sábado, 24 de diciembre de 2011

Nochebuena roja y blanca Navidad - Primera parte: Nochebuena roja


La pobre niña se encontró sola y abandonada en el inmenso bosque. Se moría de miedo, y el menor movimiento de las hojas de los árboles le daba un sobresalto. No sabiendo qué hacer, echó a correr por entre espinos y piedras puntiagudas, y los animales de la selva pasaban saltando por su lado sin causarle el menor daño. Siguió corriendo mientras la llevaron los pies y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio una casita y entró en ella para descansar.

Blancanieves
Hermanos Grimm

Estaba mirando como se cocía lentamente el pulpo, se teñía de un fuerte tono morado, poco a poco extrajo al pequeño molusco y con un cuchillo de cocina lo corto en pequeñas rodajas para después ponerlos junto a las patatas también cocidas, un poco de pimentón y ya estaba listo uno de los platos que serviría aquella noche, en realidad pensaba que había demasiada comida para dos personas, pero así seguro que quedaban satisfechos.
El árbol de Navidad se encontraba cerca de la terraza, junto al ventanal que reflejaba las luces dentro y fuera de la casa como si fuera un reflejo de la felicidad que se debería vivir en ese apartamento en el centro de Madrid. Su invitada lo apreciaría al llegar a la acera y se asombraría con la cantidad de luces que desprendía el gran abeto de plástico que ocupaba toda la superficie de cristal.
Poco después ya tenía todo listo, el mantel de color rojo y blanco ya se encontraba puesto en la mesa, con unas velas largas y doradas encendidas y unos cuantos trozos de abeto natural aquí y allí hacían de la mesa una típica postal navideña de cualquier burgués de la zona. Ya se sabe, hay que guardar las apariencias siempre, incluso cuando te acabas de levantar, es lo que le enseño su madrastra, una buena mujer que siempre estaba pendiente de su imagen, como con ella vivió la mayoría de su vida quizás se había vuelto a su imagen y semejanza más de lo que él creía y quería.
Llamaron al telefonillo, era ella. La dejo pasar y poco después el sonido del ascensor se acrecentaba conforme subía, se acercaba su último plato de la noche y su impaciencia empezaba a hacerle mella en sus nervios. Cuando escuchó sus tacones tras la puerta abrió antes de que pudiera tocar el timbre, sus vecinos no debían enterarse de que hoy tenia visita pues casi siempre se encontraba solo en el gran apartamento.
–Hola, qué tal Miguel. Lo siento por el retraso. Es que en Nochebuena Madrid esta abarrotada y cuesta el doble llegar hasta aquí para tardar otro tanto en aparcar –su amiga tenia la costumbre de dar explicaciones antes incluso de pedirlas– pero lo importante es que ya he llegado, mira, te traigo un vino, el más caro que había en el supermercado, espero que sea de calidad el responsable me ha dicho que es lo mejor que tenían.
La bese en las mejillas para hacerla callar pero ella volvió a la carga aún con más ganas, así era ella, inquieta e incapaz de pensar lo que dice, ¿se creería que esto era un cita?, seguro que sí, y en cierto modo lo era.
–¿Has llamado a María?, hoy no he conseguido hablar con ella, no coge el teléfono y siempre salta el contestador, ¿dónde se habrá metido? Conociéndola estará con un chico y no querrá salir de donde este.
–Opino igual –pero no pensaba lo mismo, sabia exactamente en donde la había dejado y desde luego que no querrá salir de allí. En una eternidad. Al menos hasta que la Policía dé con su cuerpo.– se lo estará pasando genial en algún antro de por aquí.
Se dirigió hacia la mesa, ella le dio un escalofrío cuando se cruzó a su lado y la rozo con sus heladas manos, después de cortar el marisco suponía que era normal tener las extremidades como el hielo.
–Siéntate por favor, tendrás hambre después de venir desde Fuenlabrada hasta aquí.
–Que va. Acabo de salir de trabajar. Ya sabes, las administrativas no descansamos ni en el día de Nochebuena.
–Quieres un poco de vino, vaya has traído tinto y estamos con los mariscos. Voy a por una botella de vino blanco. Puedes empezar a comer si tienes hambre.
Sonó el tintinear de un tenedor. Empezó sin estar frente a él. Desde luego tenia un hambre voraz aunque en su situación comenzar antes de lo educado era normal. Cuando llegó a la mesa con la botella observó como se llevaba a la boca un trozo de cigala a sus labios de color rosado, tenia una forma especial de comer, como si degustara el bocado que se lleva a la boca con los ojos.
–Está muy bueno. ¿Trabajas en algún restaurante, no? No me extraña que hagas estas presentaciones con unos simples platos.
Descorchó la botella y sirvió primero en la copa de su invitada para, después de sentarse, servirse en su copa. Ella fue directamente a tomar el líquido transparente, tenía ganas de beber, estaba sedienta. Terminó la copa en poco menos de un minuto.
–¿Quieres más?, menos mal que tengo botellas de sobra.
–Si. Creerás que soy una borracha. Acabo de llegar y ya me he bebido una copa y media y casi ni he probado el plato.
–No pasa nada
–Si te sirve de consuelo ya estoy saciada.
–Bueno no pasa nada si te bebes la botella al completo. Aquí hay camas de sobra y no estoy proponiéndote nada.
–No, me quiero ir a dormir a mi casa. Ya se sabe. Como en casa en ningún sitio. Home, sweet home.
–Bueno, da lo mismo, bebe cuanto quieras. Yo te llevo.
La cena transcurrió entre conversaciones superficiales. Ella se preguntó en el segundo plato, un buen cordero y frutos rojos, qué hacía allí, él contaba los minutos para preguntarla qué quería de postre.
–Nada gracias
–¿Seguro?, no te apetece una café bombón, según dicen me salen deliciosos.
–No, gracias. No puedo más. Voy a reventar.
–Bueno como quieras, voy a por la chaqueta y nos vamos. Espera aquí te traigo tu chaqueta.
Abrió el cajón de la mesilla y escondió en el bolsillo interior su sorpresa de Navidad, seguro que no se lo esperaba. La escuchaba hablar desde el otro lado del pasillo. Por favor que se calle ya se decía.
–De acuerdo, mañana vuelvo a por mi coche. Ni se te ocurra usarlo para irte de fiesta.
–No te preocupes.

