E.
F. Benson
Mapp
y Lucía
Lucía
señaló el paisaje encendido.
–Irene
¿qué sería de la vida sin atardeceres? –preguntó. ¡Y pensar que este milagro
ocurre todos los días! Excepto cuando está nublado, obviamente.
Irene
miró con gesto desaprobatorio la escena.
–En
términos generales, a mi no me gustan los atardeceres –respondió–. La
composición de los colores del cielo suele ser infantiloide. Aunque este sí que
dispone de buenos colores.
–En
Riseholme casi no hay atardeceres –explicó Lucía–. Supongo que el sol se pone
como en todas partes, pero allí hay una hilera de colinas en medio. A menudo
pienso que la evolución de Georgie como artista se está agotando en nuestro
pueblo. Si regresara a Riseholme no encontraría allí a nadie que le obligara a
trabajar. ¿Qué piensas de sus cuadros, querida?
–No
pienso nada en absoluto –dijo Irene.
–¿No?
Me sorprende. Por supuesto, los tuyos son de una naturaleza distinta… ¡Esas
luchadoras…! ¡Esos movimientos…! Pero yo encuentro personalmente que en la obra
de Georgie hay una gran sensibilidad. ¡Una amplitud, un sosiego…! Ojalá te
tomaras algún interés en su trabajo y lo animaras. Una puede encontrar la
belleza en cualquier parte, si la busca.
–Por
supuesto, hare todo lo que pueda, si eso es lo que quieres –aseguró Irene–.
Pero será difícil encontrar algo de belleza en las tarjetitas de San Valentín
que pinta Georgie.
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