viernes, 6 de diciembre de 2013

La chica de la curva y otros relatos de Varios autores



El primer relato de ellos es La chica de la curva, nos habla de un compañía de sustos en el cual se les va de las manos en una fatídica noche; La sonrisa de un niño en cambio nos habla de la violencia hacía los niños; el tercero, El rostro en la pared nos muestra la escalofriante historia de, tras la muerte de su anterior novia, esta se le aparece a través de los muros de su habitación cuando piensa en ella; El hombre vacío en cambio, es un relato sobre las diferencias entre aquellos que no tienen nada y las personas que las ignoran como si fueran fantasmas; El nicho es un texto en el cual, tras un consejo de su terapeuta estos deciden hacer el Camino de Santiago para cambiar la dura rutina diaria deciden hacer una pequeña parte en una noche pero la lluvia les sorprenda en mitad de un cementerio.


El sexto relato es, Versión 2.0, que trata los problemas de amores entre clones; en 448 nos encontramos como a su protagonista una noche en blanco previa a un examen el número aparece por todas partes; La nueva generación nos narra la estremecedora historia de un joven que, tras ahorrar decide comprarse una nueva videoconsola pero esta se convertirá en una pesadilla para su protagonista; en el noveno relato, Macedonia, descubrimos la agobiante vivencia de un joven con su yaya y la costumbre de que tiene de obligarle a probar la fruta que crece en su huerto; en el último relato titulado El estrecho nos cuenta la terrible historia de supervivencia de tres africanos cuando dan con un barco llevado por crueles personas que no dudan en ponerles a prueba para divertirse. 

Un conjunto de once relatos donde nos llevan por distintos paisajes y por los miedos más profundos, escalofriantes, tétricos e incluso irónicos en algunos casos. En cada narración nos encontramos con unas descripciones increíblemente realistas que nos absorbe aún más en la lectura, también logran en algunos casos que sintamos un escalofrió por las pequeñas tramas que ocultan. Cada uno de los relatos se acerca, sin previo aviso a nuestro subconsciente y agita, también sus desenlaces son imprevisibles en la mayoría de los casos. En definitiva, un libro que, como una película de miedo, está cargado de diversión y terror a partes iguales que además, en algunos textos, nos hacen meditar hacía donde vamos o que conseguimos con nuestros actos e incluso en el futuro, estos sorprendentes relatos consiguen aterrorizar, incluso en desear que acaben para tomar un respiro.

Recomendado para los amantes del miedo y sus diferentes variantes, este libro se compone de un conjunto de gran calidad y originalidad. También para aquellos que quieran descubrir nuevas voces capaces de sorprendernos en los relatos que han escrito.  Y por último para los que les guste leer historias que analicen al ser humano en muchas de sus perspectivas y miedos.

Extractos:

Dos cartas manuscritas habían cambiado por completo la vida de Alberto. En la primera de ellas, una bella genetista llamada Beatriz —que a partir de entonces se convertiría en su novia durante cinco años—, le confesaba su amor relatándole en cien puntos los motivos por los cuales bebía los vientos por él; en la segunda, redactada al término de esos cinco años, Beatriz ponía fin a la relación mediante un listado similar. Ambos documentos compartían al menos un setenta por ciento de su contenido. Consecuentemente, podía decirse que casi todo lo que en principio había atraído a la chica, había devenido, con el tiempo, en motivo de reproche para ella. 
Cuando Alberto se sentaba pensativo en la mesa del comedor, con ambas cartas desplegadas frente a sus ojos, el estómago se le encogía. Aquellos dos folios arrugados eran la prueba de que no se podía confiar más en la estabilidad del amor que en la de un sistema operativo para ordenador; o lo que venía a ser lo mismo: que toda relación sentimental estaba destinada a quedarse colgada, más tarde o más temprano, con independencia de los deseos de sus usuarios. En este tipo de tesituras los técnicos en informática recomendaban reiniciar el sistema por las bravas, algo que, casi siempre, dañaba algún archivo. La fe en el amor romántico fue el precio a pagar por Alberto una vez Beatriz hubo presionado ctrl+alt+supr. El chico pasó de creer en un mundo regido por las leyes imperecederas del corazón a estar convencido de que, hasta el mismo suelo que pisaba, era susceptible de abrirse bajo sus pies en cualquier momento. La futilidad de todo lo real se convirtió durante años, como si de pronto el buda Sakyamuni le hubiera iluminado, en su pensamiento más recurrente. Temía moverse; hablar; amar. Si Beatriz, que por tanto tiempo había sido sinónimo de confianza inquebrantable, le había abandonado, no quería ni pensar en lo que el resto del mundo podía llegar a hacerle a cambio de un poco de calderilla. Entonces pasaron otros cinco años y Alberto pensó algo que hasta el momento nunca se le había ocurrido: si la realidad se caracterizaba por su futilidad e impermanencia, no tenía razones para pensar que su ruptura con Beatriz fuera una excepción. Eso quería decir que, al menos sobre el papel, podía recuperarla. Abrazó esa hipótesis con fuerza y se dedicó diseñar un plan de ataque para hacerla realidad. El primer paso consistía en redactar un texto de refutación, punto por punto, de la última misiva de Beatriz. Le añadió un juramento solemne de voluntad de cambio, una gota de su propia sangre a modo de firma y una declaración de amor actualizada y en verso de su autoría. A continuación construyó lo que su amigo Gabriel denominaba una “bomba psicológica” —que no era otra cosa más que una caja de zapatos llena a rebosar de buenos recuerdos cómplices dispuestos de la forma más adecuada para epatar a su destinatario—, compró un ramo de rosas rojas, y, ya por último, averiguó cuál era su domicilio actual y hasta allí se dirigió vestido con sus mejores galas. 

