Poesía de Michel Houellebecq
ISBN 978-84-339-7843-1
PVP
con IVA 22.90 €
Nº
de páginas 368
Colección
Panorama de narrativas
Traducción Altair
Díez y Abel H. Pozuelo
Novelista y polemista,
provocador y subyugante, Houellebecq es también un destacado poeta. Este
volumen reúne sus cuatro poemarios, que son en algunos casos su germen y en
otros prolongación de su narrativa, y conforman un corpus literario
imprescindible para construir el mapa completo de uno de los pocos escritores
verdaderamente radicales de la literatura contemporánea.
Rabiosamente anclados en la contemporaneidad, alternando sin complejos verso libre, verso clásico y prosa, sus poemas parten de la observación de lo cotidiano para ofrecernos una mirada implacable, tragicómica y lírica sobre el mundo, sobre la ruindad de los convencionalismos y las ideas dominantes, sobre la caducidad de nuestros cuerpos. Y el poeta también hurga sin compasión en su propia intimidad, lanzando soliloquios en los que intenta encontrar un sentido a su existencia.
Rabiosamente anclados en la contemporaneidad, alternando sin complejos verso libre, verso clásico y prosa, sus poemas parten de la observación de lo cotidiano para ofrecernos una mirada implacable, tragicómica y lírica sobre el mundo, sobre la ruindad de los convencionalismos y las ideas dominantes, sobre la caducidad de nuestros cuerpos. Y el poeta también hurga sin compasión en su propia intimidad, lanzando soliloquios en los que intenta encontrar un sentido a su existencia.
«En estas poesías uno se
reencuentra cara a cara con Houellebecq, que explica quién es y te confía las
claves de su estética y de su fascinante universo» (Le Point).
«Poemas que van a la
idea y corren esquivando al monstruo de la retórica» (Público).
«Un escritor
vivificante» (Literary Review).
Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan
ISBN 978-84-339-7842-4
PVP
con IVA 19.90 €
Nº
de páginas 376
Colección
Panorama de narrativas
Traducción Juan
Carlos Durán
Después de encontrar a
su madre muerta en misteriosas circunstancias, Delphine de Vigan se convierte
en una sagaz detective dispuesta a reconstruir la vida de la desaparecida. Los
cientos de fotografías tomadas durante años, la crónica del abuelo de Delphine,
registrada en cintas de casete, las vacaciones de la familia filmadas en súper
ocho o las conversaciones mantenidas por la escritora con sus hermanos son los
materiales de los que se nutre la memoria. Nos hallamos ante una espléndida y
sobrecogedora crónica familiar, pero también ante una reflexión sobre la
«verdad» de la escritura, porque son muchas las versiones de una misma historia
y narrar implica elegir una de esas versiones y una manera de contarla. Y esta
elección a veces es dolorosa, porque en el viaje de la cronista al pasado de su
familia irán aflorando los secretos más oscuros.
La novela más
galardonada (5 premios) en Francia en 2011 y con mayor número de lectores
(500.000).
«Un bello canto de amor
filial» (Fabrice Gaignault, Marie Claire).
«El resultado se revela
cautivador y salvífico» (Alexandre Fillon, Le Figaro).
«Un relato sensible y
fascinante, que nos devuelve el eco de nuestras propias heridas» (L’Express).
«Este magnífico
testimonio la confirma escritora contemporánea de referencia… Sus reflexiones
sobre la necesidad de escribir para aprehender la realidad o sobre el
significado de la lectura y la cultura para el desarrollo intelectual y moral
del individuo componen uno de los centros de atracción más poderosos del libro.
