David
Foster Wallace
Entrevistas
breves con hombres repulsivos
Hace
viento. Cuanto más alto llegas más viento hace. El viento es fino; cuando sopla
a la sombra te enfría la piel mojada. Con el fondo de la escalera y a la sombra
tu piel se ve muy blanca. El viento te produce un silbido agudo en los oídos. Faltan
cuatro travesaños para el final de la escalera. Los travesaños te hacen daño en
los pies. Son delgados y te demuestran cuánto pesas. En la escalera pesas
mucho. El suelo te quiere de vuelta.
Por
fin puedes ver lo que hay por encima de la escalera. Ves el trampolín. La mujer
está ahí. Tiene dos caballones de callos rojos y de aspecto doloroso en la
parte posterior de los tobillos. Ahora estás por encima de la sombra de la
torre. El hombre corpulento que hay debajo de ti está mirando por entre los
travesaños de la escalera el espacio que la tiene que atravesar.
Ella
se detiene durante el instante que dura un latido del corazón. No hay ni rastro
de lentitud. Te quedas helado. En un abrir y cerrar de ojos llega al final del
trampolín, toma impulso hacia arriba, luego hacia abajo, el trampolín se comba
hacia abajo como si no la quisiera. Luego asiente, rebota y la arroja violentamente
hacia arriba y hacia fuera. Sus brazos se abren para trazar el círculo y de
pronto desaparece. Se esfuma en un parpadeo oscuro. Y pasa tiempo antes de que
oigas el impacto allí abajo.
Escucha.
No parece apropiado, esa manera de desaparecer durante el tiempo que transcurre
hasta que oye el ruido. Como cuando tiras una piedra en un pozo. Pero te da la
impresión de ella no piensa lo mismo. Ella era parte de un ritmo que excluye el
pensamiento. Y ahora tú también te has convertido en parte de él. El ritmo
parece ciego. Como las hormigas. Como una máquina.
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