martes, 7 de noviembre de 2017

El jardín de Sonoko de David Crespo



Los zapatos es el epicentro en la vida de Kaoru, trabaja en una zapataría y es uno de los mejores empleados. Es capaz de saber lo que desean cada uno de sus clientes antes incluso de que estos le mencionen sus gustos. Tiene un don para ello, además de una vida que parece estar diseñada al milímetro y al minuto, y en la que nada parece romper ese equilibrio.


Hasta que un día una tragedia rompe ese estado casi automático en el que se mueve. Su compañera de trabajo le invita una fiesta, y este acto provocará una serie de catastróficas desdichas que le llevaran a seguir un camino que ignoraba y que, la leyenda del hilo rojo, le hará encontrar un aspecto de la vida escondido en el corazón de Japón.

Opera prima de David crespo, El jardín de Sonoko, discurre entre una narración al estilo japonés —con situaciones en los que la historia avanza lentamente y la prosa se entremezcla con la naturalez— hasta llegar a una más intimista y perturbada, casi gotica —y la velocidad y los sucesos se desarrollan sin parar—. Su protagonista nos describe en su camino los avatares de una infancia extraña, diferente que le hará recorrer caminos poco transitados hasta conocer la música de un instrumento muy especial. El autor ha logrado que entremos y admiremos Japón al estar narrada en primera persona y los sentimientos que envuelven la atmosfera al conocer la historia.

Recomendable para aquellos que les gusten las novelas ambientadas en un Japón contemporáneo, actual y que no descansa nunca. También para aquellos que quieran saber sobre cómo se puede cambiar de vida por cualquier minúsculo acto, aunque sea la simple visión perturbadora de un accidente.

Extractos:

Aquello me enfadó, me rebelé contra mí mismo, contra los síntomas y me pregunté si no serían fruto de mi hipocondría, si abandono la autocompasión no conseguiría volver a ser el mismo que era. Creo recordar haberme abofeteado para despabilarme, para sacudir de mi cabeza todos los temores que me habían estado afligiendo durante esas horas. Y lo cierto es que funcionó, tenía la certeza de estar a un paso, nada más que a un paso de volver a empezar, de retomar ese tiempo perdido y con él mis costumbres y cómodos patrones de vida. Durante unos minutos no me resultó incómodo concebir un mundo sin Sonoko, un sitio en el que un semáforo no tuviera que asociarse a una chica en bicicleta o en el que mantener una chala con Kishimoto no me produjera náuseas. Había recuperado mi confianza en la vida y junto a ella crecían en mí los sentimientos de autoestima gracias a una voluntad enardecida por la paz que esas gentes, que esos actores, inconscientemente me habían inoculado desde el bloque de enfrente. Pero cuando empezaba a sonreír y a levantar los brazos dando gracias al cielo, ocurrió de nuevo. Una bola de fuego se metió en mi casa cegándome con la misma irritante luminosidad rojiza de la noche anterior. Conseguí retroceder y ocultarme tras una de las paredes desde donde pude observar con frustación cómo esa luz volvía a reconfigurar el color y las formas de mi apartamento.

El rato durante el que mi cerebro recopila y ordena los registros de mi memoria es un momento maravilloso en el que soy feliz, una eternidad fugaz donde la impronta dejada por los sueños se matiza con la realidad, generando un nuevo y efímero universo en el que ni el tiempo ni el espacio son aún recreados, donde nada me apremia ni me preocupa. Poco a poco las sinapsis van retomando su frenética actividad, erigineod entre sí infinitesimales puentes, microscópicas autopistas por donde pronto circulará —bajo la forma de impulsos electroquímicos— mi compleja yoidad, con sus esperanzas, anhelos y temores. El anestesiante mundo onírico desaparece y la realidad se impone. Al abrir los ojos era ya plenamente conocedor de mi situación y de que ciertos engranajes que me eran esenciales habían sido eliminados o suplantados, pero banalmente me consolaba saber que,  a pesar de todo eso, incluso después de haberme mantenido en vela durante la mayor parte d la noche, había conseguido despertar a la hora acostumbrada para posar la mirada sobre los orificios d ela luz que se daban cita cada mañana en el techo de mi habitación, esperando a ser contados. Por vez primera me pregunté si servirá de algo realizar ese recuento y, por vez primera en tres años, decidí no hacerlo.

Editorial: Suma de Letras
Autor: David Crespo
Páginas:  280
Precio: 16,90 euros

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