martes, 18 de marzo de 2014

Novedades, marzo de 2014: Destino



Una flor del mal de Miquel Molina

352 páginas
ISBN: 978-84-233-4788-9
Lomo 1287
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Áncora & Delfin

Gustave Flaubert, acaso sin proponérselo, dejó una pregunta sin respuesta cuando escribió que su Emma Bovary se parecía a «la mujer pálida de Barcelona».

¿A quién se refería? ¿A un personaje real? ¿A un dicho popular? ¿A la modelo de un cuadro? ¿Existió realmente una Bovary de Barcelona? El azar quiere que sea un profesor barcelonés de secundaria quien intente resolver el enigma, siglo y medio después de que Flaubert describiera así a su heroína. El catedrático de literatura Guillermo Jiménez busca la respuesta entre Filadelfia, Lyon y Barcelona. Será precisamente en esta última ciudad donde la aparición en una misteriosa casa modernista de un cuadro expoliado por los nazis instigará su búsqueda. Gustave Courbet, Baudelaire, damas francesas del xix adictas al opio, Hermann Göring y una perturbadora mujer de nuestros días dan cuerpo a una investigación sobre el deseo y la obsesión, la historia y el arte, la verdad y la ficción.


Todo arrancó el día en que una tal Elisabet79 le dijo: «Guillermosoares, veo que en tus mensajes de date.com hablas con mucha ligereza sobre el Diablo, supongo que porque aspiras a impresionar a las mujeres incautas. Perdona, pero si quieres jugar realmente a esto, primero tienes que documentarte. No basta con citar cuatro ideas a propósito de una lectura mal entendida de El maestro y Margarita. Te recomiendo que antes de exponerte al ridículo te familiarices con el principio hermético de la dualidad y la polaridad. Todo es igual en la naturaleza; la diferencia se establece en la proporción entre lo masculino y lo femenino, lo claro y lo oscuro, la bondad y la maldad... ¿Sabríamos definir el amor sin conocer el odio, el bien sin saber del mal? Te recomiendo que pierdas unas horas leyendo a Friedrich Schleiermacher, hablarías con más conocimiento de causa. El Mal es una parte consustancial de la naturaleza, como lo son Dios o el bien. Es un instinto natural o una fuente de energía presente en el ser humano, y los medios de comunicación se aseguran de recordárnoslo cada día».
¿Schleiermacher? Aunque existiera de verdad un au tor llamado así, la cita le pareció a Guillermo algo forzada. Como la que figuraba a continuación:
«Bien. Ya está por hoy. Deja que te regale un poema. Es un regalo preventivo que algún día me agradecerás. Es de un poeta danés llamado Henrik Nordbrandt:
¡No ames a ninguna persona!
Cada persona ama a su vez a otra
que ama a otra. No superpuebles
tu infierno. Podría ser eterno.
Detiene el cursor sobre otro mensaje anterior de Elisabet. Cuando se lo envió, la mujer adoptaba un tono aún más trascendente. Clica:
«Duda, mi príncipe, duda y pondera. Tal vez sea ésta la palabra clave de la segunda mitad de tu vida: ponderar, algo que has practicado muy poco hasta ahora. Piensa, piensa que viajas en una nave espacial y cruzas las órbitas de los planetas y de sus lunas, valorando si te conviene o no aterrizar en ellas. Elípticas, irregulares, disparatadas órbitas que jamás habías imaginado. Leyes gravitatorias aleatorias. Astronautas reticentes, demasiado asustados como para mirar lo que está sucediendo fuera de sus aeronaves. Eso es lo que somos: astronautas reticentes».
Hasta ahora, Guillermo ha tenido serias dudas sobre las torpezas que ha podido cometer desde que empezó esta relación. Ha dudado de su propia consistencia intelectual. Ha sospechado que Elisabet tenía razón cuando le acusaba de invocar alegremente al demonio con la única intención de impresionarla. La chica sabía bien de lo que hablaba cuando se reía de él por maquillar su perfil biográfico para hacerse el interesante:
«Tu problema es que descubriste el lado oscuro en un concierto de los Cure, y a partir de ahí has construido toda tu biografía sin fundamento, mi príncipe impostor».

