Miradas nuevas por agujeros viejos de José María
Pérez Zúñiga
160 páginas
24 x 15 cm
Voces/ Literatura • 196
ISBN: 978-84-8393-155-4
14,42 / 15 €
¿Puede convertirse un
diccionario, con su estricto orden alfabético, en ficción, en un libro de
cuentos? José María Pérez Zúñiga despliega a lo largo de 150 términos, de
“Adivinanza” a “Zulo”, una estrategia narrativa abierta, que teje a su vez todo
un brillante mosaico de piezas breves.
Los géneros se mezclan, se entrelazan, difuminan sus límites en lo formal y en el fondo, descubriéndonos que ficción y no ficción, voz narrativa y voz personal remiten a un único texto. Como su título, que procede de un aforismo de Georg Christoph Lichtenberg, Zúñiga reúne en un solo texto lo viejo y lo nuevo con un resultado innovador.
Los géneros se mezclan, se entrelazan, difuminan sus límites en lo formal y en el fondo, descubriéndonos que ficción y no ficción, voz narrativa y voz personal remiten a un único texto. Como su título, que procede de un aforismo de Georg Christoph Lichtenberg, Zúñiga reúne en un solo texto lo viejo y lo nuevo con un resultado innovador.
Escritorio: El hombre
está sentado ante la mesa, leyendo concienzudamente. A veces demora su lectura,
toma algunas notas, fragua un propósito; pero siempre hay algo que lo detiene.
Piensa en un argumento rocambolesco, en una intriga que atrape al potencial
lector, pero decide que es mejor intentar atrapar el instante. Entonces inicia
un diario en el que va apuntando pequeñas certezas. Piensa en seguir un orden
cronológico, pero pronto descubre que la medida y el ritmo de su escritura no
se corresponden con una sucesión de días, sino que se parecen más a pequeñas
revelaciones, a algunas palabras concretas. Los textos son cuentos, aforismos,
algún ensayo y tentativa, alguna tentación. Le parecen llamas. Y sigue
escribiendo. Y se transforma. Hasta que se consume en una llamarada.
Entre
el régimen y su escaso sueldo –agotado casi siempre antes de llegar a fin de
mes entre ropa, revistas de moda y cosméticos– no podía almacenar grandes
provisiones, pero algo, pensaba, había que hacer. Se lio una manta a la cabeza y
acudió al banco para sacar sus escasos ahorros. Después fue al hipermercado.
Tres carros fueron suficientes: dos para la comida, otro para cremas y
revistas, que consideró que estaban bien de precio y contribuirían a paliar
tanto sacrificio. Se las vio y se las deseó para meter la comida en el
apartamento, pequeño pero acogedor, como correspondía a una chica ordenada y
mileurista. Pero después de un par de horas todo quedó en su sitio. Había
dedicado una tarde entera a ser previsora, y eso le hizo sentir bien. Así que
por la noche se regaló una ración doble de lechuga y otra de máscara facial
antes de acostarse.
El
exceso de lechuga suele ser funesto. Ana lo descubrió durante la madrugada, cuando
tuvo que levantarse para ir al baño una y otra vez. Pero también había otra
cosa: la satisfacción había desaparecido, acaso ahora se trataba de angustia,
de un presentimiento. Cuando a las siete se metió en el cuarto de baño después
de no haber pegado ojo y encendió la radio, lo comprendió todo: esa misma
madrugada, sindicatos, patronal y gobierno habían llegado a un acuerdo. ¡La
huelga se había desconvocado! Ana apenas pudo reprimir las lágrimas. Y no aliviaron
su congoja la ración doble de crema hidratante y magdalenas, que era lo que
solía desayunar. La bollería y los dulces sólo se los permitía muy de mañana –tenía
todo el día por delante para quemar el azúcar–, pero añadió media tableta de
chocolate, tal era la angustia que sentía. Trató de concentrarse en su trabajo,
en no volver a pensar en toda la comida que tenía en casa, rebosando los
armarios, las estanterías, la nevera. Se le ocurrió que, por lo menos, esa
noche podría hacer de cena algo especial. Desempolvar el libro de recetas que
le regaló su madre cuando se independizó, con estas palabras: «Toma, hija. Te
aseguro que en algunos momentos de mi vida ha sido el único consuelo».