Son muchas las razones por las que Nada se opone a la noche se convirtió en la
novela más galardonada en 2011 en Francia, con cinco premios, y la más vendida,
con 500.000 ejemplares. De Vigan está reinterpretando su familia… Su libro se
acaba convirtiendo en un perfecto espejo donde se refleja lo que se podría
considerar alma familiar o ADN emocional… La intensidad del libro es, sin duda,
otro de los méritos de esta espléndida obra… Esta novela, en su voluntad de
interpretar la superficie, nos arrastra hacia estratos abisales donde se
configura lo que somos. En definitiva, imprescindible» (Sònia Hernández, La Vanguardia).
«La escritora indaga en
el origen de un dolor interno que, más que conocer, intuye. Un rastro que la
llevará a descubrir, bajo ese telón de familia ejemplar, secretos ocultos… La
obra se planteó como una cartografía personal, pero la narración también se
erige como una oportuna y sincera reflexión sobre la objetividad de la memoria
y la función de la literatura –sus posibilidades, dificultades y límites–, al
abordar los irregulares y complejos contornos biográficos» (Javier Ors, La
Razón).
«De Vigan esculpe una
historia conmovedora y enormemente contemporánea, existencial, al abrir en
canal la memoria familiar… De Vigan se enfrenta a la violencia de los secretos
con el arma de la escritura, en un ejercicio experimental que supone también
una reflexión sobre la propia redacción… Una novela rotunda, violenta, pero con
esa armónica fragilidad de los vínculos afectivos… Es también un canto a la
supervivencia, al amor irrenunciable, enfurecido y resignado a los nuestros. A
la madre que nos tocó y a la madre que nos hubiera gustado tener. A la madre
que nos cuidó y a la que no nos protegió, a la que estuvo y a la que se
ausentó. A la madre viva y a la madre muerta. Un canto a la herida mortal que
nos conforma y nos destruye, como un estigma invisible, y que la mayoría llama
familia» (Sandra Faginas, La Voz de Galicia).
«Un relato híbrido y
oscuro que mezcla narrativa convencional y autobiografía» (Lucía Lijtmaer,
Marie Claire).
«Una novela catártica
en la que trata de entender la vida y muerte de su madre» (Isabel Loscertales,
Woman).
«La novela de Delphine
de Vigan, que ya arrasó en Francia el año pasado, aterriza en nuestro país con
la intención de llegarte al corazón» (Glamour).
Pensé que no debía olvidar su humor
frío, fantasmal, y su singular predisposición a la fantasía.
Pensé que Lucile se había enamorado
sucesivamente de Marcello Mastroianni (ella precisaba: «póngame media docena»),
de Joshka Schidlow (un crítico teatral de la revista Télérama al que nunca
había visto pero cuya pluma e inteligencia alababa), de un hombre de negocios
llamado Édouard, cuya identidad nunca llegamos a conocer, de Graham, un
auténtico vagabundo del distrito 14, antiguo violinista y que murió asesinado.
No me refiero a los hombres que han compartido su vida de verdad. Me creí que
mi madre había compartido un cocido de gallina con Claude Monet e Immanuel
Kant, durante la misma velada en un suburbio lejano del que había vuelto en
tren de cercanías, y que se había visto privada de talonario de cheques durante
años por haber distribuido su dinero en la calle. Me creí que mi madre había
controlado el sistema informático de su empresa, así como el conjunto de la red
de metro, y bailado sobre las mesas de los cafés.
Ya no sé en qué momento capitulé,
quizá el día que comprendí cómo la escritura, mi escritura, estaba ligada a
ella, a sus ficciones, a esos momentos de delirio en los que la vida se había
vuelto tan pesada para ella que había necesitado escapar, en los que su dolor
sólo había podido expresarse mediante la fábula.
