Marina, una mujer decidida, dedicada a la vida
doméstica y esposa de un médico prominente, sufre un accidente de tráfico, tras
el suceso descubre a una nueva personalidad llamada Xian, su alter ego más
libre de la que duda. Para resolver sus preguntas investigara, entrevistará a
personas que la puedan llevar a comprender quien era ese misterioso personaje
chino y descubrirá historias de las que nunca creyó imaginar.
Poco a poco va anotando
en su laptop situaciones que transcurren en diferentes épocas o tiempos
simultáneos; fragmentos de noticias; pasajes de orfandad y maltrato; pasajes
históricos. La protagonista se convierte en una detective en busca de sus
propios ángeles y demonios, y encontrará las pistas que revelaran la verdad
sobre Xian. Marina es una vagabunda más de la Gran Ciudad, a la que describe
sus rincones más ocultos y espacios públicos, incluido Verde Shanghai, un café
de chinos que parece ser el limbo entre la verdad, el paraíso y la mentira, el
infierno.
La autora consigue
atraparnos en el misterio de Marina y Xian, en un laberinto inmenso del que es
casi imposible de salir sin encajar las piezas que capitulo tras capitulo
Rivera Garza nos va poniendo en el camino de la historia de esta mujer tan
especial y a la vez tan complicada. Los personajes nos perturbaran al mismo
tiempo que nos llevan por la Gran Ciudad, nos pierden en sus oscuros bares, nos
agasajan en sus placenteros hoteles; todo ello descrito hasta el último
detalle.
Recomendado para los
adictos al género de misterio e intriga, también para aquellos que deseen
encontrar una autora que nos cuenta la historia precisa y exacta mientras la
historia sigue su curso y por último para aquellos que quieran leer otra manera
muy distinta de escribir añadiendo citas textuales mientras la narración sigue
su línea, además, en la novela se añaden los cuentos de La guerra no importa
escritos en 1985 y 1987, la escritora ha decidido escribir otra versión de los
mismos pero tratando de conservar su estilo original.
Extractos:
Los dos soltaron la carcajada al mismo tiempo.
Volvieron a brindar. El canto de las ballenas y la resolana de la tarde
desordenaron la identidad de la habitación. De repente, no se trataba ya del
departamento de una pareja joven en una zona céntrica de la Gran Ciudad, sino
de una caja de sorpresas perdida entre fragmentos desiguales de tiempo: un
navío deslizándose sobre las aguas de un océano remoto unos cuantos años antes
del nacimiento de Cristo. Dentro de él, sobre largas maderas carcomidas, en
habitaciones llenas de baratijas cubiertas de moho, un hombre y una mujer se
movían con el sigilo de los fantasmas, con el miedo de los niños solos. Algo se
podría romper de un momento a otro. Esto que miras frente a ti es la piedad.
Bastaba un viento contrario, o la inflexión incorrecta en la voz, para que la
nave virara en sentido contrario, hacia la oscuridad sin nombre y sin señas.
Tal vez por miedo a esa posibilidad, Rodrigo cedió primero, contando elementos
generales de su vida mientras consumían el segundo vaso de licor.
Hacia finales del siglo XIX apareció una enfermedad
mental que, aunque fundamentalmente atacaba a los hombres, algunas veces
también afligía a algunas mujeres. Se
trataba de algo llamado determinismo ambulatorio, también conocido como
fuga o locura viajera los atacados por este mal eran «viajeros compulsivos, artesanos
o trabajadores honestos que, al escuchar el nombre de algún lugar lejano,
partían inmediatamente hacia él ya fuera a pie o en un carruaje de cuarta, sin
saber por qué lo hacían. De acuerdo con aquellos
que llegaban a verlos en el camino, estos enfermos se comportaban de una manera
normal, pero en realidad no sabían lo que estaban haciendo o, en algunos casos
extremos, ni siquiera atinaban a determinar quiénes eran ellos mismos».
Interesantes palabras, fundamentales acaso. Siempre hay algo de sabiduría en
los diagnósticos viejos.
Marina se incorporó sin pensarlo dos veces y la
siguió. No esperaba que detrás de la puerta se abriera un laberinto de pasillos
estrechos, a medias iluminados por lámparas incandescentes y velas. Atravesamos
la cocina y, después, tomaron uno de los pasillos cuya mullida alfombra de
tonos rojizos ahogaba el ruido de sus pasos. Olía a humedad, a rancio abandono
y, por eso, Marina sintió miedo. Por un momento estuvo dispuesta a regresar, a
olvidarlo todo, pero para entonces ya era demasiado tarde. La joven estaba tocando
una puerta de madera con los nudillos flexionados.
Editorial: Tusquets
Autor: Cristina Rivera Garza
Páginas: 319
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