excelente Hilarión Grivelan.
–¿Cuándo
puedo instalarme?
–Desde
ahora mismo.
–Es
que tengo que ir a recoger mis cosas a casa de una amiga, en Marne-la-Vallée.
–¿Desea
que mi chófer la acompañe?
Saturnine,
que visualizaba un regreso en tren de cercanías, aceptó sin rechistar.
Una semana de vacaciones de Christine Angot
PVP con IVA 12,90 €
Nº de páginas 104
Colección Panorama de
narrativas
Traducción Rosa Alapont
La autora ha escrito
esta breve novela como se saca una foto, sin respirar, buscando la precisión,
captando el instante. No tardamos en darnos cuenta al leerlo de que el texto
posee en sí mismo el poder de suscitar sentimientos a los que la angustia no es
ajena. Provoca el sobrecogimiento a través del cual reconocemos uno de los
poderes de la literatura: conferir a las palabras todo su poder explicativo y
figurativo. Es como si Angot levantara ese velo no para asustarnos, sino a fin
de que veamos y comprendamos.
«Un texto asombroso,
una experiencia de lectura extraordinaria. En el instante de cerrar este breve
volumen, tenemos la certeza de haber leído un libro inmenso» (Sylvain Bourmeau,
Libération).
«Un texto poderoso, que
lleva la prosa hasta los límites de lo que puede ser dicho» (Nelly Kaprièlian,
Les Inrockuptibles).
«La escritora explora a
fondo la perversidad de su padre. Una historia implacable y alucinante... Un
libro duro, metálico, que nos atrapa hasta el final. Sin duda, el mejor que ha
escrito hasta la fecha» (C. Ono-dit-Biot, Le Point).
La mejor oferta de Giuseppe Tornatore
ISBN 978-84-339-7886-8
PVP con IVA 12,90 €
Nº de páginas 96
Colección Panorama de
narrativas
Traducción Juan Manuel Salmerón
Arjona
Él es un sesentón
experto en arte y subastador famoso, incapaz de más amor que el que les tiene a
los retratos femeninos de su inestimable colección. Ella es una joven que lleva
años sin salir de casa, atendida por un anciano portero. Se conocen porque ella
quiere vender los objetos artísticos de una villa que ha heredado. Y empiezan a
jugar a un juego equívoco y excitante que podría conducir a la pasión o a la
liberación. Antes de dirigir la película homónima, Tornatore escribió esta
versión literaria, que es un relato perfectamente autónomo, a cuyo final
sorprendente y terrible nos guía el autor con genio de maestro contador de
historias, tiñendo la trama de una tonalidad oscura de novela gótica clásica,
con perfecto manejo del suspense.
«Un relato rotundo y
perfectamente logrado, escrito con un estilo escueto y eficaz... Un final
sorprendente y feroz con el genio de un maestro en narrar historias» (La
Provincia di Cremona).
«La trama parece
sabida, pero pronto el relato se convierte en un thriller, sin cadáver, pero no
sin asesinos» (Marina Verna, La Stampa).
Aquella
mañana fue distinto. Virgil Oldman habría de preguntarse muchas veces por qué,
sin hallar nunca una respuesta.
En
casos como aquél, cuando no era una persona conocida y cualificada la que
solicitaba sus servicios, solía delegar en su ayudante la inspección
preliminar, pero la voz de Claire Ibbetson despertó su curiosidad desde el
primer momento. La joven había perdido hacía poco a sus padres y quería que
evaluaran los cuadros y objetos antiguos de su villa con vistas a una posible
venta.
Fuera
porque era la primera llamada telefónica que recibía el día de su sesenta y
tres cumpleaños, uno de esos imponderables curiosos de la vida cotidiana a los
que no era indiferente, fuera porque la voz de aquella joven sonaba con una
timidez desarmante y le produjo un vago desasosiego, o fuera simplemente porque
se dejó llevar por esa atracción que a veces ejerce en nosotros aquello que oscuramente
se opone a nuestros principios, el caso es que Virgil Oldman, uno de los más
estimados subastadores y expertos anticuarios de Europa, se limitó a preguntar
con absoluta naturalidad cuándo y adónde debía ir, comprometiéndose así a
ocuparse personalmente.
