El
devorador de calabazas
Penelope
Mortimer
Una
mujer, que yo sabía que era la madre de Jake, cerró la puerta. Estábamos en un
oscuro castillo. Iba a celebrar una fiesta, dijo; nos invitaba. Habíamos llegado
temprano y almorzábamos con la madre de Jae y otra mujer que parecía a disgusto
con ella. Dijo: «He invitado a Philpot a tomar el té». Llegó una tormenta y
todos nos pusimos a cubierto. Yo llevaba un abrigo de piel. Philpot estaba allí,
vestida con ropas horribles y con aspecto humilde y pobre. Empezó la fiesta. Había
cientos de personas en una sala helada, blanca e inmensa. «¿Quiénes son estas
personas y por qué no las conocemos?», pregunté. Alguien respondió: «Son los
primos de Jake». No veía a Jake y me estaba inquietando, pero todos empezaron a
bailar un tema de Paul Jones y me uní a la danza con un chico mongólico. Fue un
baile maravilloso, etéreo y eufórico. Me divertía, ero el chico se marchó y yo
me acerqué a un grupo de golfos que estaban sentados en un banco y pregunté: «¿Por
qué no bailáis conmigo?». Uno de ellos respondió: «No bailo con brujas gruñonas».
Le dije: «No soy una bruja gruñona» y me creyó. Bailamos un vals precioso sobre
el hielo.
Iba
por un pasillo ancho y largo, como horadado en la tierra. Philpot andaba
delante, cargada con una enorme gavilla de hojas de haya roja. Me reí de forma
desagradable; ella soltó la gavilla y echó a correr. Cuando llegué a las hojas,
se habían desintegrado en ramitas y polvo. Avergonzada, por fin la encontré con
su hija en una cabañita muy luminosa. «Siento haberme reído», dije. Ella rompió
a llorar y me arrojó algo blando, un cojín o una bufanda. Lo cogí, se lo devolví
y me marché.
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