viernes, 2 de noviembre de 2012

Fragmentos Nº85: La juguetería errante


Edmund Crispin
La juguetería errante

¿Alguna vez, indiferente lector, ha intentado usted mantenerse en pie en un tiovivo que se mueve a velocidad de vértigo? Si sus pies están firmemente asentados, puede inclinarse hacia adelante en un ángulo de sesenta grados y, aun así, no perderá el equilibrio. Solo en ese momento, de hecho, es cuando se encontrará en perfecto equilibrio. Colóquese derecho y precisará de todas sus fuerzas para evitar que la inercia lo expulse hacia afuera, como una chincheta en un tocadiscos. Desde luego, un carrusel no es en ningún caso el lugar más adecuado para enfrentarse a un hombre desesperado, aunque es cierto que las desventajas afectan en igual medida a ambos contendientes.
Y hay aún otra cosa, y es que al cabo del tiempo los sentidos comienzan a verse afectados. Tras un rato dando vueltas, solo el feroz empuje hacia fuera que sufre el cuerpo nos indica que estamos dando vueltas. Todo lo demás, visión incluida, proporciona la ilusión de que uno está subiendo… subiendo una cuesta oscura y empinada, que parece más inclinada a medida que la velocidad aumenta. Al final uno cree que no existe ninguna fuerza centrífuga gravitacional y se descubre luchando contra ella. Es una curiosa sensación, esta precipitación hacia un túnel negro de viento con los rostros de los espectadores convertidos en un contorno borroso, permanentemente inclinados… Es muy divertido al principio, luego resulta agotador, y al final, cuando uno ya tiene los nervios destrozados, es absolutamente insoportable, una pesadilla de lucha y sufrimiento.

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