El invitado amargo de Vicente Molina Foix y Luis
Cremades
ISBN 978-84-339-9770-8
PVP con IVA 19,90 €
Nº de páginas 416
Colección Narrativas
hispánicas
El invitado amargo
empieza con el anuncio de la muerte del padre en una escena de cama de su hijo,
y termina, al cabo de más de tres décadas, el mismo día del año y en la misma
casa, donde la entrada de unos ladrones hace salir de una caja negra el pasado
de dos amantes. En el transcurso, no siempre lineal, de ese tiempo iniciado por
el encuentro de un escritor de treinta y cinco años y un joven estudiante que
escribe versos, el libro se despliega como una novela de la memoria, un
recuento verídico tratado con los dispositivos de la ficción. Pero también como
un ensayo narrativo sobre las ilusiones y los resentimientos del amor, y como
un doble autorretrato con paisaje –el de la España cambiante de los años 1980–
y con figuras, una rica galería de personas reales, algunas sobradamente
conocidas, tratadas como personajes o testigos de una tragicomedia de la
felicidad, la infidelidad, las búsquedas personales y el anhelo de lo que pudo
ser.
Luis Cremades y Vicente
Molina Foix han escrito de un modo singular pero separadamente este libro sin
precedentes. En la libertad mutua de rememorar por separado, en la importancia
dada a lo que pusieron por escrito mientras se amaban y se traicionaban, los
autores reencuentran el territorio común de la palabra para mirarse desde el
presente tratando de recuperar con desnuda autenticidad, sin nostalgia, lo que
esos espejos contuvieron en su día y han dejado como poso. Y lo han hecho, como
ellos mismos señalan irónicamente, siguiendo el patrón del «folletín» en el
sentido original del término: cada capítulo, firmado en alternancia por ambos,
se escribía sin previo acuerdo y le llegaba al otro manteniendo la intriga,
como en las novelas del siglo XIX. Con la diferencia de que en ese feuilleton
en 64 capítulos los dos protagonistas-lectores sabían el final, pero no las
sorpresas y revelaciones que su propia historia les podía deparar. En este
libro, que no dejará indiferente a ningún lector, asistimos a la demostración
de la probada maestría de Molina Foix y a la revelación narrativa de un poeta,
largo tiempo en silencio.
Tampoco
la facultad de Letras de la Complutense se reveló un terreno propicio a esa
paideia que los maestros griegos infundieron en cuerpo y alma a los jóvenes.
Pude haber sacrificado palomas a Venus y, con suerte, formado parte de las
comuniones paganas que se decía que Agustín García Calvo organizaba en su
domicilio con los más listos de su clase de latín, pero antes del curso en que
me habría tocado de profesor, García Calvo fue expulsado de la universidad
junto a otros catedráticos contestatarios.
Por
instinto o por alguna carencia insondable he sentido siempre el anhelo de
establecer esas ataduras discipulares fuera de las aulas, donde he sido más
afortunado. Lo mejor de mi vida han sido mis maestros no docentes, de los que
sólo uno, el primero, pocos años mayor que yo, lo fue según el molde amatorio
del erasta y el erómeno. Una de mis desilusiones más amargas, sobrepasados los
cuarenta, fue darme cuenta de que la dulzura de la vida filial, la condición
eterna de estudiante, la profesión de discípulo, para mí ideales mientras haya
alguien dispuesto a ejercitarlas desde su altura superior, ya estaban
desfasadas, y brotaban de modo espontáneo a mi alrededor los pigmaliones.
No
fue por tanto la tentación de pigmalionismo lo que siguió acercándome a Luis.
Aunque estaba, en aquella primavera de 1981, en sus salad days, él me parecía,
al igual que la propia Cleopatra de Shakespeare que dice la expresión para
disculpar su inmadurez de juicio, una persona de suma inteligencia, un chico
formado, frase muy jesuítica que yo oí referida a mí y Luis tal vez oyó de su
correspondiente padre espiritual. Llevábamos quince días saliendo juntos y
también entrando –un par de veces por semana– en la cama, y a su alicantinismo
natal se iban añadiendo otros rasgos de proximidad: él había estudiado en las
mismas aulas que yo, hecho gimnasia mal en las mismas canchas, orado ante la
misma Purísima gigante de la capilla colegial, e incluso descubrimos que, pese
a los quince años de diferencia, habíamos tenido un padre común, el padre Puig,
dando literatura, aunque muchos de sus alumnos estaban convencidos de que a él
lo que le habría gustado era dar lengua.
Formado
y muy seguro de sí mismo, pese a tener diecinueve años y tres semanas.
No
era, insisto, la enseñanza lo que me ligaba a él. Ni la lujuria, que en
nosotros se manifestaba, sin ser castos, de un modo moderadamente animal. En
Luis veía por vez primera un modelo que no había encontrado antes en mis
predominantes historias homosexuales. El recepcionista del salón de Mayfair, y
antes que él el candoroso muchacho de barrio madrileño que llegaría a ser
artista en comandita, buscaban en el hombre joven mayor que ellos un
padre-amante autoritario frente al que nada oponían salvo su pasión. María, que
apareció entre medias, queriendo un amor sin límites no quería someterse a una
dominación. Luis tampoco.