La muerte del padre de Karl Ove Knausgård
ISBN 978-84-339-7844-8
PVP
con IVA 22.90 €
Nº
de páginas 504
Colección
Panorama de narrativas
Traducción Kirsti
Baggethun y Asunción Lorenzo
Karl Ove Knausgård está
luchando con su tercera novela casi diez años después de que su padre se
emborrachara hasta morir. Quiere que sea una obra maestra, pero le atormentan
las dudas sobre su talento como escritor. Su mente deambula entre sus
frustraciones actuales y su relación con su familia y el pasado: su infancia,
las inseguridades de la adolescencia, el descubrimiento del sexo, del alcohol,
esa «bebida mágica», su pasión por el rock... La muerte prematura de su
conflictivo progenitor suscitó en él sentimientos que aún no ha conseguido
aceptar. Ésta es la primera novela de las seis que conforman Mi lucha y que
pueden ser leídas de forma independiente o como partes de un ambicioso
proyecto. El autor se embarca en una exploración proustiana de su pasado y el
resultado es una novela tan profunda como absorbente que nos atrapa desde la
primera página.
«La novela se sitúa en
el terreno de la gran literatura, la de Marcel Proust, Robert Musil y Thomas
Mann» (Berlingske Tidende).
«Un libro emocionante,
libre de tabúes» (NDR Kultur, Alemania).
«Tan sublime como desea
su autor, debería devolver a la vida a los lectores cínicos o fatigados» (Boyd
Tonkin, The Independent).
«Entre Proust y los
bosques. Una obra como tallada en granito, exacta y fortísima» (La Repubblica).
En el instante en que la vida
abandona el cuerpo, el cuerpo pertenece a lo muerto. Las lámparas, las maletas,
las alfombras, las manillas de las puertas, las ventanas. Los campos labrados,
los pantanos, los arroyos, las nubes, el cielo. Nada de todo esto nos es
desconocido. Estamos constantemente rodeados de objetos y fenómenos del mundo
muerto. Y, sin embargo, hay pocas cosas que nos desagraden más que ver a un ser
humano capturado en ese mundo muerto, al menos a juzgar por los esfuerzos que
hacemos por mantener los cuerpos muertos fuera de nuestra vista. En los
hospitales grandes no sólo se guardan escondidos en oportunas salas
inaccesibles, sino que también las vías para llegar hasta ellas están ocultas,
con ascensores y caminos propios por los sótanos, y aunque por casualidad uno
diera con alguno de esos lugares, los cuerpos muertos con los que se
encontraría en las camillas están siempre tapados. Para llevárselos del
hospital se sacan por una salida especial, en coches con ventanillas tintadas.
En el recinto del cementerio hay para ellos una sala especial sin ventanas;
durante la ceremonia funeraria están metidos en ataúdes cerrados, hasta que son
enterrados o quemados en el horno. Resulta difícil encontrar alguna razón
práctica que justifique este procedimiento. Los cuerpos muertos podrían por
ejemplo llevarse sin tapar
en camillas por
los pasillos del
hospital, y de
allí transportarse en un taxi normal y corriente, sin que eso
representara ningún riesgo para nadie. Ese anciano que se muere en el cine
durante la proyección podría quedarse sentado en su asiento hasta que acabe la
película, por no decir también durante la sesión siguiente. El profesor que
sufre un infarto en el patio de recreo no tiene por qué ser sacado de allí a
toda prisa, pues no pasa nada si se queda en el suelo hasta que el conserje
pueda ocuparse de él, aunque no sea hasta bastante más tarde. Si un pájaro se
posara sobre él y lo picoteara, ¿qué podría importar? ¿Es mejor lo que le
espera en la tumba sólo porque nosotros no lo vemos? Mientras el muerto no
estorbe físicamente, no hay razón alguna para tanta prisa, pues no puede morir
por segunda vez. Esto vale sobre todo para las épocas de frío. Los indigentes
que mueren congelados sobre bancos
y en portales,
suicidas que saltan
de puentes y de edificios altos, ancianas que caen fulminadas en las escaleras
de su casa, muertos por accidente que quedan atrapados en sus coches
destrozados, el joven que embriagado cae al mar tras una noche de juerga, la niña
pequeña que acaba bajo las ruedas de un autobús, ¿por qué esas prisas para
esconderlos? ¿No sería más decente permitir a los padres de la niña verla una o
dos horas más tarde, yaciendo en la nieve junto al lugar del accidente, con la
cabeza destrozada visible, así como el cuerpo entero, el pelo manchado de
sangre y la chaqueta de plumas limpia? La niña estaría abierta hacia el mundo,
sin secretos. Pero incluso esa única hora en la nieve es impensable. Una ciudad
que no mantiene a sus muertos fuera de la vista, una ciudad donde se los puede
ver diseminados por calles y parques, en los aparcamientos, no es una ciudad,
sino un infierno. El que este infierno refleje nuestras condiciones de vida de
un modo más realista y estrictamente más verdadero no importa. Sabemos que es
así, pero no queremos verlo. Y de ahí viene ese acto colectivo de represión que
constituye la reclusión de los muertos.
