domingo, 15 de julio de 2012

Fragmentos Nº55: Verano en rojo


Berna González Harbour
Verano en rojo

Encontrar los Talleres Sánchez fue fácil en un viejo tomo de páginas amarillas que aún había en comisaría. Y más fácil aún sobre el terreno, en una rotonda de la carretera de Monte al Sardinero, no muy lejos de la casa de la abuela. «Junto al puente abandonado», rezaba el propio anuncio del taller en la guía telefónica. Y eso no tenía pérdida para nadie que conociera mínimamente el extrarradio de la ciudad. El puente abandonado se había convertido en un monumento al absurdo de la construcción, a la fiesta del urbanismo loco que había apresado a España en los noventa, trazando un mastodóntico paso desde ninguna parte hasta ninguna parte encima de la autovía. Si alguien le hubiera dado a elegir entre dos versiones: que era un puente salido de un cuento surrealista o un puente salido de un plan urbanístico, solo habría elegido la primera. Porque siempre que había pasado por allí había recordado el viejo relato del chico que arrojó por la ventana unas habichuelas creyendo que no servían para nada y se encontró una planta que crecía, y crecía hasta el cielo, empequeñeciendo su casa y su pueblo hasta eso, hasta el surrealismo. Este puente parecía también haber salido de unas habichuelas mágicas, parecía ensombrecer las casas de pueblo que había por allí, porque se había aposentado ante las ventanas de todos sin más explicación que la del relato del absurdo: un plan urbanístico inconcluso, cambiado en medio de su andadura quién sabe por qué intereses.

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