viernes, 9 de marzo de 2012

Novedades, marzo de 2012: Tusquets Editores

El lector de Julio Verne de Almudena Grandes

NARRATIVA (F). Novela
Marzo 2012
Andanzas 730/2
ISBN: 978-84-8383-388-9
País edición: España
424 pág.
19,18 € (IVA no incluido)

Nino, hijo de guardia civil, tiene nueve años, vive en la casa cuartel de un pueblo de la Sierra Sur de Jaén, y nunca podrá olvidar el verano de 1947. Pepe el Portugués, el forastero misterioso, fascinante, que acaba de instalarse en un molino apartado, se convierte en su amigo y su modelo, el hombre en el que le gustaría convertirse alguna vez. Mientras pasan juntos las tardes a la orilla del río, Nino se jurará a sí mismo que nunca será guardia civil como su padre, y comenzará a recibir clases de mecanografía en el cortijo de las Rubias, donde una familia de mujeres solas, viudas y huérfanas, resiste en la frontera entre el monte y el llano. Mientras descubre un mundo nuevo gracias a las novelas de aventuras que le convertirán en otra persona, Nino comprende una verdad que nadie había querido contarle. En la Sierra Sur se está librando una guerra, pero los enemigos de su padre no son los suyos. Tras ese verano, empezará a mirar con otros ojos a los guerrilleros liderados por Cencerro, y a entender por qué su padre quiere que aprenda mecanografía.


—Es un cagado.
—Ya... —sonrió como si le hubiera divertido mucho mi respuesta—.Y tú no, ¿verdad?
—Pues no.
—¿Cuántos años tienes?
—Nueve.
—Nueve... —me midió con los ojos, desde la cabeza a los pies—. No eres muy alto para tu edad.
—No, pero tampoco soy un cagado.
—Está bien, está bien... —y levantó las manos en el aire, como si ahora fuera yo quien le estuviera apuntando con un arma—. De todas formas, siento mucho haberos dado un susto, pero en los tres días que llevo aquí, desde que arrendé el molino, no había visto a nadie.
Y como dicen que la sierra está llena de bandoleros...
—Es verdad, aunque en el pueblo hay gente que no los llama así.
—¡No me digas! —abrió mucho los ojos, como si nunca se le hubiera ocurrido que pudiera existir otro nombre para ellos—. ¿Y cómo los llaman?
—Pues guerrilleros. O maquis. Pero eso lo dicen los rojos.
—Y en tu casa no sois rojos, supongo.
—¡No, qué va! —me eché a reír ante tamaño disparate—. Yo vivo en la casa cuartel. Mi padre es guardia civil.
—Mira... —volvió a sonreír—, qué buen amigo me he echado. ¿Y cómo te llamas tú?
—Antonino, pero me dicen Nino para no confundirme con mi padre, que se llama igual —no pensaba decirle nada más, pero pensé que iba a enterarse enseguida, porque en mi pueblo nadie llamaba a nadie por su nombre—. Aunque también me dicen el Canijo.
—Yo me llamo Pepe —me ofreció la mano, como si estuviera presentándose a una persona mayor, y al estrecharla, mis dedos encontraron que era grande y fuerte, la piel áspera, como la de los hombres acostumbrados a trabajos duros—. Y ahora que nos hemos conocido, me vuelvo arriba. Tengo mucha faena por delante.

La guarida de Norman Manea

NARRATIVA (F). Novela
Marzo 2012
Andanzas CA 777
ISBN: 978-84-8383-389-6
País edición: España
344 pág.
19,24 € (IVA no incluido)

El profesor Augustin Gora lleva mucho tiempo exiliado en Estados Unidos cuando, inesperadamente, debe enfrentarse a la llegada a Nueva York de su ex mujer, Lu, a la que no ha olvidado. Lu llega acompañada de su nueva pareja, el joven Peter Gaspar, un hijo de supervivientes del Holocausto que reanuda con Gora viejos diálogos. Pero la vida de Peter empieza a complicarse cuando recibe una carta que contiene una amenaza de muerte. Las sospechas apuntan ya a grupos de extrema derecha, ya a la policía secreta comunista. Entre los exiliados que no han perdido el contacto entre sí, cunde la inquietud. El reciente asesinato del erudito Mihnea Palade está aún fresco en su memoria. Todos podrían afirmar, con Borges: «He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre». Algunos, como Gora, y quizá también como Peter, han acabado refugiándose en una guarida de la que sólo una situación extrema les hará salir.


El río viaja, despaciosamente, a la izquierda del tren. Uno nunca se baña dos veces en el agua primordial. Esto es lo que el viajero ve, por la ventana del vagón, a lo largo de las vías del tren: el agua que no envejece y que nunca es la misma. Como tampoco lo es el aire. Ni el terapéutico y fluido horizonte.
Pasado, presente, futuro, el tiempo igual a sí mismo, ¿es éste el horizonte? Aguas mansas, instantes envejeciendo, podredumbre y deyecciones. El agua sube lenta y serenamente por encima del pasajero que duerme. El revisor le da unos suaves golpecitos en el hombro. El tren se ha quedado clavado en la estación.
Recoge rápidamente la bolsa y la gabardina. Baja, ya ha bajado, aquí está, aturdido, en la estación, mirando el río ancho y apacible que tiene ante sí.
¡Vaya, ha llegado! El andén vacío, las montañas en el horizonte, el río a un paso. Tarde serena, fría. El comienzo del mundo. No sospecha lo cerca que está el fin. El fin de su mundo.
El cronómetro devora los segundos de la tregua.

