Federico
Axat
El
pantano de las mariposas
Katie
estudiaba economía, algo para lo cual parecía tener condiciones sobresalientes
y que le fascinaba. Para mí era sorprendente verla con todos esos libros
técnicos y el Wall Street Journal como si fueran revistas de cotilleo.
Compartía un apartamento con dos chicas de su misma edad que había conocido en el mundillo de la moda. Katie hacía trabajos de modelo y sesiones fotográficas para ayudar con el coste de sus estudios. Era dos mujeres en una, y yo la admiraba enormemente por ello.
Compartía un apartamento con dos chicas de su misma edad que había conocido en el mundillo de la moda. Katie hacía trabajos de modelo y sesiones fotográficas para ayudar con el coste de sus estudios. Era dos mujeres en una, y yo la admiraba enormemente por ello.
Las
dos semanas que pasé en su apartamento fueron inolvidables. La ciudad me
impactó, justo es decirlo, aunque por momentos sentía una falta de pertenencia
tan grande que quería volver al periódico, al bosque que tanto conocía, a mi
lugar. Las chicas que vivían con Katie se mostraron muy amables y me
permitieron acomodarme en un cuartito junto a la cocina, no mucho más grande
que la habitación donde crecí.
A
diferencia de Katie, sus compañeras de piso disponían de un montón de tiempo
libre, así que organizaban o asistían a fiestas casi todo el tiempo. Y así fue
como me relacioné con más gente que la que conocí en Carnival Falls en toda mi
vida. Tres veces durante aquellas dos semanas, las fiestas se celebraron en
nuestro apartamento y asistieron prácticamente todos los inquilinos del
edificio, en su mayoría estudiantes o muchachos de la edad de Katie. Las puertas
de cada apartamento permanecían abiertas y podíamos vagar por cualquier lado.
Había música de todos los estilos y personajes increíbles que jamás pensé
conocer. Todo era tan diferente allí... Entendí que mi sueño de escribir era
absolutamente lógico en Nueva York. Era fácil llegar a tal conclusión cuando a
tu alrededor la mayoría probaba suerte en la música, la actuación o se definía
como «artista plástico». Durante esos días probé por primera vez bebidas con
alcohol que no fueran cerveza y mantuve largas conversaciones con desconocidos
hablando de sueños y bebiendo, sin ataduras, sin juzgarnos, sin compromisos.
Amé
esos días en Nueva York. Conocí una nueva manera de vivir, que intuía existía
en alguna parte pero que nunca pensé podía estar esperándome a la vuelta de la
esquina. Regresar a Carnival Falls después de aquello iba a ser como
despertarse de un sueño sumamente agradable.
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