Caminaban por la playa, ella una identidad misteriosa pero con un pelo tan negro como sus ojos, un pelo largo hasta los hombros y liso como hilos de seda, como los mejores hilos de seda. Él un chico valiente, con buen porte y pelo corto pero ligeramente rizado por los tirabuzones también castaño.
Caminaban porque querían conocerse, aunque a ella le incomodara andar con las manos ocupadas. En una sus zapatos de color rosa pastel en la otra la mano de él, casi como si fuera una anciana o fuera a salir corriendo, así la amarraba él. Sus ojos azules claros hacían que quisiera besarla apasionadamente pero estaban en mitad de la playa, y él se tenía que reprimir. No le podían ver pues tenía un puesto de trabajo importante como ministro y aparecía en los diarios constantemente.
El día era soleado y la gente había decidido ir a pasear, algunas mujeres llevaban sombrillas de tonalidades claras, de vez en cuando sonreían a su amante o marido. ¿Por qué ella no podía hacerlo? Le quería tanto como los peces que habitaban el traslucido mar al agua.
Con su zapatos negros en la mano derecha mientras que con la izquierda la agarraba su fina, suave y delicada mano derecha el caminaba con un calor asfixiante por el traje de etiqueta que llevaba. Cuando una corriente de aire le hizo coger aire y a ella la hizo sujetarse su vestido lo que provoco que resbalara.
La miro a los ojos. Se estaban amando, besando, soñando juncos con la mirada. Y de momento era suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario