Carlos
Laredo
El
rompecabezas del cabo Holmes
—Usted
dirá —le dijo a Santos en tono desabrido, después de las presentaciones.
—Verá,
señor Toba, se trata de un asunto algo delicado.
—Debe
de serlo, cuando usted y su ayudante se dedican a pasear disfrazados delante de
mi empresa, haciendo fotos a la gente que sale.
—Mire
usted, Toba —Santos se dirigió a él con una gran sonrisa—, no lo tome a mal si
le digo que yo me paseo por donde me parece y hago fotos en la calle como
cualquier turista. Lo del disfraz, no sé a qué viene: la mayoría de la gente
que andaba por allí iba vestida igual que yo. En cambio, lo que no es normal,
incluso puede considerarse como un delito, es sustraer las llaves de un coche
ajeno y otros objetos de su interior, cosa que hizo un empleado de su empresa
mientras yo trataba de ayudar a mi colaborador, al que su gente estaba zarandeando.
¿Qué le parece si dejamos esos detalles y vamos al grano?
—Es
usted un poco chulo, amigo Santos, y no me gusta nada su estilo.
—Ni
a mí el suyo. Si le he pedido que tuviera la amabilidad de venir, no ha sido
para salir juntos a tomar unas copas, como se puede imaginar, sino para tratar
un asunto serio. ¿Puedo empezar?
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