Ella se subió en su vehículo negro y se dirigió hacia su casa por la autopista, cogió otra ruta y en poco tiempo llegaron a una carretera en la que sólo se encontraba su coche alumbrando las líneas discontinuas del asfalto. Llegó un momento en que no era capaz de encontrar otro auto que el de él. La dijo que iba a tomar un atajo pero nunca le habían hablado de ninguno y empezaba a desconfiar.
Poco después paró junto a un árbol que tenia unas luces de blancas que iluminaban la zona, a lo lejos se apreciaban más como ese siguiendo un largo pasaje en el que había una pequeña villa con unas enormes rejas negras. Hacía frio y tenia ganas de llegar a casa.
–¿Por qué paras aquí?
–Para enseñarte una cosa.
Abrió la puerta del copiloto y la dijo que si quería ver su nueva casa, era todo mentira pero ella no lo sabía. Le siguió. Cuando de la chaqueta sacó un cuchillo se lo clavó directamente en el cuello cortándole limpiamente una arteria, la sangre cubrió todo su cuello y sus ojos se perdieron de vista en un punto en el infinito del espacio. Miraría siempre las estrellas. Para siempre. Tiró el cuchillo a su lado, los policías no encontrarían nada pues iba con unos guantes de cuero marrón oscuro.
Entró en el coche la calefacción le hizo sentirse mejor y se dirigió a su apartamento. Esa noche tendría unos dulces sueños. Había tenido lo que había querido en la noche de Navidad, un regalo por adelantado.
Al acelerar no dejó las huellas de los neumáticos en la carretera, no tenia prisa y sabía perfectamente que eso era un error que se pagaba caro pero había dejado más de lo que esperaba.
Al llegar al portal su vecina, una joven que seguro no tardaría en caer en sus redes le saludo. Una testigo. Pero no tenia ganas de derramar más sangre. Por hoy tenia suficiente, su ego estaba saciado. El postre siempre es lo mejor y este había sido fresco, muy fresco y de calidad, se lo había pasado muy bien.
Se acostó en su enorme cama y se quedó dormido al poco tiempo. Soñó con ella, pero la apreciaba como a un espíritu, casi siempre soñaba con sus victimas y sólo era la tercera. Había logrado un tríptico de féminas. Pero ella era especial. Había logrado llegar hasta su alma. Un paso más cerca de su felicidad y aunque no quería reconocerlo dos pasos más cerca de convertirse en un loco.

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