Sue
Grafton
V
de venganza
Al
cabo de quince minutos salí de Cabana Boulevard para meterme en Albanil.
Aparqué el Mustang a media manzana de mi piso y recorrí cojeando el resto del
camino, sin dejar de darle vueltas a lo sucedido. Es sorprendente lo que se te
escapa cuando alguien pretende aumentar el número de víctimas de tráfico a tus
expensas. No tenía sentido que me echara en cara el no haberme fijado en el
número de la matricula. Bueno, vale, me lo reproché un poquito, pero no me
pasé. Sólo me quedaba esperar que hubieran detenido a la mujer del traje
pantalón negro y que ahora estuvieran fichándola, fotografiándola y tomándole
las huellas dactilares en la cárcel del condado. Si no tenía antecedentes, puede que una noche en la
cárcel le quitara las ganas de seguir robando. Por otra parte, si era una
veterana, quizá dejaría de robar durante algún tiempo, al menos hasta que se
celebrara el juicio. Puede que su amiga también aprendiera la lección.
Al
llegar al camino de entrada vi que Henry ya había sacado sus cubos de basura a
la acera, aunque la recogida semanal no era hasta el lunes. Crucé la chirriante
verja y rodeé la casa hasta la parte posterior, donde abrí con llave la puerta
de mi estudio y dejé el bolso sobre un taburete de la cocina. Encendí la
lámpara del escritorio y me levanté la pernera del pantalón para examinarme la
herida, decisión que lamenté de inmediato. Ahora mi espinilla exhibía una
protuberancia ósea con un brillo inquietante, flanqueada por dos extensas
magulladuras de color berenjena. No me gusta jugar el corre que te pillo con un
sedán de lujo, ni verme obligada a saltar entre dos coches como si estuviera
rodando una escena de peligro. Al pensarlo ahora me cabreé más que cuando
intentaron atropellarme. Sé que hay gente que cree que deberíamos perdonar y
olvidar. Que conste que soy muy partidaria de perdonar, siempre que me den la
oportunidad de vengarme primero.
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