Cosas transparentes de Vladimir Nabokov
ISBN 978-84-339-7845-5
PVP
con IVA 16.90 €
Nº
de páginas 168
Colección
Panorama de narrativas
Traducción Jordi
Fibla
Ésta es la penúltima
novela de Nabokov, un tour de force literario protagonizado por Hugh Person, un
joven editor norteamericano que realiza varios viajes a Suiza a lo largo de los
años. Allí viajó su padre por última vez en su vida y allí deberá encontrarse
Hugh con un distinguido escritor, pero también con sus propios fantasmas. Y,
como resultado de esos viajes, Person se enamorará, se casará, se verá envuelto
en un asesinato, será encarcelado, se sumirá en un periodo de locura e indagará
en los enigmas de su pasado. Una inquietante nouvelle perversamente cómica e
intensamente lírica.
«Ha dominado todos los
trucos técnicos de la novela y ha inventado unos cuantos más de cosecha propia»
(Peter Ackroyd).
«Nabokov escribe prosa
del único modo en que debería ser escrita, en éxtasis» (John Updike).
«Misteriosa, siniestra
y hermosamente melancólica» (Martin Amis).
Mi amor en vano de Soledad Puértolas
ISBN 978-84-339-9751-7
PVP
con IVA 19.90 €
Nº
de páginas 232
Colección
Narrativas hispánicas
Esteban, un joven que
sobrevive a un accidente de tráfico, debe plantearse la vida de una forma
nueva. Se desvincula de su vida anterior y se va a vivir solo a un barrio
distinto. En el nuevo contexto, el Centro de Rehabilitación al que acude
diariamente será el principal referente. Entre los vecinos de su nueva
vivienda, una familia compuesta por Dayana, una mujer madura que ha sido
actriz, cantante y modelo de artistas, Eugenio, su marido, alcohólico y
periodista deportivo, y su hija Violeta, va acercándose más y más a él. Y
también Teresa, una mujer asidua del Centro de Rehabilitación, irrumpe en su
mundo. Esteban atisba vidas rotas, vidas gastadas que aún sueñan con rehacerse.
En este nuevo reto literario, Soledad Puértolas ahonda en un universo que siempre
le ha interesado: la emoción, la pasión que nos mueve a los seres humanos, el
anhelo de encontrar algo que dé sentido a todo, la lucha contra la amargura y
el fracaso, la sed de belleza, la ilusión del amor.
Desde el principio, tuve la
impresión de que mi amistad con ella me situaba un poco al margen de la vida de
la vecindad, porque Violeta vivía dentro de un mundo que no compartía con nadie.
No se trataba de un mundo superior. Los arreglos de ropa que siempre tenía
entre manos y los collares que nunca la dejaban satisfecha y que se colgaba al
cuello, uno o varios, siempre distintos cada día, como para probar el efecto,
no sugerían asuntos de gran trascendencia. Sus padres eran populares en el
barrio. El Piloto pasaba muchas horas en El Mercurio. Dayana, una mujer muy
comunicativa y aún guapa, salía varias veces al día a sacar a sus perras, dos
labradoras grandes y afectuosas cuya máxima ambición, a juzgar por el jaleo que
metían cuando bajaban las escaleras, era alcanzar la calle. Pero Violeta no era
como sus padres. Vivía instalada en una especie de reserva, aparentemente
volcada en sus creaciones de joyas y ropa y sus continuas ideas de rehacerlo
todo. Conmigo había hecho una excepción. Me lo había dicho, y poco a poco
comprendí que era completamente cierto.