La transformación de Johanna Sansíleri de Álvaro Pombo

256 páginas
ISBN: 978-84-233-4789-6
Lomo 1288
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Áncora & Delfin

Tras la muerte de su marido, Johanna Sansíleri descubre que Augusto llevaba una doble vida. Cada lunes, después de pasar el fin de semana con ella, y amparado en el pretexto del trabajo, pasaba cinco días en Madrid con otra mujer. Un matrimonio paralelo de más de quince años, y del que Johanna Sansíleri nunca llegó a sospechar nada.
La sorpresa es de campeonato porque, para todos sus familiares y amigos, Augusto era un hombre gris, mientras que Johanna era inteligente, guapa y exquisita, original e imprevisible. Y lo cierto es que la reacción de Johanna Sansíleri está a la altura de su fama: después de pasar un tiempo reevaluando su vida a la luz del secreto de Augusto, interrogándose sobre si no lleva una vida demasiado retirada y distante de los demás, resuelve visitar a la otra esposa de su marido.


¿Fue Sansíleri quien produjo y propagó la idea de Augusto como un gran pelma? ¿Era Augusto un pelma, en sí mismo considerado? La respuesta es que no. Era una persona minuciosa, ordenada, trabajadora, responsable, muy bien educado, un marido atento, tenía un encanto como anglosajón. De joven, desgarbado, ojos azules, sorprendidos a ambos lados de una nariz correcta. Y no ganchuda o prominente o chata. Visto de perfil, daba un correcto perfil inglés, de joven. Soso, pues. Tenía la gracia sosa, comedida, higiénica, de un caldo de pollo hervido sin pellejo junto a una zanahoria, una patata y un puerro. Esto es sano, aunque no sea estimulante y, tomado recién hecho, es muy satisfactorio, siempre y cuando no se tenga el paladar hecho al estrépito de guisos rebuscados. Era un hombre de infusiones, de boldos, tilas, manzanillas, poleos, con el ocasional picante de un escaramujo rojo. En el mundo de las infusiones el escaramujo es risqué. El concepto de infusión, que es, de por sí, rico de sobra, no incluye, sin embargo, el concepto de excitación, ni, si me apuran, tampoco el de existencia. Una infusión da una paz. De esta paz no se sigue necesariamente un tedio ni un plomo ni un pelma. Ni mucho menos la kantiana paz perpetua. Es una sencilla paz cotidiana, compatible con un moderado ejercicio físico y un aplicado sentido del cálculo y del deber.
Augusto D’Alembert no fue un novio romántico: era ya, de novio incluso, muy marido. ¿No es esto, de hecho, un signo de gran espiritualidad y perfección? Sí y no —decidió, desde un principio Johanna Sansíleri—, y, en función de esta dualidad, produjo el concepto de lo pelma y lo igual, que representaba, aplicado a este caso y a sabiendas de Sansíleri, una injusticia.
La muerte de Augusto tardó en abrirse paso en la conciencia de Johanna. Quienes consideraron que estaba de duelo y que por eso no se dejaba ver, acertaron más, incluso, de lo que creían. No acababa de ser un duelo fuerte, como si los sentimientos de Johanna se correspondiesen ahora con un Augusto más vivo y característico que nunca, más él mismo, día tras día, en esa su profunda retirada del tiempo común de los mortales. Retrocedía y se rehuía a la vez que reaparecía y se aproximaba, con una regularidad de alto empleado, más responsable ahora que nunca, ahora que el tiempo was not money any more. Este oleaje tan eurítmico se correspondía tan adecuadamente con el recuerdo de Augusto, que algunos días no se levantaba Johanna de la cama, con Vigilius enroscado a los pies, que Agapia llegó a pensar que de semejante depresión jamás saldría la señora.
No era, sin embargo, depresión lo de Johanna: era asombro. Nunca en presencia de su marido había Johanna Sansíleri sentido su presencia tanto como ahora, en su ausencia, la sentía. Durante horas, a veces. Llana, leve y puntual, como había sido siempre, sólo que ahora, aureolada por su no presencia, nimbada por su irrecuperabilidad como un anillo perdido que se deslizó del dedo, durante el baño en un arroyo.

