sábado, 25 de octubre de 2014

Fragmentos Nº179: Al límite



Al límite
Thomas Pynchon

Resulta que es Maxine la que despertaba su interés. Buenas noticias, y también malas. Driscoll parece una buena chica y no necesita a esos idiotas; pero por otro lado está Maxine, que camina envuelta en una bruma alcohólica y dulzona con sabor a lima limón, y que ahora tiene que procurar desembarazarse de ellos. se sube a un taxi que se dirige hacia la parte baja de la ciudad en lugar de a la alta, finge cambiar de opinión para irritación del conductor  acaba en Times Square, punto al que lleva varios años intentando conscientemente no acercarse si puede evitarlo. El viejo y sórdido Deuce que recuerda de su juventud menos responsable ya no existe. Giuliani, sus amigos urbanistas y las fuerzas de la corrección pequeñoburguesa han barrido la zona, disneyficándola y esterilizándola: los bares tristes, los dispensarios de grasa y colesterol y los locales y cines porno se han derribado o renovado; los sin techo, los sin voz y los sin gomina han sido expulsados, ya no quedan camellos, macarras sin trileros, ni siquiera chavales haciendo novillos en los billares…; ese mundo ha desaparecido. Maxine no puede evitar las náuseas ante la imposición de un consenso embrutecido y romo acerca de lo que tiene que ser la vida, un consenso que va adueñándose de esta ciudad por entero, sin misericordia, un Nudo Corredizo de Horror cada vez más apretado: multicines, centros comerciales y grandes superficiales en los que sólo tiene sentido comprar si tienes un coche, un camino de entrada y un garaje al lado de tu casa en alguna de las zonas residenciales del extrarradio. ¡Aggh! Ya han aterrizado, están entre nosotros, y no les ayuda poco el que el alcalde, con raíces en los barrios de las afueras y más allá, sea uno de ellos.
Y aquí están todos ellos esta noche, convergiendo en esta pacata y pudibunda imitación del corazón de la América profunda, aquí, justo en el centro mismo de la perversa Gran Manzana. Fundiéndose en el paisaje cuanto puede, Maxine por fin encuentra refugio en el metro, coge la línea Número 1 hasta la parada de la calle Cincuenta y Nueve, hace transbordo al tren de la línea C, se baja en el Dakota, serpentea entre una masa de visitantes japoneses que toman fotos del escenario del asesinato de John Lennon y, la siguiente vez que mira hacia atrás, no ve que la siga nadie, aunque si la han tenido en su radar desde antes de que entrara en el Bucket lo más probable es que también sepan dónde vive.
 

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