Una
flor del mal
Miquel
Molina
El
cuadro Dama española no pasó desapercibido en la exposición de 1855, aunque
fuera para mal. La crítica se ensañó con él de forma casi unánime, lo que pone
en evidencia que Flaubert, al fijarse en el cuadro, era un espíritu libre capaz
de encontrar belleza donde otros sólo veían podredumbre, un avanzado a los cánones
de su tiempo que no tuvo ningún reparo en servirse de la modelo para embellecer
a su protagonista Emma.
Por
ejemplo, el crítico Théophile Gautier describe así a la española:
«Monsieur
Courbet tiene una cabeza muy bella que le gusta reproducir en sus cuadros, con
mucho cuidado de no aplicarse los preceptos del realismo; se reserva para él
los tonos tiernos y puros, y acaricia su rizada barba con un pincel delicado. Por
ejemplo, ha sido muy cruel con la dama española que expuesto en un retrato. Nosotros
hemos visto a las gitanas en los umbrales de las cuevas excavadas en las
laderas del Sacromonte, en Granada, en el barrio de Triana, en Sevilla,
delgadas, quemadas por el sol, pero ninguna de ellas estaba tan oscura, ni
seca, ni extraviada como la pintada por monsieur Courbet. Y no pedimos tonos
rosas, una flor de pastel, pero sí al menos haberla pintado con la carne viva:
ni siquiera Juan Valdés Leal, el pintor de cadáveres cuyas obras obligan a
taparse la nariz a los visitantes del hospital de la Caridad, en Sevilla, tiene
una paleta tan cargada de matices pútridos. La corajuda modelo que ha posado
para esta extraña pintura debe de haber sido prodigiosamente halagada por su
fealdad.»
Guillermo
ha aprovechado un descanso entre clases para hojear los libros que le dio
Elisabet. Contienen críticas a la exposición del cuadro en 1855. Al profesor le
sorprende comprobar cómo evoluciona en el tiempo el concepto de belleza. Piensa
que, si bien es cierto que la dama de Courbet carece del atractivo convencional
de las supermodelos de hoy, compararla con un cadáver pútrido es ir demasiado
lejos.
Elisabet
se ha tomado la molestia de señalar con unos pósits amarillos las páginas donde
se menciona la obra. Otra valoración tan venenosa como la anterior la hizo el
crítico Edmond About en su libro Viaje a través de la exposición de las Bellas
Artes, del año 1855:
«El
retrato de una dama española no está pintado al óleo ni con pomada, sino con un
ungüento grisáceo que no encuentra nombre en lengua alguna. ¿Ha querido
Monsieur Courbet vengarse de España? ¿Cuál es su interés en presentar a la
tierra de las Hespérides un fruto tan extraño? En este retrato, yo más bien veo
a una habitante de las fronteras de Luxemburgo, a una bailarina de los antros
de la margen izquierda, a una víctima de la vida parisina que expía a la edad
de treinta años las juergas de su juventud.»
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