Mátalos suavemente de George V. Higgins
Traducido por: Magdalena Palmer
ISBN
9788415625056
Páginas
232
Formato
12,5 x 20
Precio16,95
€
Jackie Cogan, sicario
de la mafia de Nueva Inglaterra, es el encargado de «resolver» el atraco a una
partida de póquer clandestina. Cogan, un profesional despiadado con la eficacia
de un hombre de negocios y un sagaz sentido para percibir las debilidades
ajenas, no se detendrá hasta localizar a los culpables y reparar el honor de
quienes le han contratado.
Diálogos vivísimos, un
humor mordaz y una tensión constante sostienen el suspense de una trama que se
desarrolla en los ambientes criminales del Boston de los setenta, en los que se
cruzan atracadores de poca monta, asesinos a sueldo, mafiosos y abogados
corruptos.
Mátalos suavemente, la
tercera novela de George V. Higgins, autor de Los amigos de Eddie Coyle, se
publicó en 1974 y su éxito inmediato le consolidó como renovador del género
negro. Su singular capacidad para plasmar con realismo la vida criminal
llevaría a la crítica a calificarlo como «el Balzac de los bajos fondos de
Boston». Un relato crudo y magistral de la mafia y de los hombres que aseguran
su poder.
—John, necesito pasta. He pasado
mucho tiempo encerrado y aún no me ha salido nada. No me vaciles.
—Ay, amigo mío. ¿Conoces a Connie,
mi mujer? Prepara un asado de cerdo buenísimo. Relleno, ¿sabes? Está buenísimo,
en serio. La otra noche guisó cerdo asado. Por primera vez desde que he vuelto
a casa. No me lo pude comer. Le dije: «Connie, no me des cerdo nunca más». Pero
antes me encantaba, le decía siempre que era su mejor plato, ella es una gran
cocinera. Cocina muy bien, la verdad. Por eso está siempre tan gorda, joder: le
gusta comer y le gusta cocinar y cocina de muerte y se lo come. Le dije: «Beicon,
jamón, no me importa si sale de un cerdo. Pero no quiero cerdo asado. Me haces
unas alubias, ¿vale? No me las pongas con cerdo. Las alubias me las comeré. El
cerdo, no». Y me fui al puesto de almejas del puerto y cené en el puto coche y
eso que solo hacía un mes que volvía a comer con la familia, después de casi
siete años en el trullo. Cené en el puesto del puerto. Una vez se jodieron las
cosas, ¿te acuerdas, Frankie? Elegí al tipo equivocado, todos teníamos prisa,
había que moverse, necesitábamos la pasta, lo de siempre, el tío lo hará bien y
yo estaba peor que todos vosotros. Así que acepté y lo sabía, sabía que el tío
no me convencía. No puedo explicar por qué, pero lo sabía, aquel era el tipo
equivocado. Pero lo acepté igualmente. Y vaya si era el tipo equivocado, joder:
me pasé casi siete años comiendo cerdo grasiento de mierda, casi todos los
días, y mientras mis hijos crecían y mi negocio iba tirando, yo estaba en el
talego. Y ahora no puedo volver atrás, ¿sabes? Ahora ya no puedo comer mi plato
favorito por todo lo que me remueve. Conque de ahora en adelante me lo tomaré
con calma, eso es lo que hay. Me la traen floja tú y tus problemas. Si podemos
hacer algo grande, lo haremos. Si lo podemos hacer con garantías, sin cagarla,
sin volver a pringar. Yo ya he comido el último cerdo asado de mi vida. Ya la
he jodido por última vez. Llámame el jueves. El jueves lo sabré. Te lo diré.
1948 de Yoram Kaniuk
Traducido por: Raquel García Lozano
Prólogo de: Raquel García Lozano
ISBN
9788415625087
Páginas
248
Formato
12,5 x 20
Precio18,95
€
En 1948, cuando tenía
solo diecisiete años, el jovencísimo Yoram Kaniuk luchó en la guerra de
Independencia israelí. Más de sesenta años después, Kaniuk vuelve sobre sus
recuerdos para retratar a toda una generación de jóvenes burgueses que se vio
de pronto inmersa en una guerra cuya lógica estaba lejos de comprender.
Evitando justificarse,
buscando la autocrítica, el viejo Kaniuk nos habla del sinsentido de la guerra
y de cómo él y sus amigos, niños de mamá convertidos en atípicos camaradas de
armas, fueron tan inconscientes como para pensar que la perspectiva de morir
jóvenes podía tener algo de glorioso.
Considerado por la
crítica como uno de los mejores libros de Yoram Kaniuk y galardonado con el
Premio Sapir 2010, 1948 ofrece una particularísima visión sobre un momento
crucial de la historia reciente que cuestiona muchos de los tópicos que se
suelen citar, y que nos ayuda a entender mejor la complicada situación que se
vive en Oriente Próximo. Un libro valioso, trágico y sorprendente que da fe de
lo importante que es poder reconocer las locuras del pasado.
Yo era un mentecato que se
convirtió en un valiente y golpeó al enemigo. Eso es lo que era. ¿Acaso me
alisté tan pronto, a los diecisiete años y medio, por ser un héroe o quizá porque
tenía miedo y huía de algo? Y en tal caso, ¿de qué? Al parecer, era un miedica.
Las personas con imaginación tienen miedo. Las personas con imaginación
creativa tienen también esa imbecilidad de quienes se ofrecen voluntarios para
las causas perdidas. De mi miedo salí siendo un héroe que había vencido sus
miedos. Y antes yo solo era un manojo de miedos. A la oscuridad. A la muerte. A
las personas. A las aglomeraciones. A las moscas transmisoras de enfermedades,
a esos mosquitos Anopheles que transmiten la malaria, de los que hablaba mi
madre Sara como si los hubiese conocido personalmente de joven en Eretz Israel.
