domingo, 2 de septiembre de 2012

Fragmentos Nº68: Sylvia


Howard Fast
Sylvia

—¿Qué es poesía? —dijo Mullen, no preguntándomelo a mí sino enunciándolo como el profesor que se dirige a la totalidad de sus alumnos—. El primer hombre que pisó la tierra cantó, porque el hombre es una criatura musical tanto como verbal. Pero cuando llegaron las palabras, con todas sus imágenes, colores y memorias, empezó a existir una particular música en el mismo lenguaje. El poema es el inicio de nuestra literatura y de todo nuestro arte. Homero cantó poemas, y las terribles prédicas de los viejos profetas hebreos, que eran también poesía, y quienes hicieron la música de la antigua Irlanda y los asilvestrados poetas que vagaron  por el país con sus finas voces y sus instrumentos de cuerda. E incluso aquí mismo, entre nosotros, la cultura de los indios, que tocaban con sus flautas de madera mientras sus cantores hacían poesía. Es un antiguo asunto que creció y floreció, pero en cierto instante nos pusimos a bailar con un paso demasiado rápido y el mundo se volvió extraño. Ahora los poetas buscan imágenes y música, y les cuesta encontrarlas; la mayoría se contentan con abrillantar la pequeña manzana que han cogido sin importarles un comino el árbol del que procede. Su Sylvia no ganará muchos premios, pero aprenderá. Tiene algo que decir y una clara voz.
No lo veo tan sencillo —confesé—. Tomemos el  poema Luna sin luz. ¿Qué nos intenta decir con él?¿Qué significa? Si significa algo, ¿por qué no se entiende con facilidad?
—¡Ah! —Mullen sonrió—. Ha puesto usted el dedo en la llaga. ¿Trata ella de ser oscura? No, en absoluto. Nosotros somos gente sencilla, Macklin, y también complicada, y los artistas no tratan de ser oscuros a menos que sean unos falsarios. La oscuridad proviene de ser incapaz de decir algo del modo natural en que se experimenta. Su Sylvia revienta con algo que no puede expresar de forma sencilla, algo que el tiempo curará. Llegará a saber lo que debe ser dicho y lo dirá mejor también. Pero en ese poema busca símbolos y compara. Escribe sobre su territorio de infancia con asco y con el agitado terror de las pesadillas infantiles. No puede decir: fui una niña en tal y tal lugar; necesita expresar de forma adulta lo que la niña vio y por ello usa un intricado conjunto de símbolos e imágenes de su infancia. ¿Me sigue usted?

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