Conducta migratoria de Barbara Kingsolver

592 páginas
ISBN: 978-84-233-4786-5
Formato: 13,3 x 23 cm.
Lomo 1286
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Áncora & Delfín
Traductor: Claudia Conde

Dellarobia Turnbow es una joven pelirroja, carismática, rebelde y valiente tan impopular como envidiada por los habitantes del pueblo en el que vive. Un embarazo a los diecisiete años cambió el rumbo de sus planes y sus deseos de iniciar una vida lejos de la granja que comparte con su marido e hijos en las montañas Apalaches. Un día, en búsqueda de emociones más fuertes, inicia una aventura amorosa con un joven. De camino al encuentro de su amante, Dellarobia se halla, de pronto, en un valle que parece envuelto en llamas. Los bosques están cubiertos de mariposas monarcas que, a causa del cambio climático, en vez de migrar a México como han hecho durante siglos, han acabado en las Apalaches. El insólito acontecimiento despierta la curiosidad de visitantes, científi cos y líderes religiosos y se dan teorías de todo tipo. Dellarobia se encuentra de nuevo en el ojo del huracán ya que, a los ojos de los lugareños, ella ha llevado el milagro al pueblo, visión que choca con la de los científicos llegados a la zona.
El enfrentamiento entre unos y otros cambiará la percepción que del mundo tenía la joven. Barbara Kingsolver, escritora y bióloga, nos ofrece una magnífica historia que se ha convertido en un bestseller literario en Estados Unidos.


Los arbolitos dispersos se convirtieron en un bosque donde los árboles aferraban en los puños las últimas hojas del verano. Por alguna razón, se puso a pensar en la mujer de Lot, la de la Biblia, que se volvió para echar una última mirada a su casa. ¡Pobre mujer, convertida en estatua de sal por una desobediencia tan nimia! Pero ella no echó la vista atrás, sino que se encaminó hacia el bosque por una carretera llena de rodadas que la familia de su marido siempre había llamado «el camino grande» y que, en cierto modo, era «el buen camino». Claro que sí. Iba por el buen camino hacia la perdición. No había reparado en la ironía mientras preparaba el plan. La carretera que subía por la falda de la montaña debió de trazarse mucho tiempo atrás, para los leñadores, y el bosque había vuelto a crecer. A veces Cub subía con su padre en el quad, por ese mismo camino, hasta el cobertizo desde donde cazaban pavos salvajes. O, mejor dicho, solían subir unos cuantos años antes, cuando el peso combinado de los dos Turnbow, padre e hijo, era unos treinta kilos inferior y cuando los dos usaban los pies para algo más que para enmarcar la pantalla del televisor. Es posible que incluso entonces la carretera estuviera medio abandonada, porque recordaba que solían llevarse la sierra mecánica para despejar el camino.
En aquellos tiempos, Cub y ella subían solos hasta allí de vez en cuando, para ir supuestamente «de picnic». Pero no habían vuelto a subir desde los nacimientos de Cordie y Preston. Había sido una locura sugerir como lugar de encuentro el cobertizo que la familia usaba para cazar pavos. «Un nido de amor», pensó ella con las pala bras de una novela romántica. «Un lugar cochambroso para hacer cosas sucias», pensó también con las palabras de su suegra. ¿A qué otro sitio podrían haber ido? ¿A su dormitorio, donde habrían tenido que ponerse en situación entre camisas de trabajo tiradas por el suelo y bajo la atenta mirada de una Barbie con una pierna de menos? Ni pensarlo. El Wayside Inn, el motel de la carretera, era un sitio deprimente ya de entrada, antes incluso de empezar a disfrutar de los beneficios del pecado. Mike Bush, en el mostrador de recepción, la habría saludado llamándola por su nombre: «¿Cómo está, señora Turnbow? ¿Qué tal están los niños?».
De pronto, el camino se volvió confuso, bloqueado por un montón de ramas. Lo atravesaba la copa de un árbol caído, tan inmenso que tuvo que trepar y pasar entre las ramas, que aún conservaban algunas hojas húmedas adheridas. ¿Sabría él encontrar el camino o se echaría atrás al toparse con ese muro vegetal? Le dio un vuelco el corazón ante la sola idea de perder esa oportunidad. Cuando consiguió pasar, consideró la posibilidad de quedarse a esperarlo. Pero él conocía el camino. Le había contado que también había subido a cazar pavos desde ese mismo cobertizo unos años atrás. Con sus amigos. Nadie a quien conocieran Cub y ella. Gente más joven, seguramente.
Entrechocó las palmas para despegarse la grava mojada y se puso a observar el cadáver del monstruo caído. El árbol estaba intacto, ni talado ni roto por el viento. ¡Qué desperdicio! Después de siglos de sobrevivir, simplemente había dejado de agarrarse al suelo. El ancho puño de su masa de raíces yacía, desgarrado y desnudo, sobre una zanja de arcilla en la ladera boscosa. Igual que ella, que parecía haberse soltado de la base de su vida. Con tanto llover sobre mojado, en todo el condado estaba pasando lo mismo. Lo había leído en el periódico: árboles colosales que caían por la noche y destrozaban el tejado de la casa familiar o aplastaban el coche aparcado en el sendero. La tierra absorbía el agua hasta convertirse en una esponja blanda, y entonces los árboles se desplomaban. Cerca de Great Lick, toda una ladera de bosque añoso se había desmoronado a la vez, provocando un alud de troncos astillados, rocas y fango. La gente estaba desconcertada, incluso algunos hombres como su suegro, que solían comentar «Eso no es nada» cuando oían las noticias más terribles y pretendían haberlo visto todo. Pero nadie había visto nada parecido y todos lo reconocían. Quizá pensaran que, en una época tan extraña, Dios estaba prestando atención y no dejaba pasar ninguna mentira.