A
la vez, tuve
la impresión de
que la comunidad
de vecinos aprobaba nuestra amistad. En cierto modo, Violeta se había erigido
en su representante para darme la bienvenida. La comunidad había delegado en
ella. Aquellos primeros encuentros con Violeta me dieron una sorprendente
impresión de integración.
No recordaba haber
albergado nunca un sentimiento parecido. Era una sensación completamente
nueva. Además, la persona que respaldaba mi integración –insólita para mí– era,
sin lugar a dudas, la más indicada. Nadie hubiera podido desempeñar ese papel
con mejores resultados. Ya presentía lo que luego se me fue confirmando: la indiscutible
autoridad que Violeta tenía entre la vecindad. La respetaban porque, con su
estrafalario aspecto y su mirada indiferente, seguía al lado de unos padres
que inspiraban en
todo el barrio
impulsos de simpatía
y cierto deseo de
protección. Sin duda,
imaginaban que la evidente tendencia del Piloto a beber en
demasía ponía en peligro su trabajo, sabían que la vida de Dayana estaba hecha
de esfuerzos y sacrificios. Más incluso que a organizar la vida doméstica de su
marido y de su hija, Dayana se dedicaba, como Violeta me comentaba con una
mezcla de admiración y censura, a atender a su madre y a su suegra, dos
ancianas caprichosas y difíciles a quienes visitaba todos los días y que, a
pesar de sus continuas quejas, parecían obstinadas en seguir cumpliendo años.
Si viviéramos en un lugar normal de Juan Pablo
Villalobos
ISBN 978-84-339-9753-1
PVP
con IVA 19.90 €
Nº
de páginas 192
Colección
Narrativas hispánicas
En los años ochenta en
Lagos de Moreno, un pueblo donde hay más vacas que personas y más curas que
vacas, una familia más bien pobre intenta sobreponerse a los estrambóticos
peligros de vivir en México. El padre, profesor de civismo filohelénico, se
obstina en practicar el arte del insulto, mientras la madre prepara cientos de
quesadillas para atender a los manoteos de su numerosa prole: Aristóteles,
Orestes, Arquíloco, Calímaco, Electra, Cástor y Pólux. Confinados en una
precaria casa, presencian la revuelta de los cristeros contra el PRI y su
enésimo fraude electoral. Éste es el punto de partida de las aventuras de
Orestes y su hilarante cruzada contra el aburrimiento pueblerino y la tiranía
de su hermano mayor. Todo cabe y todo vale en honor del disparate: vacas
inseminadas, toros coleados, inmigrantes polacos, peregrinos sanjuaneros, naves
espaciales, botoncitos milagrosos, sandías psicodélicas y muchas, muchas
mentadas de madre.
«Villalobos fustiga y
vacuna la tragicómica realidad mexicana, un lugar no normal, con una
combinación de humor corrosivo, desapego y andanzas hilarantes» (Iñigo Urrutia,
El Diario Vasco).
«Dispóngase a ser
engullido por un estupendo remolino verbal que nos lleva a los territorios del
placer literario, que es de lo que se trata. Villalobos es un derroche, posee
unos recursos expresivos de gran calibre y utiliza de manera magistral el humor
más negro y desesperado que, para el que esto escribe, es un rasgo clave de la
literatura como forma de conocimiento, de exploración… La política, la
economía, la corrupción, el abuso de poder, todo se desarrolla con una fuerza
cómica irresistible… La realidad más cruda y las situaciones más imposibles
forman unidad y esta es la mejor cualidad de la novela. Nada queda libre de la
sátira más despiadada… una verdadera hecatombe de desmesura donde México es
sacrificado en canal entre carcajadas y lágrimas. Léase» (Antonio Garrido,
Sur).
