Andanzas del impresor Zollinger de Pablo d'Ors
ISBN: 978-84-15578-68-0
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 144
PVP: 17,95 €
Para salvar su propia
vida, el joven August Zollinger abandona su pueblo natal y permanece lejos
durante siete años, emprendiendo en solitario un camino de aventuras y descubrimientos
que le llevará a ejercer todo tipo de oficios. Lo que se impone como un amargo
exilio terminará por convertirse en una ruta de iluminación: conocerá el amor
verdadero en la minúscula garita de una estación de ferrocarril, donde recibe
todos los días la llamada oficial de una misteriosa telefonista; paladeará la
camaradería y la amistad más fiel en las filas del ejército; descubrirá el
misterio de la naturaleza en la evanescente grandeza de los bosques… Y, sobre
todo, aprenderá a valorar la dignidad de los oficios pequeños y humildes. Los
pertrechos que irá ganando a lo largo de este recorrido harán de él un hombre
íntegro que puede por fin regresar a casa y convertirse en un buen impresor, el
oficio con el que ha soñado desde la infancia.
Ya
fuera por los altísimos techos de la imprenta de los Staufer o por la
misteriosa y mortecina luz de sus talleres, o quizá por el fuerte olor a tinta
que desprendía el local, el caso es que, desde niño, August se sintió
irremisiblemente atraído por el oficio de impresor. Ya con seis años eran
muchas las tardes que pasaba sentado sobre un taburete en un rincón de la
imprenta, viendo como el viejo Staufer prensaba el papel y extraía grandes
pliegos de unos rollos inmensos que tenía clavados en la pared y que poblaron a
menudo los sueños de su infancia. Fascinado por el proceso de producción del libro,
el pequeño observaba como el viejo preparaba amorosamente el papel, colocándolo
en la prensa, para eliminar así el aire que pudiera quedar entre las hojas. Con
ojos grandes como platos seguía el movimiento de las manos expertas del
impresor, introduciendo los cordeles en la textura y ajustando la distancia
entre unos y otros, no sin antes haber impregnado el cordel en cera, para
vencer de este modo las naturales resistencias del papel. De todas aquellas
lecciones mudas, August aprendió, por ejemplo, que la costura podía hacerse de
un extremo al otro del libro (a la española), alterna cada dos pliegos (a la
francesa), o incluso con cintas (para libros de especial grosor). Rompiendo su
habitual hermetismo, Staufer padre le explico en cierta ocasión como los
acabados podían ser en rustica, en tela o incluso en piel —si es que el cliente
era adinerado—, permitiendo que le ayudara a pegar el primer pliego a la
primera hoja, para asegurar la consistencia del tomo. Pero lo que más le
gustaba al niño Zollinger era, sin duda, el momento en que el viejo impresor
golpeaba el lomo con un martillo diminuto, para así dar al volumen la justa
flexibilidad.
Por
otro lado, el ruido de la maquinaria tipográfica, así como la fragancia de la
tinta fresca extendida en los rodillos, quedarían indeleblemente grabados en la
memoria del hijo de los Zollinger. Así las cosas, mientras Rudolf Staufer, con
quien compartía el pupitre de la escuela, se iba a los bosques a jugar con el
resto de los muchachos, el pequeño August contemplaba al padre de Rudolf en el
desarrollo de su oficio, admirando la maestría con que encolaba los cartones
con una brocha o con que cosía los cordones a las páginas, por ejemplo, o su
habilidad para que un fardo de papeles quedara perfectamente ordenado en una pila;
o, y esto era lo que prefería, embriagándose con aquel olor a tinta que
impregnaba la atmosfera.
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