Un libro de Bech de John Updike

NARRATIVA (F). Novela
Marzo 2012
Andanzas CA 778
ISBN: 978-84-8383-390-2
País edición: España
240 pág.
16,35 € (IVA no incluido)

Tras una novela de éxito, la carrera de Henry Bech, escritor norteamericano entrado en la cuarentena, comienza a languidecer. Ahora, mediada la atribulada década de los años sesenta, para huir de la parálisis creativa, acepta participar en unos «intercambios culturales» promovidos por el Departamento de Estado que lo llevarán a Rusia, Rumania o Bulgaria, cuando el Telón todavía era de acero. Pero ni las bondades del deshielo soviético ni la sucesión de esperpénticos encuentros –un choque de civilizaciones avant la lettre, con hilarantes confusiones por problemas de traducción o equívocos en los flirteos– consiguen sacarlo de su embotamiento. Como tampoco le ayudarán mucho los incidentes que salpican su vida de vuelta a Occidente: desde una visita al Londres más chic de la década prodigiosa a unas conferencias en una universidad femenina del profundo Sur o los vaivenes sentimentales en su amada Nueva York.


Los estudiantes a los que no les queda más remedio (seguramente como a ustedes) que comprar ejemplares en edición de bolsillo de sus novelas —en especial la primera, Travel Light, aunque últimamente haya habido cierto interés académico en su más surrealista, «existencial» y puede que incluso «anarquista» segunda novela, Brother Pig—, o que se topan con algún artículo de When the Saints en una satinada y gruesa antología de la literatura de mediados de siglo por 12,50 dólares, imaginan que Henry Bech, como miles menos famosos que él, es rico. No lo es. Los derechos de bolsillo de Travel Light los vendió íntegros su editor por dos mil dólares, de los que el propio editor se quedó mil y el agente de Bech cien (el diez por ciento del cincuenta por ciento). Para ser justos, el editor había tenido que saldar un tercio de la pequeña edición en tapa dura, y cuando Travel Light se puso de moda, después de Golding y antes de Tolkien, entre los estudiantes universitarios, el editor se delataba divertido a sí mismo contando la historia de la cesión de los derechos de Bech en las reuniones de ventas que se celebraban en el piso de arriba del restaurante 21. En cuanto a las antologías, la cuantía media de los permisos, cuando llega por fin al buzón de Bech, se ha erosionado hasta 64,73 dólares, u otra cifra sospechosamente rara, que apenas paga una comida en un restaurante con su amante y un vino no muy caro. Aunque Bech, y los muchos que lo han entrevistado, hayan convertido en una virtud quijotesca el que continúe viviendo en un lúgubre pero espacioso edificio de apartamentos en Riverside Drive (su buzón, que lo sepan los estudiantes, al que llegan sus cheques recortados hasta lo irrisorio, ha sido cubierto a conciencia de cicatrices por la voluble ira urbana y su apellido ha sido retocado con bolígrafo por traviesos gamberros de portales convirtiéndolo tan a menudo en un verbo malsonante que Bech ha acabado por dejar la placa con el nombre en blanco y depende de la clarividencia de los carteros), la verdad es que vive ahí porque no puede permitirse marcharse. Sólo fue rico una vez en su vida, y sucedió en Rusia, en 1964, de eso hará ya un deshielo.

El caso Casas Viejas de Tano Ramos García

HISTORIA (NF). Biografías, autobiografías y memorias
Marzo 2012
Tiempo de Memoria TM 91
ISBN: 978-84-8383-391-9
País edición: España
448 pág.
23,08 € (IVA no incluido)

En enero de 1933, los habitantes de Casas Viejas (Cádiz), secundando una insurrección anarquista, se alzaron en armas contra la República. El Gobierno presidido por Manuel Azaña envió a ese pueblo una compañía de la Guardia de Asalto al mando del capitán Manuel Rojas. Tras una noche de disparos y muertos, la revuelta fue sofocada. Pero, al amanecer, los guardias detuvieron a doce vecinos, los maniataron y los fusilaron. El Gobierno defendió la actuación policial cuando la oposición denunció el crimen. El propio Azaña negó en las Cortes los fusilamientos, si bien luego rectificó.
Este libro, merecedor del XXIV premio comillas de historia, biografía y memorias, relata los juicios incoados a Rojas en 1934 y 1935, cómo los contó la prensa, en particular la monárquica y la anarquista, y la campaña desatada contra Azaña, al tiempo que aporta las inéditas declaraciones de Rojas, de sus guardias y de otros testigos ante el juez instructor. Por último, se rescatan asimismo historias desconocidas de estos sucesos, continuamente aireados como un crimen de la República, que marcaron de manera indeleble a Azaña.