Nosotros los llamábamos los del
gallito colorado, porque el escudo de su partido político era un gallo color
rojo, pero sobre todo por culpa de
que ellos también –como la
mayoría de los partidos– eran aficionados a autodesignarse con combinaciones de
siglas impronunciables. Dado que no había otro partido con un gallo azul o
amarillo, lo cual habría establecido una fuente de ambigüedad que exigiría
el uso
del adjetivo, muchas
veces la economía
lingüística –o sea: la güeva– nos empujaba a denominarlos nomás los del
gallito. Eran campesinos de ejido, pequeños ganaderos, profesores, acompañados
siempre por una corte fiel de beatas de diversa procedencia. Se hacían llamar
sinarquistas y su misión era repetir las derrotas de sus abuelos, de sus
padres, quienes habían hecho la guerra allá por los años veinte del siglo
pasado, cuando el gobierno decidió que las cosas del cielo eran del cielo y las
de la tierra del gobierno.
Ante dicho escenario emocionante,
mis hermanos y yo –seres semirracionales que oscilábamos entre los quince años
de Aristóteles, el mayor, y los cinco de los gemelos de mentira, separados unos
de otros de manera meticulosa por periodos de dos años que sugerían una
perturbadora costumbre sexual de mis padres– nos dedicamos a escenificar
combates entre los rebeldes y el gobierno, a madrazo limpio. Yo encabezaba a
los rebeldes, porque Aristóteles no aceptaba ser otra cosa que el gobierno, las
fuerzas del orden, como él decía. En nuestras batallas siempre ganaba el
gobierno, porque Aristóteles ya ejercía su metodología fascista que combinaba
la fuerza excesiva y la compra de los opositores. Por si fuera poco, en su
ejército estaban siempre los gemelos de mentira, quienes no se inmutaban con
nada, no hablaban, no se movían, no parpadeaban, les gustaba comportarse como
si fueran dos plantas, y a las plantas en general resulta imposible obligarlas
a rendirse. Eran un par de helechos plantados en sus macetas, sabíamos que
bastaba con extender la mano y aplicar un mínimo de fuerza para lastimarlos,
pero no lo hacíamos, nunca, porque nos daba la impresión de que los helechos no
podían hacerle daño a nadie.
En cambio, yo intentaba imponerme
con mis habilidades retóricas, pero estaba condenado al fracaso, porque nadie
me entendía.
Angel de Elizabeth Taylor
ISBN 978-84-339-7614-7
PVP
con IVA 18.90 €
Nº
de páginas 320
Colección
Otra vuelta de tuerca
Traducción Jesús
Zulaika
Angelica Deverell, una
adolescente mitómana, es la hija de una tendera de clase baja cuya hermana
trabaja en la casa de los señores de la zona y ayuda a pagar la educación de
Angel (cuyo nombre de pila es el mismo de la hija de estos señores). Angel
comienza a escribir novelones gótico-románticos, grandilocuentes, falsos y
fascinantes, que la convertirán en una escritora de moda, la harán rica y la
convencerán de que ella es una heroína de sus propias novelas... Una historia,
llena de ecos y alusiones, de un entramado de relaciones sociales y
fascinaciones equívocas en la que la pasión por la literatura, por deleznables
que sean sus resultados, acaba arrasando varias vidas.
«Agradezco a Anagrama
por publicar la primera novela traducida de Elizabeth Taylor, y recomiendo a
Taylor como un lugar, la plaza adonde ibas a sentir pensamientos del que cruza
la calle, a pensar sentimientos del que escapa de casa» (Belén Gopegui).
