viernes, 17 de enero de 2014

Finny de Justin Kramon



Finny es una adolescente atípica con una familia aún más rara que, tras conocer a Earl y ser descubierta su relación por su hermano es enviada al internado Thordon donde conocerá a Judith, una joven en el que sus padres son los accionistas mayoritarios del internado, lo que le otorga a Judith ciertos privilegios dentro del lugar. De manera inesperada y peculiar pierde a un familiar, es allí donde descubrirá la soledad e irá en busca de la libertad.


A partir de ahí a lo largo del libro conoceremos las relaciones, los sentimientos, los trabajos, los estudios, los viajes, los problemas; en definitiva el crecimiento y la madurez de la protagonista y sus amigos. Todo ello desde Nueva York a París, donde conoceremos distintas perspectivas en sus relaciones a lo largo de veinte años. 

Kramon narra el camino hacia la madurez de manera, cercana, sencilla y del mismo modo divertida, sorprendente e interesante, todo ello dentro de una trama en la que conoceremos los problemas de su protagonista. A lo largo del libro sus personajes, que son tan variados y originales como el señor Henckel, un divertido profesor de piano con narcolepsia, también la adicta al Jenga y a lavarse las manos, la señorita Poplan. En definitiva una novela que crecen y evolucionan como en la vida real, la cual se muestra en este libro desde la perspectiva de una adolescente incomprendida, que no encaja hasta que hace amigos, que se va conociendo y encontrando a sí misma de forma paralela al mismo tiempo que su vida.

Recomendado para aquellos que les gusta los libros de crecimiento, que narran de forma realista la vida con sus luces y sombras. También para aquellos que les gusten los libros que, en tono de humor, nos desvela las manías y las extravagancias de sus personajes además de sus problemas. Y por último para aquellos que quieran conocer a una protagonista muy especial dentro de una trama con giros e inesperados sucesos tanto trágicos como divertidos.

Extractos:

Sin embargo, al final cayeron, sin hablarse, uno en los brazos del otro. Esta vez se abrazaron estrechamente, con más convicción que cuando Judith estaba presente. Finny empezó a llorar. Earl le pasaba la mano por la espalda. Besó a Finny en el cuello, en una mejilla, en la frente, en los labios. Sentir la boca de Earl en la suya fue como un manjar largamente deseado, un sabor que recordaba desde la infancia, un sentimiento que había formado parte de ella durante tanto tiempo que no podía recordar nada anterior.
—Dios mío —volvió a decir Finny, apartando los labios de los de Earl, pero no las manos de su rostro. Se sentía estremecida y extrañamente ligera—. ¿Qué haces aquí?
—Intento llegar a ser escritor. Aún no sé cuál es el mejor camino, pero pensé que Nueva York sería un lugar donde empezar. He cogido unas vacaciones. Quería venir aquí unas semanas y ver si podía lograrlo.
Explicó que el invierno pasado había conocido a unos americanos en París, después de terminar el instituto y cuando estaba pensando si volver a Estados Unidos o ir a la universidad. Trabajaba en un restaurante limpiando pollos, abasteciendo la barra y fregando platos. No estaba seguro de que necesitara la universidad para dedicarse a lo que deseaba. Sus amigos le dijeron que podía ir a Village. Eran estudiantes de NYU y el alojamiento les salía barato. Les encantaba hablar sobre libros y películas francesas. Todos eran de la ciudad y habían ido a institutos prestigiosos como Fieldston, Horace Mann o Bronx Science. Este año, Earl había decidido aceptar su oferta. Necesitaba alejarse un poco de su casa, mirar a su alrededor y ver si había algo para él. Su avión había llegado a Nueva York la noche anterior.

En febrero hubo un fin de semana para padres y Stanley fue a hacerle una visita. Laura se quedó en casa con Sylvan; Finny sospechaba que su madre seguía enfadada con ella por lo de Earl. Stanley asistió a varias clases de Finny el viernes, comió con ella en el comedor y se la llevó a cenar junto con Judith a Boston. (Los padres de Judith no habían ido.) Al concluir su estancia, parecía satisfecho con la escuela en la que había metido a Finny, aunque se despidió de ella con una cita extrañamente solemne: «Una vida inútil es una muerte anticipada», le dijo mientras entraba en el taxi. Luego gritó «¡Goethe!» antes de dar un portazo.
Por la noche, después de la visita de Stanley, Finny y Judith siguieron con sus desafíos: «Corre desnuda desde nuestra puerta hasta la de Claycie y vuelve», «Pon una carta de amor en la alfombra de Amanda», «Grita “Está empalmado” tan fuerte que te oiga con la puerta cerrada», etcétera. Se espoleaban mutuamente con sus risas y sus expresiones de gusto. Más adelante, Finny reconocería que aquello era como un coqueteo, no necesariamente sexual; un tantear límites para ver hasta dónde llegaría una por la otra, cuánto estaban dispuestas a arriesgarse. Salir del pasillo, grital algo asqueroso, esperar, era una manera de decir: «Mira, fíjate en lo que soy capaz de hacer», de lograr que siguiera el juego, de no disipar ese sueño precioso. Y lo que Finny detestaba reconocer —pero tuvo que hacerlo al rememorar aquellas noches con Judith— era que en todo aquello, en ella misma, había algo desesperado. Se aferraba a lo que consideraba su nueva vida. Lejos de ser aquel hermoso abedul solitario en el jardín de sus padres, las ramas de Finny se enredaban con las de Judith y no estaba segura de poder liberarse de ellas.
Una noche, Judith le pidió que hiciera algo que Finny tuvo que pensarse dos veces. No es que fuera particularmente peligroso en el sentido de exponerse a que la pillaran. No era mucho más atrevido que la otra docena de proezas que habían hecho durante las últimas dos semanas, como deslizar condones comprados por Judith bajo la puerta de una chica de aspecto cetrino llamada Pam, a quien llamaban Pecho Glacial, o cantar el estribillo completo de «My girl» después de que Poplan hubiera bajado la escalera. Pero en esa ocasión el reto de Judith entrañaba una pregunta: «¿Llegarías tan lejos por mí?». Judith sabía que a Finny le caía bien Poplan y que aquello podía caer problemas.

Editorial: Destino 
Autor: Justin Kramon
Páginas:  400
Precio: 16,90 euros

1 comentario:

  1. Me gusta la portada, y lo de los personajes originales también me parece interesante. Lo tendré en cuenta.

    Gracias y un saludo

    ResponderEliminar

Pinterest

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...