Carlos
Laredo
El
rompecabezas del cabo Holmes
Lina
y Julieta se pusieron las zapatillas de verano que habían comprado en la tienda
de Corcubión y echaron un vistazo alrededor.
El día era despejado y olía a mar. Cuando estuvieron listas, Souto les dijo que lo siguieran y echó a andar por un camino, entre los sembrados y el bosque, hacia los acantilados. Anduvieron unos trescientos metros, hasta la pequeña cala de Montebela, donde habían aparecido el salvavidas y el trozo del casco del De Val 2.
El día era despejado y olía a mar. Cuando estuvieron listas, Souto les dijo que lo siguieran y echó a andar por un camino, entre los sembrados y el bosque, hacia los acantilados. Anduvieron unos trescientos metros, hasta la pequeña cala de Montebela, donde habían aparecido el salvavidas y el trozo del casco del De Val 2.
—¿Quieren
que bajemos?
—Sí,
sí —dijo Julieta—, es un lugar precioso.
El
monte, que muere en el mar, alterna los acantilados con algunas pendientes más
suaves. Un caminito de pescadores zigzagueaba hasta las peñas y un mínimo
trocito de arena que la marea baja descubría.
—Ese
morro que sale hacia el mar —les dijo Souto dándose aires de guía turístico— se
llama Petón Bermello y en esa especie de playita que hay al lado fue donde
aparecieron el salvavidas y el trozo del casco del barco. Esta zona es muy
traicionera, porque está llena de escollos que, al subir la marea, se quedan
ocultos a muy poca profundidad. Hay que estar loco para aventurarse con un
barco de vela por aquí de noche y con viento, incluso de día.
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