Luis
se dejaba hacer, pero mandaba en mí, desde muy pronto. ¿Sin saberlo? Como es
natural, le gustaba ir de aprendiz, pues siendo los dos de letras y habiendo yo
para entonces publicado ya tres novelas y alguna otra cosa, tenía más lecturas
que él, mejor inglés que el suyo, y el poso de más de quince años de buenos
profesores no académicos: Pedro Gimferrer, Félix de Azúa, Ramón-Terenci Moix,
Ramón Gómez Redondo y su amigo y paisano Antonio Martínez Sarrión, a los que
fueron añadiéndose, mientras yo crecía en saberes delegados, Calvert Casey (tan
breve y fulgurante maestro-amigo), Juan Benet, Luis de Pablo, Guillermo Cabrera
Infante y su no menos sabia partner Miriam Gómez...
El hombre bicolor de Javier Tomeo
ISBN 978-84-339-9772-2
PVP con IVA 12,90 €
Nº de páginas 120
Colección Narrativas
hispánicas
Hermógenes W. tiene el
ojo derecho de color azul y el izquierdo verde y es inspector del cuerpo de
recaudadores. Su misión: recaudar el dinero de los contribuyentes de la ciudad
de Boronburg. Cuando baja del tren nadie le recibe en la estación y cuando
llega a su hotel nadie le recibe en la recepción. Telefonea al Ayuntamiento y
una voz le informa: «Aquí no hay nadie», y cuelga. Cuando cae la noche
comprueba que en ninguna ventana se enciende la luz. ¿Está en una ciudad
fantasma? ¿Todos los habitantes han huido ante una catástrofe inminente? ¿Ha
habido una epidemia? La publicación de esta novela póstuma es el mejor homenaje
a uno de los narradores más excéntricos y poderosos que ha dado la literatura
española contemporánea.
«Se le recuerda como un
monstruo amable. Pero como dijo César Aira (otro que tal), “el monstruo es una
especie que consta de un solo individuo, es la especie sin posibilidad de
reproducirse”, de ahí que permanezca “único para toda la eternidad,
absolutamente histórico, absolutamente moderno”. Tal es el privilegio de Tomeo»
(Ignacio Echevarría, El Cultural).
22
DE OCTUBRE DE 18...
El
tren atraviesa lentamente el páramo de Resondoff, cruza las ásperas montañas de
Jeralpieva, avanza por la comarca pantanosa de Gaggoff –donde se crían las
únicas ranas carnívoras del mundo– y se detiene con un resoplido en la pequeña
ciudad gótica de Boronburg, en el extremo norte del reino de Burgundia,
próspera en otros tiempos pero que hoy apenas cuenta con dos mil habitantes.
Antes
de continuar, permítanme ustedes que me presente. Me llamo Hermógenes W., he
cumplido ya los cuarenta años y tengo los ojos de distinto color. Mi ojo
derecho es azul celeste y el otro verde esmeralda. Puede que si tuviese tres,
el tercero fuera amarillo. Una anomalía que heredé de mi familia materna y que
me distingue de la inmensa mayoría de los hombres. Les diré también que éste es
el segundo viaje que hago a Boronburg en mi calidad de Inspector de Segunda
Categoría del Cuerpo Especial de Recaudadores Comarcales y que en la inspección
de este año estoy decidido a no dejar títere con cabeza. No es que haya
recibido instrucciones especiales, pero sé que las arcas de Burgundia están
exhaustas, me considero un buen patriota y quiero contribuir con todas mis
fuerzas a remediar en lo posible la delicada situación financiera del país.
Tengo
fama de ser algo excéntrico, pero creo que, excentricidades aparte, estoy en mi
derecho de considerarme un funcionario importante dentro del complejo
organigrama de la Delegación Periférica de Hacienda del Estado. Hasta hoy he
gozado de la gratitud y el respeto de las autoridades tanto locales como
estatales. Saben que soy un hombre importante y hasta hoy lo han demostrado con
las atenciones que me dispensan. Les pondré un ejemplo: hace dos años, en mi
primer viaje a esta ciudad, su Burgomaestre tuvo el detalle de enviarme a la
estación un moderno landó arrastrado por dos preciosos caballos blancos y con
una moderna capota de esas que pueden subirse y bajarse a voluntad del viajero.
Un detalle que sólo se tiene con los viajeros de categoría.