Le llamaremos Jules. Es de raza negra; veinticuatro años; fornido; con el pelo ralo. Viene de más allá del Sahara; de un país lejano y pobre incapaz de ofrecerle un futuro. En su camino hacia la costa de Marruecos atravesó a pie otros países tan pobres como el suyo. Algunos, incluso más pobres. El trayecto fue largo y doloroso. Quizás más largo que doloroso, pues, aun con  todas las penurias que hubo de soportar, hizo buenos amigos mientras duró. Muchos de esos amigos yacen ahora muertos a su lado. Otros, la mayoría, descansan en el fondo del mar. Tan solo Mpele y Razi siguen vivos, achicando agua con sus últimas fuerzas, en mitad de la tormenta, para evitar que la embarcación se hunda. Jules les ayuda. Cada vez es más difícil mantener el equilibrio debido al frío, el hambre y la zozobra, pero no se rinde. Con sus propias manos a modo de cuenco pugna por ser más rápido que las olas. Arroja el agua por la borda y ellas se la devuelven casi al instante, igual que en un partido de tenis. La tempestad parece reírse de él. Surgió de la nada, sin previo aviso, resuelta a volcar la patera. Lo consiguió en apenas un minuto. A partir de ahí, no se detuvo hasta que engulló a todos los pasajeros que no sabían nadar en una espiral de espuma blanca y noche negra. Jules recuerda las imágenes y se estremece. Vio cómo Keon se aferraba al cadáver de Arith para mantenerse a flote; cómo Faraji, el patrón —que sí sabía nadar—, tenía que apartar a codazos a los caídos, y cómo una joven llamada Aissa perdía a su hijo de cinco meses entre el caos sin que nadie tratara de prestarle ayuda. También recuerda Jules cómo la histeria cundió en el bote cuando alguien se dio cuenta de que el patrón había muerto llevándose los remos consigo; y cómo, poco después, los pasajeros más débiles comenzaron a caer uno tras otro como consecuencia de la hipotermia y la deshidratación. Recuerda todo esto mientras achica. Y él mismo comienza a notar que no se encuentra bien. Y ve a Mpele desplomarse sobre las maderas encharcadas; y a Razi perder la cordura entre golpe y golpe de mar. Y siente que la desesperanza le apuñala por la espalda, que todos sus esfuerzos han sido en vano y que jamás pisará suelo europeo. Y se deja llevar…
Pasan las horas y Jules despierta con las primeras luces del amanecer. El sol acaricia su piel morena como para recordarle que aún está vivo. La tormenta, en cambio, ha muerto. Ahora puede achicar el agua sin problemas. Trata de despertar a sus compañeros para que le ayuden, pero ninguno de ellos se da por enterado. Tal vez no vuelvan a hablar nunca más, piensa. Y se dispone a achicar el agua él mismo, en soledad, incapaz de tomarles el pulso. A lo lejos se ve la costa española. O al menos eso se imagina él. Hasta donde sabe, podría tratarse de cualquier otro lugar; de cualquier otra costa, incluida la de partida. Se encuentra confuso, aturullado, exhausto. No puede pensar con claridad. No quiere hacerlo, tampoco.
La embarcación comienza a oscilar ligeramente. Por entre el aire brumoso se aproxima un vago olor a gasolina. Suena un motor. Jules se vuelve hacia el lugar de donde procede el sonido y hace parasol con la mano para ver mejor.  Sonríe de oreja a oreja al toparse de frente con un barco pesquero. La euforia le inocula nuevas energías y salta sobre la patera para llamar la atención de los marineros. Sus movimientos son tan bruscos que a punto está de caerse al mar. No le importa. Sabe que, aunque eso suceda, le rescataran. Lo peor ya es historia. Está salvado.

Editorial: Cliffhanger Publishing 
Autor: Varios autores
Páginas:  121
Precio: 3,50 euros

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