Yo no era un valiente como lo son la mayoría de los soldados. Yo era uno de
esos tipos que no se rinden. Alguien que, a pesar del miedo, veía la muerte y
no agachaba la cabeza. Sabía que en los pequeños barcos que estaban en el mar
deambulaban miles de supervivientes del Holocausto sin hogar a quienes ningún
país quería y leí que hacía tres años Herr Goebbels se había preguntado por qué
siendo los judíos tan inteligentes y tan instruidos y tocando tan bien, ningún
país los quería, y recuerdo que eso se me quedó grabado y quise ayudar a traer
a aquellos judíos.
El rapto de Britney Spears de Jean Rolin
Traducido por: Luisa Feliu
ISBN
9788415625070
Páginas
231
Formato
12,5 x 20
Precio17,95
€
Cuando Britney Spears
recibe amenazas de un supuesto grupúsculo islamista, los servicios secretos
franceses (cómo no) envían a Los Ángeles a uno de sus hombres para investigar
el asunto. El agente en cuestión no parece el más adecuado: no conduce, fuma,
lo ignora todo de la farándula, tiene cierta tendencia a la neurastenia y hasta
se parece un poco al escritor Jean Rolin. Sin embargo, hará todo lo posible
para ponerse al día rápidamente: se introducirá en el mundo de los paparazzi,
frecuentará Sunset Boulevard y Rodeo Drive y se convertirá en un especialista
en Britney Spears y en la red de transporte público de la ciudad.
A partir de la figura
de la popular cantante y de un cómico detective, Jean Rolin ofrece su
particular visión de unos famosos que son más conocidos por sus excesos o su
vida privada que por su trabajo, y del lugar en el que viven: la conurbación de
Los Ángeles, una de las áreas metropolitanas más extensas del mundo.
El rapto de Britney
Spears, la primera novela de Jean Rolin en quince años, fue finalista del
Premio de la Academia Francesa 2011.
Anochece, el silencio y la
oscuridad se apoderan del despacho de Shotemur. Algunos reflejos permanecen
aquí y allá, en el revestimiento plastificado del mapa del Alto Badajshán; la
luz azulada que emana de la pantalla de mi ordenador vacila y se apaga. Si no
dispusiéramos del teléfono, ahora mismo estaríamos aislados del mundo y,
personalmente, no tendría nada que objetar. Afuera, como suponemos, a pesar de
no verlo, los últimos rayos de sol, mucho después de que este se haya retirado
de Murghab, deben de iluminar las cimas gemelas y nevadas del Muztag Ata, el
monte que domina la frontera por la parte china. Desde la altura y a la
distancia que las observamos, cuando tenemos ocasión, esas cimas gemelas, una
de las cuales culmina a 7.546 metros, son poco espectaculares, o menos de lo
previsto: tienen un algo herciniano, si se entiende a qué me refiero. Para
satisfacer la curiosidad de Shotemur, más exacerbada a medida que progresan las
tinieblas, debo proceder una vez más a relatarle las circunstancias de mi
primer encuentro con Britney Spears (ruego a quienes ya hayan oído el relato
que tengan a bien disculparme). Fue en Los Ángeles, el 10 de mayo de 2010, en
Robertson Avenue, cerca de la intersección de dicha arteria con Santa Monica
Boulevard. Fuck, al que se podría presentar como el jefe supremo de todos los
paparazzi de Los Ángeles, o como el más poderoso de todos ellos, me llamó a
última hora de la mañana, con su voz arrastrada y velada, casi inaudible, que
evoca la de Robert de Niro en un episodio de El Padrino, para indicarme que
Britney estaba de compras por Robertson. Quizá en Lisa Kline, donde, tres años
atrás, según la revista In Touch del 5 de noviembre de 2007, parece que en un
santiamén se gastó unos 23.000 dólares en trapos. O en A|X Armani, que en sus
respuestas a un cuestionario reciente nombra, junto con Bébé, Rampage, Fred
Segal o Abercrombie & Fitch, como una de sus marcas preferidas. O quizá en
Ralph Lauren, Dolce & Gabbana o Chanel, cuyos rótulos se suceden a lo largo
de Robertson Avenue, con especial abundancia en la parte alta. Por mi parte, en
el momento en que Fuck me llama, me encuentro en el Holloway Motel, habitación
223, terminando la lectura del Los Angeles Times, a la que procedo
minuciosamente, cada mañana, tras separar el núcleo del periódico de sus
distintos suplementos. Esa operación acostumbra a sobrevenir inmediatamente
después del cepillado de dientes, consecutivo a su vez a la absorción del
desayuno en el ihop. Me gustaría hablarles del ihop, de la camarera mexicana
con quien más trato, y de quien no es posible sospechar, por cuanto la
concierne, que no ejerza ese oficio más que entre dos sesiones de casting. Pero
otra vez será. Al teléfono, Fuck insiste en que Britney va a tardar un buen
rato en hacer sus compras. «Lo que le da tiempo —prosigue— para llegar hasta
ahí en autobús, o incluso a pie, ya que no se desplaza usted de otro modo.» Es
absolutamente cierto, en efecto, que no sé conducir: incluso es una de las
circunstancias, entre otras muchas, que me han llevado a dudar de las
verdaderas intenciones de los servicios, que para llevar a cabo semejante
misión, ya de por sí bastante oscura en cuanto a sus objetivos, y nebulosa en
cuanto a los medios para alcanzarlos, hayan decidido enviar a Los Ángeles a un
agente a todas luces ignorante en materia de conducción.
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