El fin de los dinosaurios de Javier Tomeo
Prólogo de Daniel Gascón. Epílogo
de Ismael Grasa. Apéndice de Antón Castro.
200 páginas
24 x 15 cm
Voces/ Literatura • 195
ISBN: 978-84-8393-171-4
16,35 / 17 €
El libro más
crepuscular de Javier Tomeo. El conjunto de microrrelatos que dejó inéditos el
autor oscense. Con el recuerdo de sus extraordinarias Historias mínimas,
esta colección de minificciones reúne las obsesiones del universo de Tomeo. De
los recuerdos de su infancia a un retrato, quizá el propio, de la vejez, la
decadencia del cuerpo, la ausencia del sexo. De su mirada constante sobre
animales (muy especialmente los insectos) y plantas al monstruo en todas su
versiones, incluyendo el ser híbrido. De la reescritura de cuentos infantiles o
el conocimiento de mitología a la simbología de los colores. Del rechazo de la
pedantería o el falso conocimiento a su característico surrealismo y
tratamiento del absurdo. Todos los mundos de Tomeo. Todos los porqués de una
mirada y una literatura que le hicieron único. A los microcuentos de esta
edición les acompañan los textos escritos por tres de sus mayores conocedores:
un prólogo de Daniel Gascón, un epílogo de Ismael Grasa y un apéndice, a modo
de diccionario, redactado por Antón Castro, que recoge los términos más
frecuentes del universo de Javier Tomeo.
Tengo una retina
especial, un juego de espejos cóncavos y convexos, la realidad me entra por los
ojos, la veo, la capto, me penetra, la siento y la devuelvo deformada en las
cuartillas”.
“La literatura puede
ser una forma de protestar contra una situación. Primero llegan los poetas y
luego los que luchan con las manos. Siempre ha sido así”.
“Los monstruos son
difíciles ejercicios de amor. [...] Yo no he superado a los monstruos, el
monstruo es una metáfora, es una vía de perfeccionamiento interior, está ahí
para que aprendamos a amarlo”.
“Los animales te
permiten conocer mejor el instinto de los hombres [...]; te ayudan a acceder al
ser humano”.
El
título del manuscrito definitivo es Literatura de precisión. Mini y
microrrelatos. El ejercicio de la precisión es la etiología de estas páginas.
Todo el rico mundo de Tomeo –la infancia y sus recuerdos (presencia de Quicena
y su territorio), lo crepuscular de la vejez, la decadencia del cuerpo y la
impotencia sexual, la presencia de animales y plantas, lo monstruoso y lo
híbrido, la soledad y la falta de comunicación, la mitología y la simbología de
los colores, el surrealismo y el absurdo, etcétera– queda evocado en estos mini
o microrrelatos, precisos y narrativos unos, abiertos y eléctricos otros.
Enumeraciones de cortacircuitos de una misma corriente, la de Tomeo. Por ello,
la exclusiva referencia, un tanto académica, a su génesis y su extensión como
encabezamiento del libro no nos ha parecido suficiente, y hemos optado por El
fin de los dinosaurios (como un microrrelato aquí incluido, p. 81), por lo que
de final tiene este libro, esta vida de escritor y de escritura; por esa figura
del dinosaurio, grande, enorme, como un lobo feroz para Caperucita, como un
ogro para cualquier lector, como Tomeo en sus propios autorretratos. Incluso
quiero pensar que podría haber sido un guiño a ese otro dinosaurio, el de
Monterroso, que no acaba de dar con su descanso. En todo caso, queda aquí la
explicación de los porqués del cambio y nuestro agradecimiento a Antón Castro,
Daniel Gascón e Ismael Grasa por su colaboración en este punto y en otros
tantos que adeudamos en este libro.
Por
otro lado, el título del microrrelato «El poder de la sonrisa» no aparece en la
segunda versión, sino en la primera, que sólo se encabeza con «Hasta aquí ***»,
mención que tiene que ver con pausas de escritura o corrección del autor.