El capitán Rojas estaba a punto de sentarse ante un jurado como acusado del asesinato de catorce campesinos, pero la mañana del 21 de mayo de 1934 se sentía tan seguro y tan respaldado, se veía tan inocente de aquellas muertes, que en lugar de un reo, tal parecía un oficial engominado dispuesto a participar en un sarao. No me saquen demasiado sonriente, no vayan a pensar que soy un cínico, les dijo Rojas a los fotógrafos mientras hacía tiempo junto a su abogado en un pasillo del palacio de justicia de Cádiz. Vestía uniforme de capitán de Artillería y se había enganchado a la guerrera la vistosa Cruz de María Cristina, que proclamaba su herida de guerra en Marruecos en 1924. El fiscal acudía al juicio con un escrito de acusación provisional en el que responsabilizaba a Rojas de trece asesinatos y pedía para él 390 años de presidio, esto es, cadena perpetua. La acusación particular elevaba los asesinatos a catorce. Manuel Rojas Feigenspan, el capitán de la Guardia de Asalto que en enero de 1933 mandaba las fuerzas que sofocaron la revuelta anarquista de Casas Viejas, llevaba ya un año y dos meses en prisión preventiva y se jugaba el resto de su vida en la vista oral que iba a comenzar en la Audiencia Provincial de Cádiz. Pero nadie lo habría dicho. El hombre se mostraba animoso y cuando los periodistas le preguntaron si se hallaba emocionado ante la inminencia del juicio, Rojas respondió que no cabía emoción ni miedo cuando se tenía la conciencia tranquila.

Historia política del pantalón de Christine Bard

HISTORIA (NF). Ensayo histórico sobre cualquier tema
Marzo 2012
Ensayo E 87
ISBN: 978-84-8383-382-7
País edición: España
384 pág.
19,24 € (IVA no incluido)

Aunque ahora el pantalón se encuentre en el armario de cualquier mujer y se adapte sin cesar a los dictámenes de la moda, no siempre estuvo bien visto como prenda femenina. Sucesor del calzón, el pantalón simbolizó la masculinidad y el poder. Durante la Revolución francesa, expresó los valores republicanos y se convirtió en un elemento clave del nuevo orden político. Sin embargo, el Antiguo Régimen continuó para las mujeres, que, tanto en el ámbito del vestir como en el social, no accedieron ni a la libertad ni a la igualdad. Privadas de derechos, tuvieron prohibido el pantalón.
Pero nada como una prohibición para aguijonear al deseo. Sobrecargado de connotaciones y fantasías, el pantalón acompañó todas las transgresiones que jalonaron la ruta de la emancipación de las mujeres. Artistas, feministas, revolucionarias, viajeras, actrices, deportistas, fueron innumerables las mujeres conocidas y desconocidas que se apropiaron de la prenda masculina. Pero habrá que esperar a las décadas de 1960 y 1970 para que el pantalón se feminice. ¿Fin de la historia? En absoluto. Todavía queda un largo trecho por recorrer.


Antes de 1789 ya existían signos anunciadores de esta politización de la apariencia. De Luis XIV a Luis XVI, la corte del rey de Francia se distingue por la suntuosidad de los trajes de ceremonia, con ropas adornadas con perlas y piedras preciosas, bordadas en oro. La ostentación propia de la vida de la corte se ve acentuada por la voluntad de la monarquía absoluta de imponerlas para sus fastos. Las leyes suntuarias ya no son de actualidad. Estas leyes, que datan sobre todo del Renacimiento, momento de inestabilidad política debido a las guerras de religión y al aumento de poder de la burguesía, que accedía a un lujo del que la aristocracia ya no tenía el monopolio, servían para reglamentar la manera de vestirse en función de la categoría social. Hacían visible el orden social y limitaban el consumo de productos de lujo y de importación. Pretendían el reforzamiento del orden luchando contra la usurpación del estatuto. Ayudaban al rey a asentar su poder mediante la imagen de su grandeza. Entre los reinados de Francisco I y Enrique IV, de 1543 a 1606, el poder impuso once edictos suntuarios.6 Uno de ellos prohibía, por ejemplo, el terciopelo a los labradores y a la gente del pueblo. Esta reglamentación fue poco seguida; los burgueses preferían pagar multas en lugar de renunciar a sus lisonjeros atuendos. Para Montaigne, «el fracaso de estas leyes se debe a que no hacen otra cosa más que reforzar la paradoja del lujo», símbolo del poder. ¿Dónde trazar la frontera entre el vicio y la virtud? Hay vicio —y transgresión del orden social— cuando el lujo se busca por vanidad y ambición. Y virtud si es proporcional a los ingresos y al rango. Dos siglos más tarde, con Voltaire, estas leyes suntuarias se considerarán una intrusión en las libertades individuales. La noción de libertad en el vestir emerge filosófica y políticamente a lo largo del siglo XVIII, en un momento en que la producción y la venta de prendas de vestir, asociadas al florecimiento de la moda y de la prensa de la moda, se convierten en un reto económico importante. El liberalismo adquiere aquí realmente su doble sentido.

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