El mundo en tus manos de Elsa Punset

248 páginas
ISBN: 978-84-233-4790-2
Formato: 14,5 x 22,7 cm.
Lomo 262
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Imago Mundi

Tengas la edad que tengas, el mundo, con sus misterios y oportunidades, nunca ha estado tan cerca de ti. ¿Quieres tenerlo en tus manos, o lo estás mirando con recelo? Después del éxito de Una mochila para el universo, Elsa Punset nos invita a descubrir las apasionantes claves de nuestra inteligencia social.
Entrando en estas páginas, podrás comprender y transformar la manera de relacionarte, comunicarte y colaborar con el resto del mundo. ¿Sabes cómo evitar la epidemia de soledad que acecha en nuestro siglo? ¿Cómo te enfrentas a los conflictos con los demás? La autora contagia en este libro interactivo la certeza de que las habilidades sociales se pueden entrenar, y facilita el camino para encontrar tu lugar en el mundo con sugerencias y ejercicios a modo de entrenamiento. Y es que hasta mediados del siglo pasado las personas no hacían ejercicio porque no creían que fuese necesario para su salud física. De la misma forma que hemos aprendido en las últimas décadas a cuidar de nuestro cuerpo, tenemos un gran
reto por delante: comprender y entrenar nuestra mente y las competencias que nos van a permitir decidir, convivir y prosperar.
No es magia, ¡es inteligencia social!