«El tratamiento más
perverso e inteligente que se ha hecho de la creación literaria en los últimos
años» (Juan A. Juristo, Diario 16).
«Enorme eficacia
literaria» (J. Ernesto Ayala-Dip, El País).
Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones
errantes de Graciela Speranza
ISBN 978-84-339-6342-0
PVP
con IVA 18.90 €
Nº
de páginas 248
Colección
Argumentos
Abierto a múltiples
fuerzas que desdibujan los límites de continentes, estados y culturas locales,
el mundo del siglo XXI se ha vuelto sin duda más fluido y navegable. De eso
parecen hablar las nuevas formas errantes del arte y las ficciones de América
Latina. Pero frente a un multiculturalismo condescendiente que exalta la
diversidad sin alterar la dirección ni las estructuras de poder de los
intercambios, frente a un nuevo exotismo que hace de los Otros fetiches
coleccionables, se impone recomponer el mapa del continente. Es lo que hace
este sorprendente de imágenes: busca respuestas a las preguntas por el lugar
de América Latina en obras de artistas y escritores que crean cartografías
imaginarias, registran nuevos recorridos urbanos, revelan supervivencias
fantasmales de otras tradiciones y otros tiempos, se abren a redes de
relaciones azarosas o se confinan en esferas incomunicadas.
Finalista 40.º Premio
Anagrama de Ensayo.
El modelo privilegiado de esa
«mirada abrazadora» es el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, uno de los artefactos
más extraños de la historia del arte, con el que el historiador alemán intentó
documentar visualmente todo el imaginario de Occidente.4 En 1924, después de
varios años de tratamiento psiquiátrico, Warburg empezó a componer su serie
inacabada de paneles móviles de láminas, montadas sobre fondos negros y luego
fotografiadas, en la que esperaba exponer el conglomerado de relaciones que
observaba en las imágenes, las migraciones de formas, motivos y gestos que
atravesaban fronteras políticas y disciplinares desde la Antigüedad hasta el
Renacimiento e incluso hasta el presente. Sumergido entre 1924 y 1929 en los
más de 65.000 volúmenes de su biblioteca interdisciplinaria, iluminado con la
experiencia antropológica directa de 1895 en el desierto de Nuevo México,
trastornado y recuperado de los horrores de la Primera Guerra Mundial y de la
psicosis que lo recluyó durante cinco años, Warburg concibió su Atlas como un
combate contra la clausura del nacionalismo cultural exacerbado por la guerra y
la asfixia de la ortodoxia dogmática. En un rapto después de la locura se le
reveló una forma del pensamiento por imágenes, cuadros proliferantes de
constelaciones permutables (para el maníaco no hay nada definitivo), en los que
fluyen las polaridades, las antinomias, las supervivencias fantasmales de otros
tiempos que anidan en las imágenes. Para desplegar esas discontinuidades del
tiempo y la memoria, hacía falta una «mesa de encuentros», un dispositivo nuevo
de colección y exhibición que no se fundara en la ordenación racional ni en el
caos de la miscelánea y un principio capaz de descomponer y recomponer el orden
del mundo en «planos de pensamiento», para que así dispuesto y recompuesto
recuperara su extrañeza. Eso es el Atlas Mnemosyne, una forma de conocimiento
por montaje, próximo a las experiencias contemporáneas de los collages
cubistas, las cajas de Duchamp y el cine de Eisenstein, pero también al
pensamiento por constelaciones de Benjamin y Bataille, siempre que se agregue
el carácter permutable de las configuraciones alcanzadas, que lo vuelve
pensamiento dinámico.