Igualmente «Amores imposibles» procede de esa primera versión, ya que en la
segunda el microrrelato no aparecía titulado.
Un
último aviso. Nos hemos permitido la licencia de cerrar con «Cocodrilo»2, por
su «adiós», que supone un broche a este libro crepuscular pero también un
«hasta luego» de todos los lectores de Javier Tomeo. Un hasta siempre, Javier.
Por mis muertos de Flavia Company
15 x 24 cm
Voces/ Literatura • 192
ISBN: 978-84-8393-151-6
14,42 / 15 €
Por mis muertos es un
intenso despliegue de historias situadas en zonas limítrofes. ¿Qué es lo
verdadero? ¿Dónde termina la ficción? ¿Somos lo que somos o lo que contamos?
Flavia Company consigue llevar al papel los elementos esenciales de la tradición
oral y nos ofrece un libro lleno de vida. Justo en la frontera con el amor
y la muerte.
«Comenté con mi esposa
la posibilidad de invitaros a escuchar estos cuentos frente a la chimenea.
Enseguida apeló al principio de realidad del que tan a menudo carezco: “Cariño,
tus lectores no nos caben en el salón”. Sonreí y acepté su propuesta:
“Escríbelos y pídeles que, después de leerlos, se los cuenten a algún amigo, a
su novia, a los padres. Que los cuenten”. Por mis muertos que os lo
agradeceré», Flavia Company.
Estamos
en Barcelona. A la salida de una discoteca, cerca de la orilla del mar. De
madrugada. Cinco hombres jóvenes discuten. Cuatro de ellos quieren seguir de
juerga y el quinto prefiere regresar a casa. Es el único soltero. Siempre nos
cortas el rollo, le dicen. Podéis ir sin mí. Le contestan, si salimos juntos,
volvemos juntos, aquí no se raja nadie; cásate y verás que se te quitan las
ganas de volver. Ríen. Hace frío en la calle, pero tres son fumadores. Uno de
ellos propone ir de putas. Da una última chupada al cigarrillo y comenta,
conozco un lugar que está muy bien, y no es nada caro, y empieza a caminar;
invito a taxi, añade. Los otros tres casados acatan la propuesta sin rechistar.
El soltero, en cambio, los sigue con la vista sin moverse. Se frota las manos y
les echa el aliento para calentarlas. Yo paso, dice, pero empieza a caminar
hacia ellos, que discuten con el taxista para que acepte llevarlos a todos. Por
fin accede. Cuatro atrás y el último en llegar, de copiloto, el lugar más
peligroso en un automóvil, en caso de accidente, piensa el soltero al sentarse,
y también se pregunta por qué permite que lo arrastren, por qué pirueta del
destino él tiene que estar ahí y no en otro lugar. El taxi lleva la música a un
volumen muy alto, apenas puede oír lo que comentan sus amigos en la parte de
atrás. Le parece que en algún momento se burlan de él, incluso que lo retan a
algo, pero él sigue con la mirada hacia delante, observa que se pasan semáforos
en ámbar, espía con preocupación el velocímetro, podrían multarlos en cualquier
momento. Barcelona está desierta a aquellas horas, dentro de un rato empezará a
levantarse la gente para ir a trabajar, y ellos apenas tendrán tiempo de darse
una ducha antes de llegar a la oficina. Son compañeros de trabajo y se han
propuesto salir juntos el primer jueves de todos los meses. Aquel es el segundo
jueves y él ya está harto. Va a ser el último, piensa, así que resuelve aguantar
hasta que los otros decidan. No va a quedar mal por un día. El taxista se detiene.
Han llegado. Bajan. Fumemos antes de subir, propone el que ha invitado a taxi,
y saca el paquete de Winston y una caja de cerillas. Hace viento y se le apagan
en cuanto las enciende. Acerquémonos al portal, aconseja. Y ahí sí, la cerilla aguanta.
Enciende el suyo, acerca la llama al siguiente y cuando llega al soltero avisa
que aquella es la última cerilla.
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