Federico
Axat
El pantano de las mariposas
Tres
veces por semana, acudía en mi bicicleta a casa de los Meyer para leerle y
hacerle compañía a Joseph, mientras su esposa Collette aprovechaba para visitar
a sus amigas o reunirse con los del club de lectura.
Cuando le pregunté a ella por Lolita me aclaró que en su momento había sido un libro controvertido, que narraba la historia de un hombre maduro que se obsesionaba con una muchachita muy joven llamada Dolores. Se lo pedí, y ella accedió a prestármelo, advirtiéndome que no sería una lectura que Amanda aprobaría. La señora Meyer, lectora compulsiva y posiblemente escritora frustrada, sabía de mi incipiente afición por la escritura y cuando me entregó el ejemplar me dijo: «Sam, sé que tienes la madurez suficiente para disfrutar de un gran libro. Y éste lo es». Le dije que tendría cuidado con él y que se lo devolvería lo antes posible.
Cuando le pregunté a ella por Lolita me aclaró que en su momento había sido un libro controvertido, que narraba la historia de un hombre maduro que se obsesionaba con una muchachita muy joven llamada Dolores. Se lo pedí, y ella accedió a prestármelo, advirtiéndome que no sería una lectura que Amanda aprobaría. La señora Meyer, lectora compulsiva y posiblemente escritora frustrada, sabía de mi incipiente afición por la escritura y cuando me entregó el ejemplar me dijo: «Sam, sé que tienes la madurez suficiente para disfrutar de un gran libro. Y éste lo es». Le dije que tendría cuidado con él y que se lo devolvería lo antes posible.
—¿Un
libro? —preguntó Randy, y todos se volvieron hacia él. Mi protegido no entendía
cómo alguien podía interesarse por un libro teniendo la televisión.
Amanda
apoyó violentamente el libro sobre la mesa.
—¡Allí!
—gritó señalando la pequeña biblioteca junto a la puerta—, allí mismo tenéis
libros adecuados para iniciaros en la lectura. ¡Y están todos muriéndose de
risa! Hemingway, Twain, Dickens, Salgari, Verne. ¡Clásicos! Además, sabéis que
podéis acudir a la biblioteca pública, donde el señor Petersen os asesorará
gustoso.
Yo
apenas la escuchaba. Mis pensamientos se arremolinaban. Amanda acababa de decir
algo muy cierto: en la granja de los Carroll la lectura no era un pasatiempo
popular. Fuera de las lecturas obligadas de la Biblia, casi nadie elegía pasar
el rato en compañía de una buena historia. Ya podía sentir las miradas de
sospecha dirigidas hacia mí.
—Hace
unas horas he ido a la biblioteca —dijo Amanda achicando los ojos; algo se
traía entre manos—, y he hablado con Petersen...
Dejó
la frase en suspenso. Petersen, al que todos los niños de Carnival Falls
conocían como Stormtrooper por su
palidez y su gusto por vestirse con jerséis ajustados blancos o beige —o
una combinación de ambos colores—, era un esbirro de Amanda que la pondría
sobre aviso si alguno de nosotros retiraba un libro «inapropiado».
—Me
ha dicho que este libro no pertenece a la biblioteca —continuó Amanda—, lo cual
supuse al no encontrar el sello. Pero voy a averiguar de dónde ha salido. Y
cuando eso suceda, el o la responsable se arrepentirá. Os lo voy a preguntar
por última vez, ¿a quién pertenece este libro?
No hay comentarios:
Publicar un comentario