Las crónicas del dolor. Curas, mitos, misterios,
diarios, plegarias, imágenes cerebrales, curación y la ciencia del sufrimiento
de Melanie Thernstrom
PVP
con IVA 23.90 €
Nº
de páginas 520
Colección
Argumentos
Traducción Cecilia
Ceriani
A lo largo de nuestra
vida, todos experimentaremos dolor, pero nadie sabe cuándo comenzará ni cuánto
tiempo durará. En la actualidad, un diez por ciento de la población de los
Estados Unidos sufre dolor crónico. Este ensayo rastrea las diferentes
concepciones del dolor a través de la historia para desvelar su esquiva
naturaleza. Y así, entrelazando reflexiones en primera persona, espléndidos
reportajes realizados en los más importantes centros médicos de investigación y
clínicas del dolor, así como inteligentes contribuciones de un vasto abanico de
disciplinas, Thernstrom nos demuestra que cuando tenemos que enfrentarnos al
dolor, no hemos avanzado tanto como imaginamos pero tampoco estamos tan indefensos
como tememos.
«Colmado de
inteligentes revelaciones y escrito con una notable elegancia» (The New
Yorker).
«Una expansiva y
estimulante combinación de memorias, reportaje médico, investigación histórica
y crítica cultural» (Robin Romm, The New York Times Book Review).
«Una fascinante mezcla
de ideas y periodismo» (Kirkus Review).
En la época victoriana se pensaba
que existía una jerarquía invisible de sensaciones según la cual los jóvenes
eran más sensibles al dolor que los mayores, las mujeres más sensibles que los
hombres, y los blancos ricos y educados (los que inventaron la teoría) eran
infinitamente más sensibles al dolor que los pobres sin estudios, los esclavos
y los indígenas de las colonias. Para nuestra sorpresa, la investigación
moderna ha descubierto que la sensibilidad psicológica ante el dolor se ve
afectada por la raza, el género y la edad, aunque no en el sentido que creían los
victorianos.
Con el paso del tiempo llegué a
observar a varios cientos de pacientes. A veces, mi visita a la clínica del
dolor era como descender al Infierno de Dante. Había gente machacada por
accidentes laborales o que padecían enfermedades degenerativas o autoinmunes,
mientras que otros se quejaban del intenso sufrimiento que padecían debido a
dolencias comunes, como el dolor de espalda y
de cabeza. A lo largo
de ocho años mantuve contacto con pacientes para intentar
hallar la respuesta a la pregunta de por qué algunas personas mejoran de su
dolor y otras no. ¿Estará la respuesta en la naturaleza de los pacientes, en
los médicos o en los tratamientos médicos que se aplican? ¿Cómo afecta la fe
religiosa al dolor, a la discapacidad y a la mortandad? ¿Ir a la iglesia o
rezar alivia el dolor?
Conocí a una mujer joven que
desarrolló un dolor crónico de espalda tras someterse a una demostración
quiropráctica de tan sólo cinco minutos de duración después de que su
entrenador en el gimnasio se lo hubiera recomendado. A lo largo de los
siguientes ocho años, la mujer incrementó la prima de su seguro médico hasta
alcanzar una cantidad de seis cifras que pagó de su bolsillo en su intento de
encontrar los mejores médicos y tratamientos que la librasen de aquel dolor
hasta que, por fin, halló uno con el que mejoró. ¡Después de pasados ocho años!
El dolor, como cualquier situación
límite, saca a la luz lo mejor y lo peor de las personas. Algunas se convierten
en seres heroicos, como la mujer que quedó paralizada tras una cirugía
rutinaria de hernia discal cervical y tuvo que enfrentarse a la nueva y
terrible situación de tener la médula espinal lesionada y soportar los dolores
que ello conllevaba. O el caso del empleado del ferrocarril que perdió tres de
sus miembros al caer del tren para después sufrir dolores en dichos miembros
fantasmas que abrieron los ojos a su médico ante los misterios de la
perseverancia. Sin embargo, otros pacientes desarrollan tendencias suicidas y
algunos (entre los que me incluyo) descubren que el dolor ha cambiado su forma
de ser para convertirlos en seres irreconocibles que colaboran con el dolor en
lugar de combatirlo.
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