Ichiyō
Higuchi
Aguas
turbulentas
La
mujer a la que Otaka se había referido, Oriki, era una verdadera belleza:
esbelta y de talla mediana; sus cabellos, recién lavados, estaban recogidos en
un moño alto anudado con ayuda de unas briznas de paja aún verde; su piel era
tan pálida que el maquillaje resultaba innecesario, salvo en el cuello, donde
el polvo blanco había sido levemente aplicado. Llevaba el kimono un poco
suelto, como invitando a los ojos a asomarse hacia el contorno diáfano del
pecho. De modo poco decente, se hallaba sentada con una rodilla en el suelo y
la otra alzada, y exhalaba con su larga pipa repetidas bocanadas de humo.
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