Ya habían pasado las nueve según el reloj de Aura, pero el de cuerda, con su sonido característico marcaba las nueve y diez. Era antiguo, pues a Pablo le gustaba coleccionar objetos limitados y si es posible al alcance de muy pocos. Se lo podía permitir porque era accionista mayoritario de una gran empresa de metales pesados de la que nunca les había hablado. Eso a Espido no le gustaba, es más, le cabreaba pues en las conversaciones sobre el día a día en el trabajo parecía mudo. Y por todo ello era otro porque que añadir a la lista.
–Mi sueño empieza así…
–¿No nos das una introducción como de costumbre? –Dijo Pablo con voz impertinente, como siempre, se las veía venir, de ahí que fuera un gran agente de bolsa o eso sospechaba que era Espido.
–No. Tengo prisa y hambre. Además de muchas ganas de acabar –estaba ensimismada en ese pensamiento que no desaparecía de su cabeza por más que pensara en sus canciones preferidas o en lo que iba a cenar cuando llegara a casa.
–Camino por una casa –empezó a decirles, todos escucharon su dulce y fina voz, hipnotizados–. Voy descalza, pero el suelo es de madera, bueno mejor dicho, todo es de madera desde el suelo hasta los techos los cuales emiten una luz muy potente para ser simples alógenos. Me dirijo al salón, un habitáculo enorme, parece una catedral. Al poco tiempo veo un pequeño rastro rojo, después se ven huellas de unos pies, me fijó en ellos y resaltan los círculos por donde han pisado los dedos. Los cuento, y me doy cuenta de que hay seis dedos. ¿Cuántas personas tienen seis dedos en los pies?, ando un poco más, doy con un enorme charco de sangre, en esa zona está casi todo rojo. Hay manchas por todas partes, en los sofás, las lámparas, los cuadros, los muebles, los libros… todo. Entonces me encuentro frente a mí un cadáver, pero no está en el suelo, está colgado de una lámpara de araña de aspecto barroco. Es horrible y posiblemente por ello salgo corriendo, pero resbalo, olvide el charco de sangre. Al levantarme estoy cubierta de sangre, totalmente, como la escena de Carrie en el baile de graduación, la que le tiran sangre de cerdo, convirtiendo su bonito vestido blanco en una segunda piel de color rubí. Esa escena siempre me ha impresionado. Entonces encuentro la salida y voy corriendo hacia ella, me cruzó con una enorme sombra, no sé lo que es. Logro salir y me dirigió a un bosque de altos árboles. Escucho como alguien se acerca y me escondo, poco después aparece detrás de mí un enorme oso, al menos eso parece, aunque con las garras tan grandes que brillan con los rayos luna. Hace un gesto con sus enormes zarpas –Espido hace el gesto con sus manos dando un susto a Aura que escucha atentamente a su lado–. Y me veo morir, veo como me va comiendo, mis entrañas por todas partes, desde fuera. Como en una película de terror. Y despierto con el corazón a mil.
Alex trago saliva haciendo mucho ruido mientras que Carlos la miraba a los ojos, como siempre. Aura en cambio había desaparecido sin ni siquiera darse cuenta, escuchó como se cerraba la puerta del baño con un portazo.
–Parece una historia de terror de Stephen King –dijo Alex.
–Que va, ya quisiera poder explicarme de la misma forma que el escribe.
–En todo caso nos va a costar pegar ojo esta noche, verdad Alex –este asintió mirando el vaso de agua que tenía frente a él–. Ya puedes explicar eso que querías –dijo Carlos asintiendo mientras la miró.
–Al grano, esta va a ser la última reunión. Dejo el club y propongo que lo cerremos. Esto no puede continuar –escuchó como alguien cerraba el grifo y abría la puerta. Aura volvió a su sitio con mal aspecto y maldiciendo entre susurros.
–¿Por qué? Si todo va genial, es más he pensado en admitir a mi hijo en la próxima reunión –respondió Carlos con un tono sosegado–. También es verdad que no he hablado con él, pero estoy seguro que dirá que sí.
–¿Y si te dice que no?¿Le vas a obligar, como hizo mi madre conmigo?
Todos callaron hasta que Alex empezó a hablar.
–Creo que dejó esto. Por mi parte ya he dicho todo lo que tenía que decir y ya me estoy repitiendo. Lo dejo –cogió su bandolera, se la hecho al hombro y con paso firme abrió la puerta–. Adiós.
Se escuchó un portazo y el golpeteo rápido de los pies bajando los escalones.
Aura cogió su bolso, se acercó al jarrón y cogió la grabadora de forma sinuosa y lenta para guardarla. Como si de una bomba que podía estallar en cualquier momento se tratase introduzco la mano para cogerla del mueble y después la introduzco en su bolso de marca. Después empezó a hablar.
–Yo también lo dejo. Estoy de acuerdo con Espido. Quería deciros que lo he pasado muy bien con vosotros y que si queréis tomar algo llamarme, tenéis mi teléfono. Llamarme para todo lo que necesitéis.
Salió, se escuchó como se elevaba lentamente el ascensor, el golpe de la puerta de hierro contra el marco del mismo material y el motor resonó en la casa como si de un solo de trompeta se tratase.
–Lo siento Pablo, pero de pequeña lo pase muy mal y no podía dejar que otra generación estuviera obligada a perpetuar con esta pequeña locura que creó mi madre en los tiempos de Suarez.
Pablo perdió una lágrima que cayo lentamente por su cara. Siempre había vivido solo y volvería otra vez a esa mala situación.
–No te preocupes –dijo Espido–, vendré a verte los días que pueda. Llámame siempre que te encuentres solo y necesites que alguien te recuerde lo contrario. Por favor, deja de llorar.
–Vale. Pero no te olvides de mí… –Carlos lloraba mientras hablaba y no era capaz de terminar las frases–…nunca lo he pasado mejor que contigo y con estas reuniones de locos. Te doy las gracias por haberte esforzado en que un estuviera solo.
–Déjalo ya. Hablaremos mañana por teléfono. Tranquilízate –Espido cogió su enorme bolso de miles y brillantes colores–. Hasta mañana.
Salió por la puerta derrumbada por dentro por lo que acababa de hacer, pero estaba segura que mañana le llamaría. Apretó el botón del ascensor y este apareció allí en poco tiempo. No le gustaban los ascensores se sentía vigilada por cámaras escondidas en los recovecos. Abrió la puerta rápidamente, ya había bajado los cuatro pisos. La pesada puerta de hierro fundido no quería abrirse, la empujó hacia dentro con más fuerzas, esta vez sí pudo con ella.
Allí mucha gente se agolpada próximos a las terrazas del edificio. Escuchó que alguien llamaba a la policía diciendo que se había tirado sin dudarlo y que no lo había dado tiempo a decirle que no lo hiciera. El chico tenía sangre en las manos seguramente de intentar reanimarlo. Corrió hacía allí, no podía ser, era él, era Pablo.
El corazón se le puso a mil, no soportaba más nada de lo ocurrido. Todo se volvió negro y sintió que caía a un enorme precipicio mientras que sus sentidos se bloqueaban y anulaban. Quizá los perdió cuando descubrió en ese salón que no tenía corazón por lo que acababa de hacer. Estuviera viva o muerta, estaba segura de ello que lo sentiría toda la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario