domingo, 17 de noviembre de 2013

Fragmentos Nº148: La señorita Mapp



E. F. Benson
La señorita Mapp

Un rayo de brillante luz se iluminó en la mente de la señorita Mapp. Decir que «algunos otros amigos se pasarán por allí» se ajustaba a la ortodoxia de anunciar una velada común a la cual no se le había invitado, y la señorita Mapp supo —como por una especie de revelación divina— que si acudía, se encontraría con que ella era el octavo jugador para completar dos mesas de bridge.
Cuando el mayordomo abriera la puerta, sostendría, sin ninguna duda, una cuartilla de papel con los nombres de los amigos a los que se esperaba, y si la visita no estaba en la lista, aquel hombre tendría a bien informarle, con una descarada insolencia, de que ni la señora ni la señorita Poppit se encontraban en casa. Y mientras, antes de que el visitante cabizbajo siquiera pudiera darse la vuelta, el mayordomo admitiría en casa a otra visita cuyo nombre sí figuraba debidamente en su papel de referencia. Así que las Poppit pensaban celebrar una velada de bridge… Pero, según sus deducciones, la habían invitado en el último momento, claramente para ocupar el lugar de alguien que hubiera contraído la gripe, se le hubiera muerto una tía o se hubiera visto obligado a improvisar un viaje a Londres; esa era precisamente la explicación por la que —como habría creído escuchar el día anterior— el mayor Flint y el capitán Puffin solo jugarían un partido de golf ese día y regresarían al pueblo en el tranvía de las 14.20. ¿Para qué buscar más explicaciones, pues, al trozo de hielo y a las grosellas rojas (probablemente rojas) que había visto comprar a Isabel? Y cualquiera podía saber —al menos la señorita Mapp sí que podía— por qué había ido a la papelería de High Street justo antes. Cartas, barajas.
¿Quién podría ser esa persona a la que esperaban y que al final había fallado a la señora Poppit? Eso ya lo averiguaría más tarde; de momento, mientras la señorita Mapp sonreía a Withers y volvía a musitar su cancioncilla, tuvo que decidir si iba a mostrarse encantada de aceptar la invitación o si, por desgracia, se vería obligada a declinarla. La razón a favor de verse obligada, por desgracia, a declinar la invitación era obvia: la señora Poppit se merecía un desplante por no haberla incluido entre los invitados seleccionados desde el principio, y si declinaba la invitación era muy probable que —siendo tan tarde ya— la anfitriona no pudiera conseguir a nadie más, de modo que una de las mesas de bridge quedaría completamente incompleta y, por tanto, inutilizada. A favor de aceptar la invitación estaba el hecho de que disfrutaría de una buena partida de bridge y un buen té, y tendría la posibilidad de decir algo desagradable sobre la crema helada de grosellas, y la señorita Poppit se lo tendría bien merecido por intentar plagiar las recetas ancestrales de la familia Mapp.
 

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