María
Ruiz es una comisaria atractiva, concienzuda y tenaz a la cual avisan del
asesinato de un joven deportista en el lago, ahogado entre los grandes peces en
el fondo del lago adherido a un material. Nadie ha visto nada sospechoso, sólo
su familia sabe que una noche despareció sin dejar rastro alguno. La comisaria
seguirá el rastro al asesino entre claustros, Facebook y ayudas inesperadas con
la mirada puesta en la intrigante trayectoria de la selección española.
Luna es
un veterano periodista que se encuentra en el paro y que gracias a un chivatazo
le sigue la pista al asesino por sus propios medios, su jefe le ayudará a
mantenerse en pie ofreciéndole ayuda en los momentos más duros. Tomás, un
brillante y sagaz informático de la policía, siempre atento a las órdenes de su
amiga la comisaria además de un eficaz investigador de las redes sociales. Todo
ellos serán la clave para llegar hasta el asesino.
Berna
narra una historia de secretos que se encuentran en los lugares más comunes y
recónditos, de familias rotas por las perdidas y de fracasos ahogados en vodka.
El texto también esta cargado de una realidad cercana al lector con las descripciones
de una Madrid de calor sofocante, coches con jóvenes celebrando las victorias
de La Roja en el Mundial y de sotanas que se esconden en los lugares más
imprevisibles. Una narración cargada de sentimiento y tensión que, conforme avanza,
se vuelve más adictiva y es imposible dejar la lectura. Harbour ha logrado
atraparnos en una historia sobre la pederastia, sobre la crisis actual en la era de la
información digital y sobre policías insobornables todos ello en un mundo en el
que las altas esferas eclesiásticas guardan el silencio a toda costa pues no
esta dispuesta a que sus delitos salgan a la luz.
Recomendado
para los que quieran leer una historia dura, difícil de olvidar y bien
estructurada con personajes carismáticos y reales. También para aquellos a los
que les guste saber más sobre los delitos cometidos por un sector de las
esferas eclesiásticas y que, en esta novela, se centran en el caso que
investiga la comisaria Ruiz. Y por último, para aquellos a los que quieran
descubrir a una protagonista poco común en el género policiaco en el que se
narra la novela.
Extractos:
Desinfectar a fondo las manos, calzar el gorro,
el camisón y las babuchas verdes, blandir el bisturí y las pinzas, situarse al
lado de la mesa mortuoria, uno frente a otro, y dedicar varios segundos a
estudiar visualmente el cuerpo, a recorrerlo con los ojos de la cabeza a los
pies, constatando que estaba entero, que allí había lo que había, y hasta corrigiendo suavemente con las manos alguna
postura imperfecta, un brazo no muy bien posado, una rodilla algo encogida o la
cabeza ladeada, era algo que Vicente Rodríguez Montes y Juan Cervantes Conejero
sabían afrontar como lo que era. Como un ritual. No solían dedicar ni un
pensamiento al drama sino que, como un cocinero que comprueba la limpieza de su
cocina, la disposición de los pucheros y cucharas y la presencia de todos los
ingredientes necesarios; como un mecánico de anticuario que examina a fondo el
motor en el que se va a sumergir sin pensar en la grasa negra que le va a manchar;
así afrontaban ellos el capítulo que les deparaba hoy su oficio. Sin dramas,
con tranquilidad y, por qué no, con la absoluta convicción, por denominarlo
suavemente, de un resultado perfecto. Como el cocinero que sabe que obtendrá un
menú digno de la mejor boda o el mecánico que entregará un Volkswagen
Escarabajo de 1953 en perfecto estado. Ni más. Ni menos.
Una playa es a primera vista un paraíso, pero
adquiere un aire tenebroso cuando lo que queda es el ruido de las olas, el
brillo de la luna, el reflejo de los nubarrones y no hay siquiera luces para
iluminar los pasos. De noche la playa impone, y esta playa, inusitadamente
extensa, despoblada bajo los acantilados y bañada por un mar Cantábrico sonoro
y helado parecía aún más desolada. Si añadías además la visión lejana de unas
sirenas rotando calladamente sobre un coche aparcado de la policía y los
reflejos de potentes linternas que un grupo de hombres mantenía encendidas en
torno a un cuerpo que yacía en la arena fría, sentías que estabas
definitivamente ante el lado oscuro. Solo el uniforme rojo de los socorristas
que habían estado de guardia esa tarde, un hombre y una mujer, proporcionaba un
poco de color a la escena. María, ahora destemplada en su camiseta fresca de
verano en la noche de Cantabria, y Carlos, inmutable como siempre y con un
cigarrillo al abrigo de su bigote, observaron sin gestos de sorpresa el
cadáver.
—Lo habrá devuelto la marea —dijo el chico de
Cruz Roja, que no debía de haber cumplido veinte años—. Tal vez se ahogó anoche o esta mañana, y
ahora el mar lo ha devuelto.
—Ya. ¿Vestido y con DNI? —dijo Carlos, que
agachado ante el cadáver había encontrado ya la documentación.
Editorial: RBA
Autor: Berna González HarbourPáginas: 352
Precio: 19 euros
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