Albertine desaparecida de Marcel Proust
ISBN 978-84-339-7624-6
PVP con IVA 14,90 €
Nº de páginas 200
Colección Otra vuelta
de tuerca
Traducción Javier Albiñana
Durante el verano y el
otoño de 1922 Marcel Proust llevó a cabo modificaciones definitivas en el
manuscrito de Albertine desaparecida. Gracias a un providencial concurso de
circunstancias fue posible redescubrirlo en 1986. Claude Mauriac, casado con
una sobrina de Proust, descubrió un texto dactilografiado lleno de tachaduras y
adiciones, así como páginas manuscritas de Proust, lo que cambiaba radicalmente
la obra. Su nieta, Nathalie Mauriac, se ocupó cuidadosamente de la edición del
manuscrito. Los proustianos constatarán, con emoción, que el propio Proust deseaba
que la última versión de Albertine desaparecida fuera más breve, más densa de
lo que se disponía hasta la fecha. Ahora, por fin, es posible leer la última
versión de una obra maestra.
«Albertine desaparecida
se convierte, así, en un volumen de la Recherche que se basta a sí mismo,
comprensible fuera de su contexto, a la manera de Un amor de Swann» (Patrick,
Loriot, Le Nouvel Observateur).
«Se puede afirmar que
esta nueva Albertine desaparecida constituye un documento capital que marcará
una fecha en la historia de las ediciones de la Recherche» (Le Matin).
El mundo de Atenas de Luciano Canfora
ISBN 978-84-339-6363-5
PVP con IVA 24,90 €
Nº de páginas 544
Colección Argumentos
Traducción Edgardo Dobry
Desde hace más de dos
mil años, Atenas representa mucho más que el nombre de una ciudad en el
imaginario occidental. Se considera que en Atenas se inventó la democracia, es
decir el régimen institucional y de gobierno más difundido actualmente en el
mundo. Este libro reconstruye la historia de la ciudad poniendo en tela de
juicio su imagen idealizada, restituyéndola tal como emerge de la riqueza de
fuentes de aquella época extraordinaria. Canfora desmonta la máquina retórica
acerca de Atenas, demostrando que los críticos más radicales del sistema fueron
precisamente los propios atenienses.
«Un amplio fresco de la
democracia antigua que nos llega en tiempos de grave crisis de los sistemas
democráticos contemporáneos» (Massimo Stella, Il Manifesto).
«Una inmersión en los
orígenes de la democracia, en la que el lector es guiado por los historiadores
antiguos, los autores de tragedias y de comedias, los poetas, los filósofos»
(Il Messaggero).
Tucídides
era perfectamente consciente de que estaba imitando un discurso de ocasión –con
todas las falsedades patrióticas inherentes a ese género de oratoria–, cosa que
los intérpretes de su obra no deberían olvidar en ningún caso. Tucídides
comparaba, intencionadamente, la Atenas imaginaria de la oratoria períclea
«oficial» con la verdadera Atenas períclea; éste es asimismo un supuesto
necesario para leer sin equivocaciones el célebre epitafio. Desde nuestro punto
de vista, el primero en comprender plenamente el profundo carácter mistificador
de este importante discurso fue Platón, quien en el Menéxeno parodió ferozmente
este epitafio inventando el epitafio de Aspasia –la mujer amada por Percicles y
perseguida por la mojigatería oscurantista ateniense–, elaborado, dice Sócrates
en ese diálogo, «pegando las sobras» del epitafio de Pericles.15 La pointe de
la invención platónica, suscitada probablemente por la reciente aparición de la
obra tucidídea, resulta tanto más punzante si se considera que el Pericles de
Tucídides, en el epitafio, exalta la entrega del ateniense medio a la
filosofía, mientras que Aspasia había sido blanco de una denuncia del
comediógrafo Hermipo y Diopites presentaba y hacía aprobar un decreto, dirigido
contra Anaxágoras, que «sometía a juicio con procedimiento de urgencia a
quienes no creyeran en los dioses o enseñaran doctrinas sobre los fenómenos
celestes»;16 mientras Menón o Glicón arrastraban a Fidias a los tribunales y
después a la cárcel. Anaxágoras, Fidias, Aspasia: es el círculo de Pericles, en
cuyo centro está Aspasia. Por eso es cruel, o mejor dicho perfectamente
conforme a la falsedad de los epitafios, hacer decir precisamente a Pericles que
el ateniense ama la belleza y la filosofía; y particularmente eficaz imaginar
–como sucede en el Menéxeno– una parodia de tal oratoria como obra de Aspasia.
Imposible
no detenerse a pensar que también la explicación orgullosa y arrogante que
Pericles da en este discurso acerca de por qué los atenienses ganan las guerras
sin necesidad de imponerse esa dura disciplina marcial y totalizadora que es
característica de Esparta causa un efecto de sorpresa en el lector, que sabe
desde el primer momento que la guerra de la que se habla, deseada por el propio
Pericles, acabó en derrota (y, contra toda su previsión, precisamente en el
mar).
En
resumen, la Atenas del mito –un mito fecundo pero no por eso menos mítico– es
la que queda grabada en el epitafio perícleo-tucidídeo.
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