El unicornio de Iris Murdoch
ISBN: 978-84-15979-15-9
Encuad: Rústica
Formato: 14 x 21 cm
Páginas: 352
PVP: 22,70 €
Cuando Marian Taylor
acepta un empleo de institutriz en el castillo de Gaze y llega a ese remoto
lugar situado en medio de un paisaje terriblemente hermoso y desolado, no
imagina que allí encontrará un mundo en que el misterio y lo sobrenatural
parecen precipitar una atmósfera de catástrofe que envuelve la extraña mansión,
y nimba con una luz de irrealidad las figuras del drama que en ella se está
representando.
Hannah, una criatura pura y fascinante, es el personaje
principal de ese pequeño círculo de familiares y sirvientes que se mueven en
torno a ella como guiados hacia un desenlace imprevisible. Pero Marian no puede
saber si ese divino ser es en realidad una víctima inocente o si estará
expiando algún antiguo crimen.
Marian
volvió la cabeza disimuladamente para observar a Gerald Scottow. Era fácil
porque se encontraba entre ella y el mar. También le habría gustado volverse
hacia atrás y mirar al chico cuya silenciosa presencia tanto la incomodaba,
pero era demasiado tímida para hacerlo. Sin duda, Scottow parecía, empleando una
terminología que haría a Geoffrey mofarse de Marian con paternalismo, un
miembro de «la aristocracia». Su acento y modales proclamaban que no se trataba
de un subordinado, y Marian conjeturó que podía ser un pariente o un amigo de
la familia. Sin embargo, si vivía allí, ¿a qué se dedicaba? Era un hombre alto y
atractivo con un rostro expresivo y delicado, de cutis terso, y había algo en
él propio de las maneras de un soldado. Tenía una tupida mata de cabello
castaño y crespo cuyos rizos llegaban hasta más abajo del cuello enrojecido, castigado
por la intemperie. Los ojos pardos eran hermosos de un modo que se diría
consciente. Parecía estar a comienzos de los cuarenta y quizá había empezado a
ganar peso, dejando atrás la belleza anterior. Su aspecto era ahora más
robusto, más cuadrado, algo rechoncho, aunque musculoso y no sin elegancia. Marian
desplazó la mirada a las manos grandes e hirsutas que manejaban el volante. Se
estremeció un poco. Se le había pasado por la cabeza la pregunta de si habría una
señora Scottow.
—Ahí
están los acantilados.
Marian
había leído sobre los grandes acantilados de arenisca negra. Bajo la luz
brumosa parecían más bien marrones, y la serie de inmensos contrafuertes se
prolongaba hasta donde alcanzaba la vista, estriados, perpendiculares al mar, inmensamente
elevados, descendiendo en picado hasta sumergirse en el agua hirviente y blanca.
Era el mar lo que parecía negro, entremezclado con la espuma como tinta con nata.
—Son
maravillosos —reconoció Marian. Encontraba la vasta y oscura línea costera
repelente y aterradora. Nunca había visto una tierra tan exenta de piedad hacia
el hombre.
—Se
afirma que son sublimes —dijo Scottow—. De nuevo, no puedo juzgar. Estoy demasiado
habituado a ellos.
—¿Hay
buenos sitios para nadar? —preguntó Marian—. Quiero decir, ¿se puede bajar al
mar?
—Se
puede bajar al mar. Pero aquí nadie nada.
—¿Por
qué?
—Nadie
nada en este mar. El agua está demasiado fría. Y este mar mata a las personas.
Marian,
que era una nadadora experta, decidió ir a nadar a pesar de todo.
Los
destellos causados sobre el agua por el sol en descenso la deslumbraron. Miró
hacia tierra adentro, aún perturbadoramente consciente de la presencia del
silencioso chico tras ella. La desnuda extensión de caliza cedía terreno, alzándose
en terrazas nítidamente delimitadas que formaban unas mesetas bajas y gibosas,
yacientes unas junto a otras como enormes monstruos fósiles. Unos pocos
arbustos, escuálidos y rojizos, y avellanos inclinados hacia el este se
aferraban a la roca, que el sol volvía de un amarillo pálido y granuloso.
—Un
paisaje singular, ¿no es así? —dijo Scottow—. No del gusto de cualquiera, por
supuesto. Pero debería usted ver esas rocas en mayo y junio. Están
completamente cubiertas de gencianas. Incluso ahora, hay mucha más vegetación
de la que parece a primera vista. Si busca, encontrará flores diminutas y
extrañas, y plantas carnívoras. Y hay cuevas de lo más curiosas y ríos
subterráneos. ¿Le interesan la geología, las flores y esas cosas? Veo que ha
traído sus prismáticos.
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