No eres una isla. Las redes que sustentan tu mundo están densamente tejidas. Cada célula, cada partícula, cada emoción y cada idea que te sostienen gravitan, de forma visible o soterrada, hacia el resto del mundo. Si eres químico, astrónomo o neurocientífico, lo llamas gravedad, vínculo molecular, enlace de hidrógeno o conectividad sináptica... Si eres humano y has aprendido a poner nombre a tus emociones, a esa necesidad urgente de conectarte con los demás la llamas amor o desamor en cualquiera de sus expresiones: deseo, desprecio, afecto, compañerismo, envidia, complicidad, odio, desconfianza, admiración, amistad, simpatía, ternura... Todo lo que sientes te acerca y te enmaraña con los demás. Es tu forma de comunicarte y de vincularte con el mundo.
Desde el primer día de tu vida estabas ya programado para dejarte fascinar por las caras, en particular por las caras sonrientes... Y seguirás sintiendo fascinación y necesidad por los demás el resto de tus días. Estén lejos o cerca, fabricamos a lo largo de nuestra vida un entramado de vínculos diversos con las personas, que alimentamos y mantenemos trabajosamente, resistiéndonos a romperlos aunque duelan, porque nuestra naturaleza nos lleva a relacionarnos intensamente con el resto del mundo, para bien y para mal.
Y es que sentimos instintivamente que nuestra seguridad, nuestra salud mental y nuestro bienestar físico y emocional dependen de que los demás nos acepten. Medimos esa aceptación según el tipo de emociones que nos muestran —o que nosotros creemos que nos muestran— y que traslucen aceptación o rechazo, aislamiento o pertenencia. En función de esta necesidad profunda de pertenencia se articulan nuestras ideas, creencias, deseos y miedos, nuestra forma de vivir, de consumir, de juzgar y de relacionarnos con los demás. Todo ello conforma una clarísima gramática social que podemos aprender a nombrar y a gestionar, aunque no suelen enseñárnosla donde podrían, en las escuelas y los hogares. Por eso la mayoría crecemos y nos incorporarnos al mundo sin comprender ni saber poner nombre a las arenas movedizas donde plantamos nuestras banderas, donde establecemos nuestro hogar.
¿Y esto siempre ha sido así para todos?
Siempre, y para todos. Piensa en todas las formas de vida que habitan nuestro planeta. La vida ofrece un espectáculo de especies adaptables y oportunistas de todos los tamaños, muchas invisibles para el ojo humano, que buscan cualquier hueco en la tierra para sobrevivir.
Y entre tantas especies, en esta explosión de vida destaca una especie aparentemente frágil, la nuestra. Nos faltan muchas cualidades y fortalezas físicas que otras especies sí tienen: carecemos de una piel recia para protegernos del frío, de grandes fauces para machacar nuestros alimentos o a nuestros contendientes, nuestros pies son frágiles y los climas extremos pueden matarnos... ¿Cuál es entonces nuestro secreto, la fortaleza que nos permite no solo sobrevivir, sino incluso ser una de las especies más exitosas de la tierra?
La fortaleza de nuestra especie reside precisamente en nuestra capacidad para adaptarnos a cualquier entorno. No dependemos de un solo entorno, y por ello, al contrario de lo que les pasa, por ejemplo, a un caballito de mar o a un ciempiés, no necesitamos hacer, decir y pensar siempre lo mismo. Somos adaptables y podemos cambiar nuestras rutinas.

La llave de la buena vida de Joan Garriga

176 páginas
ISBN: 978-84-233-4787-2
Formato: 14,5 x 22,7 cm.
Lomo 265
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Imago Mundi

El mayor regalo que le hacemos a un hijo es, sin duda, entregarle su propia vida. A lo largo de ella, disfrutará de muchos momentos de crecimiento, expansión y felicidad, pero también sufrirá otros de pérdida, recogimiento y dolor. En el relato que abre este libro, unos padres deciden regalarle a su hijo, al cumplir los dieciocho años, una llave de tres
dientes para ayudarle a abrir las distintas puertas que se irán mostrando ante sí.
A partir del relato, Joan Garriga toma posición y habla desde su amplia experiencia como terapeuta en un texto que nos ilumina en el intento de vivir plenamente en un mundo cada vez más complejo. Los tres dientes de la llave son los tres recursos a los que debemos
acudir siempre, sea cual sea la situación, y son la verdad, la valentía y la conciencia. Es decir, el ser uno mismo, el coraje para perseverar ante los contratiempos y el mantenerse despierto a la propia existencia y lo que nos rodea. Si usamos esta llave, alcanzaremos la buena vida,
que no es otra cosa que ser capaces de tomar y soltar con alegría aquello que la vida tiene reservado para nosotros, o, lo que es lo mismo, «saber ganar sin perderse a uno mismo y saber perder ganándose a uno mismo».


En su trasfondo, todo problema conlleva un déficit de aceptación de alguna cosa, suceso o persona, y un plus apasionado de oposición a lo que sucede. Estar lejos de lo que uno quiere o cerca de lo que uno aborrece equivale a sufrimiento, nos enseñó Buda. Por eso, vivir practicando el consejo que nos da san Agustín suena más bien a gran reto espiritual, a recompensa por haber desarrollado sabiduría en vida, por haber limado el ímpetu desbocado de los deseos y los miedos, de las querencias y los rechazos; además, requiere a menudo de largos y valerosos procesos emocionales, así como adentrarse en una mente contemplativa, menos volitiva y evaluativa, que lo abrace todo; podemos y debemos intentarlo. El premio vale la pena: si lo logramos, estaremos muy cerca de una clase de felicidad poco común, una felicidad consciente, serena y duradera. En ella, el ritmo que imprime el tambor de la vida es el del espíritu, y no el del ego, al que habremos logrado adelgazar poco a poco.
Como siempre he sentido pasión por la fábula y la metáfora, a menudo me encuentro en mis talleres expresando mensajes y exponiendo conceptos nada simples a través de cuentos e historias que van creciendo a medida que los narro, historias que encontraron su semilla fundacional en algo que leí o escuché aquí o allá. Me asombra comprobar, una y otra vez, cómo una historia aparentemente sencilla conduce a reflexiones profundas y a grandes enseñanzas, y facilita la sutil obtención de aprendizajes útiles para la vida. El primer libro que escribí se tituló ¿Dónde están las monedas?: las claves del vínculo logrado entre hijos y padres y es un cuento con un breve ensayo agregado que habla también de padres e hijos. Aquel libro se centra en la importancia de evitar posiciones existenciales de sufrimiento edificadas en el rechazo a lo recibido de nuestros padres o nuestros mayores —las monedas— durante la infancia y la adolescencia. Habla de la importancia de curar y superar las heridas infantiles, y desprende un mensaje de honra, aceptación y puesta en paz con los padres y con el pasado como clave para ser felices.
Si en ¿Dónde están las monedas? se abordan los problemas para tomar lo que la vida nos da, en La llave de la buena vida la mirada se dirige hacia los recursos para manejar tanto lo que la vida nos da como lo que la vida nos quita. Este cuento trata, además, sobre la orientación hacia el futuro, la rea lización personal, con sus extravíos, y la grandeza de nuestra vida adulta, con sus retos y vértigos existenciales, como el ser y el tener, el amar, la soledad, el sinsentido y la muerte. Es una historia quizá un poco menos terapéutica y un poco más espiritual, y tiene algo de balance vital y de legado para los que vienen, especialmente para mis hijos.
Entregar a los hijos a su propia vida, algo que resultaba y resulta del todo natural en sociedades más tradicionales, es un reto difícil para muchas familias en las generaciones presentes debido a múltiples razones. Algunas son de orden socioeconómico, puesto que para muchos jóvenes no es sencillo obtener autonomía económica y laboral en esta sociedad supuestamente del bienestar. Otras son de orden afectivo y emocional: son numerosos los hijos que atienden las necesidades y huecos afectivos inconscientes de sus padres, permaneciendo mucho tiempo a su lado y postergando su propia vida, o satisfaciendo el anhelo de los padres de persistir en su rol protector —lo cual puede debilitar a sus hijos— o de permanecer en un excesivo nexo afectivo en lo cotidiano con ellos. Esto se conoce como el «síndrome del nido vacío», lo experimentan los padres y la pareja de los padres cuando los hijos emprenden su propio vuelo. Sin embargo, pocas cosas hacen sentir tan bien y tan honrados a los padres como el hecho de que su hijo se oriente a su propio camino, su propia grandeza, su propia obra y su propia felicidad. Los desarrollos de los hijos engrandecen a los padres.

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